[…] Parecía no levantar cabeza. Cada poco tiempo se retraía, buscaba contacto y lloraba que parecía desgarrarse por dentro. La niña divertida, valiente y payasita que es, se había vuelto una bebé indefensa. […]
Sin remilgos: fue una cagada nuestra.
De repente, apareció en el baño. Estaba lábil, haciendo pucheritos visiblemente afectada. Cuando mi mujer la tomó en brazos, rompió a llorar desconsoladamente agarrada como un koala.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó, preocupada.
La niña sólo podía llorar más y más. No articulaba palabra. Así que no insistió, dejó que de se desahogara un buen rato en bracitos.
La actitud descrita es un indicador de un refejo VAGAL DORSAL, es decir, de que la niña ha sufrido un impacto muy fuerte que le ha sobrepasado y le ha expulsado fuera de su VENTANA DE TOLERANCIA, provocándole una respuesta de bloqueo. Este tipo de respuestas son un indicador de que ha estado expuesta a un estímulo POTENCIALMENTE TRAUMÁTICO, por lo que necesita especiales cuidados. Y el primero, el más urgente, es una compañía segura y amable, que le permite liberar toda esa ENERGÍA REACTIVA que ha quedado atrapada en su cuerpo, bien a través del llanto o del movimiento.
Cuando se consoló, mi mujer me contó lo que había pasado, con lo que parecía un fuerte sentimiento de culpa:
—¿Sabes lo que ha pasado? Me estaba hablando de las sirenas, y pensé que era un buen momento para invitarle a ver la película. Así que le puse el vídeo de la protagonista cantando y, aprovechando que estaba feliz y entretenida, me fui un momento al baño… al poco rato llegó así, y no se le pasa.
Efectivamente, no se le pasaba del todo. Si bien se había consolado un poco, cada cierto tiempo volvían los pucheros y los bracitos. Y parecía revivir, cada vez, ese momento tan chungo como si estuviera bloqueada en el tiempo.
«Hostia; esto es importante, y hay que atenderlo.»
«Mierda. Mira que teníamos clara la norma. Fuera móvil, que le quita la calma y le fríe el cerebro.»
«¿Cómo no lo hemos visto? Con lo “sentidiña” que es: dejarla sola con un estímulo que sabemos que va a ser intenso.»
Cuidado con la CULPA: dificulta atender a las niñas y niños que están sufriendo, entre otras cosas, porque nos bloquea, y nos hace ver ausentes y colocando la atención en lo que debimos hacer y no hemos hecho, cuando lo que ellos necesitan es sentirse sentidos, protegidos y acompañados.
Parecía no levantar cabeza. Cada poco tiempo se retraía, buscaba contacto y lloraba que parecía desgarrarse por dentro. La niña divertida, valiente y payasita que es, se había vuelto una bebé indefensa.
—Lo más urgente ahora es dedicarle todo el tiempo del mundo —acordamos—. Dejemos de lado todos los planes y vamos a adaptarnos a lo que quiera hasta que esté recuperada.
Apuesto por tratar estas situaciones de manera similar a cuando vemos que nuestras hijas o hijos están enfermos, con dolor o con fiebre: dejando todo de lado para que puedan descansar, sentir consuelo y reponerse a través de los CUIDADOS.
Y lo peor era que su reacción parecía no perder intensidad con el tiempo.
«Coño. ¿Qué habrá pasado?» me preguntaba, sin caer en la cuenta de que daba igual la respuesta.
—Amara, ¿te puedo preguntar una cosa? —le pedí, mientras se refugiaba en brazos de su madre.
—Sí —dijo, sin mirarme.
—Me gustaría verte los ojitos, ¿puedes mirarme?
Giró la cabeza y sus ojos casi me traspasaban.
—Vaya… creo que sé lo que está pasando, ¿me dejas que lo adivine? —le pedí, aceptando de antemano un no por respuesta.
—Sí —respondió, escuetamente.
—Creo que has visto una cosa que no te ha gustado nada en el móvil, ¿verdad?
—Sí —dijo, y giró la cabeza, llorando.
Una de las ideas que tenemos metidas a fuego respecto al trauma es que “la herida no se toca”. Sin embargo, las niñas y los niños necesitan conectar con el dolor, con la compañía serena, amable y comprensiva de un adulto. Así, podemos prestarles nuestro LÓBULO PREFRONTAL cuando ellas y ellos lo tienen anulado, dando sentido a los acontecimientos que carecen de una narrativa que permita integrarlos.
—Vaya. Ha tenido que ser muy feo lo que has visto —dije—. Ojalá hubiéramos estado contigo. Estoy seguro que si hubieras estado con Ama o Aita no te habría afectado tanto.
Me volvió a mirar y, para mi sorpresa, asintió.
—¿Sabes lo que creo que está pasando?
Me miraba con los ojos muy abiertos, como si tuviera hambre de eso.
—Que te molesta mucho aquí… aquí… y aquí —dije, posando mis manos un ratito en su tripa, su pecho y su gaganta.
—Sí —dijo, y volvió a llorar, pero esta vez no me apartó la mirada.
—Ya sabes que llorar es súper bueno. Ayuda a que se vayan los nervios.
Cuando dejó de llorar, vi como se quedaba mirando hacia un punto fijo por encima de mi hombro.
—Umm… creo que sé lo que está pasando ahora. No sé si acertaré pero, ¿me dejas que lo adivine? —le propuse.
—Sí —dijo, conectando de nuevo con mis ojos.
—Creo que ahora estás viendo algo parecido a una película en tus ojos —me aventuré—. Es como si se repitiera dentro de ti el vídeo ese tan feo, que no te ha gustado.
—Sí —dijo, y noté como una ola de alivio nos recorría a ambos por dentro.
—Igual ahora te parece que esa peli siempre va a estar ahí, en tus ojos —le expliqué—, pero ya verás como, poco a poco, se va deshaciendo como un trozo de pan en la boca.
—¿Como una galleta?
—Eso es, como una galleta —dije, satisfecho de que me escuchara—. Igual hoy te da un poco de guerra pero, con muchos mimitos, seguro que se acaba ablandando.
Vale, aquí he metido un poco de literatura, pero he sido fiel a los sucesos. La cosa es que hay dos ideas clave: que el trauma se produce por la ausencia de respuesta protectora del mundo adulto, porque no han tenido la posibilidad de anticipar y prepararse para ese evento. La reviviscencia del suceso (flashback) es una OPORTUNIDAD para que puedan tener la experiencia que no han tenido. Esto es, vivirlo en compañía de un adulto, y ahora sabiendo exactamente qué es lo que va a pasar y cómo es el proceso.
—Voy a hacer una cosa que te va a sentar bien, ¿me dejas?
—Sí —respondió, más confiada.
Coloqué mi mano en su frente.
—Igual es ahí donde se ve esa película que da miedo, ¿no?
Asintió, y percibí como se desinflaba. Yo me sentía cada vez menos culpable y un padre mucho, pero mucho más competente.
Empecé a hacerle cosquillas en la frente.
—Creo que este mimito puede ayudar a que se vaya de tu mente.
Estuvimos así un buen rato. Mientras, mi mujer le acariciaba la espalda, y la recogía con un abrazo. Eso la relajó mucho y, viendo la comida preparada, pidió comer algo.
Bien, íbamos bien, si el estómago le pedía comer es que la tensión —al menos, la parte más gorda— se había liberado.
Comimos y echamos una siesta.
Cuando ella se durmió, mi mujer y yo hablamos. Por mi parte, sabiendo que ella se sentía fatal, traté de explicar lo que había pasado como una oportunidad, en vez de un fracaso.
—Lo peligroso es que nos quedemos con la idea de que, debido a nuestra torpeza, le hemos hecho daño —dije—. Tenemos que aceptar que sucesos como este son inevitables en la infancia. Y no pasa nada. La clave es que ella sepa que, cuando se sienta así, puede superar el evento recurriendo a nosotros. Eso es lo que le va a ayudar de cara al futuro, así que vamos a dejar de machacarnos y aceptar la idea de que sabemos hacerlo bien y, además, estamos de acuerdo.
Decidimos que esa siesta tenía que ser especial. Que, visto lo que había vivido, tenía que dormir todo lo necesario.
Pero me pudo la curiosidad y acabé pidiéndole el vídeo del mal rollo. Quería verlo para saber qué parte del mismo podía haberle afectado. Y… sí… vaya… había un par de secuencias que podían haber sido.
Como era previsible, la niña despertó mucho más animada. Estaba tan activa como siempre y tenía otra luz en los ojos.
Pero, al poco rato, y sin razón aparente, se vino otra vez abajo.
—Vaya, igual se te ha puesto otra vez la peli fea frente a los ojos —le dije—. Pero, ¿sabes una cosa?
Me miró rápidamente, y las cosquillas de su curiosidad me hicieron sacar una sonrisa.
—He hecho una cosa mientras dormías.
—¿Qué cosa? —preguntó.
—He visto el vídeo que te dio susto, ¿quieres que te lo cuente?
—Sí —dijo rápidamente la niña más valiente del mundo entero.
—Pues te lo cuento tal y como me acuerdo, ¿vale?
—Vale.
—Había una sirena que cantaba, que tenía la el pelo de color…
—¡Marrón!
—Y la cola de color…
—¡Verde!
Se le veía encantada de estar conmigo con su miedo y en esa historia.
—Y un pez de color…
—¡Blanco! ¡Con rayas negras!
—¡Eso es! —dije, sintiendo un enorme orgullo.
—Y un cangrejo, que tenía los ojos saltones y era de color…
—¡Marrones!
—Eso es. Y yo creo que sé qué es lo que te dio miedo, ¿te apetece que contemos ese cuento?
—Sí —dijo muy animada.
—Vale. Yo creo que Amara estaba viendo la película sola, porque ama había ido al baño, cuando, de repente, el cangrejo, que iba por el suelo, se encontró con una botella. La botella era de cristal y reflejaba las cosas. Así que, de repente, el cangrejo se asustó mucho al ver unos ojos muy grandes, gritó y se metió en una lata. ¡Vaya susto que se dieron el cangrejo y Amara!
—Sí —dijo, afectadilla pero mucho menos.
—Lo que no sabía el cangrejo es que esos ojos grandes ¡no era un monstruo! —dije— ¡Eran sus propios ojos!
Me miraba como diciendo, «¿de verdad? ¿qué me estás container?»
—Mira, que sí. Es como si la botella fuera como el espejo del baño. ¿Quieres jugar a lo que le pasó al cangrejo?
Para las niñas y niños expuestos a acontecimientos potencialmente traumáticos hay tres elementos clave, retomar el control, sentir la compañía de adultos regulados y protectores, y activar el movimiento (lucha, escape, etc.) para retomar la SENSACIÓN DE COMPETENCIA ante la amenaza.
—Sí —dijo, levantándose de golpe.
—Oye, que tenéis un antifaz de cangrejo —dijo mi mujer—, en la última puerta del armario.
Coño. Perfecto.
Y así estuvimos un buen rato. Yendo de lado hacia el baño, haciendo como si nuestras manos fueran pinzas, y viendo cómo aparecíamos de repente en el reflejo del baño.
Uy, qué susto. Pero cada vez más curiosidad y menos miedo.
Pasadas un par de horas, quiso contarle a su abuela lo que le había pasado. Mientras hablaban, me miró de repente:
—Aita, quiero ver el vídeo del cangrejo.
Me dio un golpe a la patata, y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
«No me jodas. Eres la mejor, y yo el maldito mejor padre del mundo.»
Ni qué decir que, a partir de entonces, los episodios de agobio, bloqueo y regresión, no se han reproducido.
Pero, lo mejor de todo, es que nos sentimos todos más poderosos y más a gustito.
Referencias:
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa
BENITO MORAGA, R. (2020). La regulación emocional. Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.
BERASTEGI, A. y PITILLAS, C. (2018). Primera alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos. Barcelona: Gedisa
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com