Una nube gris (II)

[…] Ven, Amara —me dirigí a la peque—; tenemos que hablar de una cosa importante. Siéntate, porfa, aquí. […]

Cuando escribí este artículo, pensaba que no lo iba a entender: https://educacion-familiar.com/2021/06/07/una-nube-gris/

Me parecía un ejercicio bonito, pero sin utilidad práctica para una niña de 3 años. Sin embargo, me pudo la necesidad de desculbabilizarla, y de reparar el daño que le había podido hacer.

Llevaba unos días revuelta:

—Desde que volvimos de Galicia está más tensa —me dijo mi pareja—. Me da la sensación de que busca pequeñas batallas para tener el control.

Ese “tener en control” sonó como un latigazo o una alarma en mi cabeza.

—Ya… —respondí— es que estos días no he estado nada bien.

—Yo tampoco —reconoció ella—. Entre el viaje, lo de la casa, y todo lo demás, he estado súper estresada. La pobre ha estado todo el rato colgando de mí.

Una madre estresada, y un padre desconectado justo en el momento de volver a un refugio seguro que, por varias circunstancias, no lo acaba de ser. No es de extrañar que la niña necesite tener algo de control, ni que los adultos —nosotros—, con su mirada adultista, reaccionen luchando contra ella, haciéndole entrrar en razón.

—Voy a hablar con ella —dije—. Creo que se merece una explicación.

Ella asintió.

—Ven, Amara —me dirigí a la peque—; tenemos que hablar de una cosa importante. Siéntate, porfa, aquí.

Vino. Creo que sabía que era algo de su interés.

—Hay una cosa que no sabes. Cuando Aita está preocupado, se le pone frente a los ojos una nube gris… —le conté, tratando de ser fiel a lo que había escrito—. Y esa nube gris nos molesta a todos. A Aita, porque le deja cansado, abatido, sin ganas de jugar; a Ama, porque tiene que hacer más cosas de las que le tocan, y está más nerviosa; y a Amara, porque Ama y Aita están nerviosos, y no le gusta verles así.

Me miraba fijamente.

—Pero esa nube gris no tiene nada que ver con lo que dice o hace Amara —terminé—. No señor. Esa nube gris viene de los problemas que a los mayores les afectan y que sienten que no pueden resolver.

Terminamos como si nada. Parecía que no me había hecho mucho caso, tal y como yo me había podido esperar.

Al día siguiente, pude estar mientras despertaba.

—Anda —dije—; menudos ojos abiertos. Buah. Han llenado toda la habitación de luz.

Sonrió, se incorporó, me miró a los ojos y preguntó:

—Aita, ¿está la nube gris?

Un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo. Quizás, en mi fuero interno, esperaba que no fuera tan importante para ella. No sé.

—No, Amara. Estaba ayer, pero hoy no está —expliqué—. Creo que se fue cuando sacamos el Kayak, y ahora está por ahí flotando en el mar.

—¿Puedo subir a la chepa?

Subir a la chepa significa trepar a mis hombros y saltar desde allí. Es el juego que más se repite entre los dos. Y, si me apuras, creo que es la forma que ella tiene de sacarme de la influencia de esa maldita nube gris.

—Claro, hija —acepté, con un hilo de voz.


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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