[…] Siguiendo con las metáforas, y aun a riesgo de ser simplista, a mí me gusta ver el malestar como un veneno, más que como un tumor que se debe extraer. […]
Os voy a contar un truki para encontrar DESTELLOS.
Los destellos son esos estímulos (externos o internos) que nos llevan a un estado de mayor SEGURIDAD.
Muchas de las personas a quienes acompañamos tienen una relativa facilidad en localizar e identificar sus GATILLADORES, estos son, los pinchazos que les llevan a activar un estado de inseguridad, peligro o amenaza; pero, paradógicamente, tienen dificultades para ver qué pueden hacer para sentirse mejor, a salvo y en calma.
Se puede discutir mucho acerca de por qué funcionamos así. Pero, quizás, una de las razones de peso es que mantenemos una visión médico-quirúrgica del mundo emocional. Es decir, que las soluciones pasan por identificar el problema (la enfermedad), comprender sus causas y actuar precisamente ahí, extrayendo el patógeno que genera el malestar. Y así vamos por la vida, con la mirada puesta en lo malo, prestándole toda nuestra atención, con la esperanza mágica de que así podamos sanar.
Siguiendo con las metáforas, y aun a riesgo de ser simplista, a mí me gusta ver el malestar como un VENENO, más que como un tumor que se debe extraer.
¿Se ve? Probablemente no, claro. Igual lo tengo que explicar.
Mi trabajo no es sacar el sufrimiento de los demás y tirarlo a a un depósito especial, sino en ayudar a las personas a encontrar el ANTÍDOTO que les pueda funcionar. Un antídoto es una molécula que encaja en el veneno, y ayuda a neutralizar su poder devastador, de manera que el veneno siga presente en el cuerpo, pero en una forma leve o inocua que el propio sistema puede procesar.
Podemos ver a esos destellos —los estímulos que nos llevan a la seguridad— como pequeños pinchazos que inoculan ese antídoto que reaccionará con el veneno para que lo podamos procesar mejor. Pinchazos que sólo funcionan si tienen toda nuestra atención, porque sólo así podemos confiar en ellos, al sentir y corroborar el impacto que tienen en nuestro cuerpo haciéndonos sentir mejor.
Pero, claro, si yo pregunto —a ti por ejemplo, que estás a mano— que cosas te hacen sentir en calma, protegida y segura, ¿qué me responderías?
Mucha gente se quedaría mirando al vacío, con cara de vaca que rumia, sin saber qué decir. Y no se reprochable: sencillamente es una pregunta que está fuera de nuestro marco de referencia cotidiano, porque nadie, nunca, nos ha enseñado a ver nuestra mente y nuestra experiencia así. Sin embargo, el sistema nervioso PENDULA, y del mismo modo que se va a la rigidez o al caos, también vuelve a la tranquilidad.
Pero, ¿por qué camino? ¿Gracias a qué?
—Creo que lo que le pasa a mi hija es que siente vergüenza cuando me ve —dijo.
—¿Vergüenza?
—Sí —respondió—, creo que todavía se siente fatal porque no terminó el curso, y se encerró en casa.
La niña llevaba mucho tiempo sin salir a la calle. Apenas salía de su cuarto, y había cambiado sus horarios de sueño, de manera que su actividad era predominantemente nocturna.
—Ya… y lo que parece una solución para su vergüenza, a la larga la estimula más… —añadí.
—Eso es.
Se quedó pensando.
—¿Y eso cómo te hace sentir a ti? —le pregunté a la madre.
Bajó la mirada.
—Me viene a la cabeza la palabra fracaso.
—Fracaso —repetí—. Suena muy fuerte.
—Lo es.
—¿Y qué crees que podemos hacer para que ella no se sienta así?
—Ojalá lo pudiera saber —dijo—; pero todo lo que hemos intentado empeora la situación.
—¿Te gustaría que explorásemos por un camino que seguramente no hayas recorrido?
—Vale —dijo sin mucho entusiasmo—. Nada se puede perder.
—Vale. Veo un hilo que une dos sentimientos —empecé—: una madre que siente fracaso y una hija que siente vergüenza.
Inmediatamente cruzó los brazos, y agachó la cabeza mirando hacia el suelo.
—¿Ves lo que ha hecho tu cuerpo?
—¿Qué?
—Es como una escultura del sentimiento de fracaso.
—Es verdad.
—Quédate ahí. No te muevas —le ordené con cariño—. La postura nos ayuda a conectar con lo que necesitamos sentir.
Se quedó quieta. Obediente.
—Vale. Ahora que estás conectada con esa sensación, me gustaría que me dijeras qué parte de tu cuerpo se siente más activa.
—Los hombros —respondió sin dudar.
—De acuerdo. Los hombros. Préstales atención un rato, y deja que te hablen y te digan qué gesto les ayudaría a sentirse un poco mejor. Sólo un poquito mejor.
Levantó un poco la cabeza y contrajo las escápulas, juntándolas por detrás. Se le escapó un suspiro de alivio, y vi como su cuerpo se erguía, adquiriendo una postura muy diferente: el pecho y la frente altas, transmitiendo una evidente sensación de seguridad.
Imité el movimiento.
Una.
Dos.
Tres veces.
Y cada vez hacía más evidente el suspiro de alivio que me salía, porque yo también lo podía sentir.
—Qué gusto, ¿no?
—Y te digo —dijo, sonriendo.
—¿Me dejas que siga un poquito más?
—Vale —aceptó renovada, con otra actitud.
—Ahora que estás conectada con ese movimiento tan agradable, en esa otra postura… ¿Qué pasaría si dejamos volar la imaginación?
—No lo sé.
—Yo tampoco.
—¿Lo hacemos?
—Venga.
Nos quedamos en silencio un rato. Se escuchaba tráfico en la calle, el tic tac de un reloj, y a un perro ladrar.
—¿Sabes lo que me ha venido a la cabeza? —dijo de repente.
—No.
—Ella tendría 5 años, y yo… a ver… ¡46! —empezó a narrar—. Era un día de sol… le propuse que hiciéramos una tarta juntas. Pensaba que la íbamos a liar. Y para nada. Nos quedó la mejor tarta del mundo. De verdad, brutal. Tenías que ver su carita al comerla. ¡Que orgullosa estaba!
—¿Y tú?
Se le humedecieron los ojos, y paró en seco.
—Yo… —balbuceó—. Yo también.
Las historias de dolor lo impregnan todo. Es como una playa hermosa manchada de petróleo. Sólo se ve y se huele el chapapote, nada más. Sin embargo, las piedras siguen ahí, las olas siguen rompiendo en las rocas, y sigue habiendo peces nadando por ahí.
Con el sufrimiento pasa parecido. Todo se lee en clave de dolor. Olvidamos los buenos momentos que siguen siendo parte de nuestra historia, y que nos recuerdan de que somos personas COMPETENTES, con VALOR, y que merecemos CUIDADOS cuando lo estamos pasando mal.
Y es conectar con esos momentos buenos, cómodos, cálidos, ilusionantes, solidarios, lo que va configurando un REFUGIO SEGURO al que recurrir cuando las cosas se tuercen o el mundo nos trata mal, con la certeza de que, tras esas paredes, nos podemos lamer las heridas y sanar.
Lo que permite a nuestro sistema nervioso retornar a la SEGURIDAD y la CALMA cuando las cosas se ponen mal, activando en BUEN TRATO hacia nosotros mismos que, a veces, no nos surge o no dejamos entrar.
Necesitamos sentirnos con valor para tratarnos bien.
Y a ti, ¿qué te lleva hacia la seguridad?
* Caso ficticio. Basado en experiencias reales.
Referencias:
GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor.Barcelona: Planeta
DANA, D. (2019). La teoría polivagal el terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2017). Profesionales portadores de oxitocina. Los buenos tratos profesionales.Madrid: El Hilo Ediciones.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com