Hay momentos en los que las niñas y niños son especialmente sensibles al buen trato. Es como si una puerta se abriera para dejar paso a la bueno. Pero, a veces, no es tan fácil identificarlos.
—¿Cómo crees que está tu hija ahora?
—Se ha quedado llorando en la cama.
—Y a ti, ¿qué cuerpo se te ha quedado?
Se hizo un silencio a través del teléfono.
—Pues estoy muy abatido —respondió finalmente—. He llorado mucho. Estoy muy triste.
—¿Estás en casa?
—No. Con el disgusto me he ido a casa de mis padres. Necesitaba reponerme de lo que ha pasado.
Lo que había pasado es que su hija adolescente se había negado en redondo a ir a la escuela y, tras una severa discusión, se había quedado en casa.
La secuencia podría resumirse así:
La adolescente se levantó refiriendo un fuerte malestar general, principalmente dolor de cabeza. El padre, que ya se había visto en otras como esta, interpreta que es una mera excusa para no ir a clase, por lo que insiste en que tiene que cumplir con su deber y asistir a la escuela. La chica asume una actitud oposicionista, y afirma que no va a ir, se ponga como se ponga. El padre responde con mas insistencia, fomentando sin querer la escalada. Finalmente, la chica llega a un punto de corte, en el que se rompe y empieza a llorar con mucho sentimiento y angustia. En ese momento, el hombre conecta con su sufrimiento, cede, y le deja que se quede en casa, sintiéndose fatal por haber sido “débil” y dejar que la niña “se salga con la suya”. Con esa sensación de vergüenza, es decir, de ser un mal padre, se refugia en casa de los abuelos, que siempre tienen unas palabras de ánimo que le permiten retomar su vida.
—Te voy a decir una cosa, pero necesito que abras mucho los oídos —le propuse—. Es algo que seguramente te sorprenda.
—Vale.
—Creo que estamos en un momento especialmente bueno —dije,despacio, a propósito, con intención de sorprenderle.
Se quedó callado al otro lado del aparato.
—Tu hija, habitualmente, se relaciona contigo escasamente, a través de un muro de hielo —es decir, con una actitud desafiante, distante y oposicionista—. Cuando está situada así, que es en la mayor parte de las ocasiones, es muy difícil entender cómo se siente, hablar con ella, y hacerle llegar mensajes importantes como, por ejemplo, te quiero, confío en ti, estoy contigo o te comprendo.
—Es verdad —dijo, anticipando lo que podía venir luego.
—Lo que parece que ha pasado ahora es que vuestra discusión, por lo que sea, ha derribado ese muro de hielo, y se ha abierto una VENTANA DE OPORTUNIDAD para que podáis conectar y sentiros cerca y “sentidos” —le expliqué—. Como tú mismo me has señalado, ella está abatida, llorando en la cama, y tú estás posicionado en la tristeza. Es el escenario perfecto para cuidaros.
—Nunca lo había visto así —dijo, e intuí cierta esperanza.
—Porque… ahora que podemos verlo con cierta distancia, ¿qué ha pasado para que tu hija pase de la oposición y la agresividad, al llanto?
—La verdad, no lo sé.
—Piensa un poco. Es muy importante.
—Me viene a la cabeza una cosa, pero no sé si es importante.
—Dime.
—En nuestra discusión, hay un momento en el que me reprocha que no le entiendo y nunca le ayudo —me explica—. Cuando me dice eso, me sube una cosa por la garganta y se me saltan las lágrimas, porque siento que es cierto. Como no quiero que me vea así, me marcho abatido.
—¿Y ella qué hace?
—Grita de dolor y rompe a llorar.
Me quedé callado. Él no dijo ni me preguntó nada. No se oía nada al otro lado del teléfono. Hice un esfuerzo, y dejé que el tiempo pasara, hasta que él iniciara la conversación de nuevo.
—Joder… —terminó diciendo.
—No sé… Con lo que has pensado y sentido ahora, ¿qué te gustaría hacer?
—Estar en casa con ella —respondió—. Pobrecita, lo está pasando fatal, allí llorando sola.
Las niñas y niños con actitudes desafiantes y oposicionistas ponen a los adultos ante retos formidables. A menudo, su actitud nos duele en nuestra autoestima como madres, padres o profesionales. Además, cuando bloquean la comunicación, resulta imposible acceder a ellos, lo cual, nos da la falsa sensación de que no se puede llegar a ellas y ellos, y no se puede hacer nada para que la situación mejore.
Sin embargo, debemos aceptar la premisa de que ellas y ellos NO SON el desafío y la oposición, sino que tienen buenas razones para comportarse así, bien del presente o del pasado, y prestar atención a esas VENTANAS DE OPORTUNIDAD en las que caen las defensas y se muestran vulnerables porque es ahí, y justo ahí, donde más pueden disfrutar del BUEN TRATO que necesitan para volver a confiar y reordenarse por dentro.
En estas niñas y niños tan controlados, la rabia suele ser esa primera expresión de la vulnerabilidad. Si las personas adultas sabemos comprender o conectar con los BUENOS MOTIVOS que tienen para sentirse así, quizás en algún momento puedan trasladarse a la tristeza, que suele ser mucho más reparadora.
Y tú, ¿cuál sientes que es la ventana de oportunidad en ese caso difícil con el que trabajas o para tu hija o hijo?
Referencias:
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa
BERASTEGI, A. y PITILLAS, C. (2018). Primera alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos. Barcelona: Gedisa
NARDONE, G. (2015). Ayudar a los padres a ayudar a los hijos: problemas y soluciones para el ciclo de la vida. Barcelona: Herder
SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria
* Relato ficticio basado en intervenciones reales.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com