[…] Desde el primer momento, le encantó la idea. Ahora tocaba montar el drama. La, la, la, vamos por el hospital —cantábamos—, qué tranquilos estamos, ya sabes, hija mía, que no pasa nada, que te vas a dormir conmigo, la, la, la, hola, médico, qué buen día, pues nada, que estamos muy contentos, pero oye, oye, ¡¿Qué pasa?! […]
—Aita, no quiero jugar sola.
Megagoenmiputavida. Me acababa de tumbar con la idea de echarme la siesta, pero era el momento ideal: estábamos mi mujer, la niña y yo, tranquilos, sin otra cosa que hacer en el mundo.
—Vale —me salió como un gruñido—, se me ocurre un juego nuevo. ¿Qué te parece si jugamos a los médicos?
—¿A los médicos? —me preguntó, interesada.
—Sí, es un juego que mola mucho. ¿Te acuerdas del día en que te operaron? Vamos a regresar allí con la imaginación y vas a escapar de esa situación tan desagradable.
Salimos de la habitación y me pedimos a su madre que se uniera al juego. Ella aceptó sin problema —ya sabía de qué iba la vaina—, así que tomé a la niña de la mano, un poco apartada, y empecé a contar la historia:
«¿Te acuerdas? Llegamos al hospital contentos. Tú estabas muy tranquila. Yo te había prometido que no ibas a estar sola. Que te ibas a quedar dormida conmigo, y que no te ibas a enterar de nada. Pero, de repente, los médicos te llevaron. Lloraste un montón, gritando de miedo. No nos pudimos despedir con un beso ni con un abrazo, y yo me quedé discutiendo con ellos, fuera. Luego, te llevaron a un sitio muy raro, lleno de luces y cables, y lo peor de todo es que estabas sola, sin aita ni ama a tu lado.
Pues bien, tu misión en este juego es salir como puedas de esa sala, y reencontrarte conmigo. Puedes gritar, patalear, tirar cosas, correr, lo que sea. Pero no va a ser fácil, porque la médico —hice un guiño a su madre— hará lo posible para que te quedes dentro.
¿Te animas?»
Desde el primer momento, le encantó la idea. Ahora tocaba montar el drama. La, la, la, vamos por el hospital —cantábamos—, qué tranquilos estamos, ya sabes, hija mía, que no pasa nada, que te vas a dormir conmigo, la, la, la, hola, médico, qué buen día, pues nada, que estamos muy contentos, pero oye, oye, ¡¿Qué pasa?!
Su madre tomó a la niña con fuerza del brazo, y empezó a tirar de ella. Anda, vamos a operar, que ya es la hora. Yo reaccioné como lo hice entonces, en plan, esperad, no os la llevéis, que le he prometido que se va a dormir conmigo, no os la llevéis, que no, ¡¡Nooooooohhh!! Y ella se soló mientras yo dirigía la mano hacia ella. Pum. Portazo. Ella dentro y yo fuera.
La primera vez, volvió el bloqueo. Se quedó entumecida como —imagino— en el quirófano. A pesar de las instrucciones, no se podía mover, ni mucho menos pelear o huir. Entonces, escuché que su madre le recordaba que podía escapar, que era solo un juego.
¡Arrea!
No sé muy bien lo que pasó dentro, pero, pasado un ratito, la niña salió por la puerta. La vi un poco perdida y desconfiada. Yo abrí los brazos y tan sólo le grité ¡Amara! Y se subió como un Koala. Entonces, hice lo que me surgió de dentro, empecé a correr por la casa, con ella abrazada muy fuerte, gritando ¡Ay! que vienen los médicos, qué vienen, hasta salir por la puerta. Ufff, aquí, Amara, estamos a salvo. Madre mía, qué mal rato hemos pasado, pero qué gustito ahora. Estamos a salvo.
Sentí como se desinflaba en mis brazos.
—¡Otra vez! —pidió con fuerza, haciéndo el gesto de bajarse.
—Vale. Es que da mucho gustito.
# Las niñas y niños necesitan actuar la lucha y la huida, cuando debido a un bloqueo, estas han quedado atrapadas en el cuerpo.
La siguiente vez le costó menos. Aunque todavía no hacía demasiada fuerza, ya no estaba bloqueada. La tercera, pudo gritar; la cuarta, pudo darle una patada a su madre; la quinta se estaba partiendo de la risa. Alternamos dos versiones, en la que ella escapaba, y en la que yo entraba a rescatarla y salíamos corriendo por todo el hospital, hasta llegar a esa “casita” donde nos podíamos relajar, sentir que el corazón paraba, y tumbarnos a descansar, porque el peligro había pasado.
Pero lo que más le molaba era escapar ella.
La madre que me parió, creo que conté 15 veces.
En las últimas, a la niña ya no le apetecía escapar. Se tumbaba en la cama y remoloneaba, cachorreaba, y pedía mimitos. Fue la señal para sentir que algo dentro de ella se había liberado, y que podíamos cesar el juego.
—Quiero otra vez.
—Jugamos luego si quieres, te lo prometo. Pero ahora vamos a descansar un poco, que este juego cansa un montón los nervios, y estamos agotados.
En cuanto pude, le dije a mi mujer:
—Seguramente haya que jugar más, Mariña. Imagino que las pesadillas decrecerán en frecuencia e intensidad, pero tengo dudas de que cesen por completo. Vamos hablando.
Durante la tarde, estuvo más nerviosa que de costumbre. La lio más y estaba pegada como una “lapa”. A la hora de cenar no había quien la aguantara.
Dios mío, ¿qué hemos hecho?
Entendíamos que ese comportamiento era lo previsible y algo normal. A fin de cuentas, habíamos liberado la respuesta de lucha o huida de un evento traumático, y ahora a la peque le tocaba gestionar eso.
—Venga, vamos arriba a leer un cuento.
—¡Quiero el cuento del dragón de mamá! —no era casualidad que pidiera justo eso.
El cuento del “Dragón de mamá” es una metáfora que explica el malestar de los adultos. Habla de que mamá tiene un dragón dentro, que, a veces, echa fuego y le hace daño, y cuenta la experiencia desde los ojos de una niña.
—Aita…
—Dime.
—Yo también tengo un dragón dentro —me soltó, un escalofrío me recorrió la columna, y se me puso la piel literalmente de gallina.
—Anda, ¿de verdad? —contesté como pude—, ¿y dónde sientes ese dragón?
—Aquí —dijo, señalándose la tripita; y a mí casi se me caen las al entender que era el mismo miedo.
—¿Sabes? —dijo, entonces— este dragón también tiene unas palabras mágicas que lo despiertan.
Madre mía lo que estoy viviendo, pensé. Me está guiando ella para que nos hagamos cargo de lo que tiene atorado en el cuerpo.
—¿En serio? ¿Y cuáles son esas palabras mágicas que lo despiertan?
Breve silencio.
—Quete.
—Quete, ¿en serio?
—Sí, quete.
—¿Y hay otras palabras que le ayuden a dormir? —le pregunté ya más consciente de lo que iba a pasar y de lo que necesitaba.
Se quedó pensando.
—Lupi.
—¿Luuuupiiii? ¡No fastidies!
A ver… a ver, dilo, a ver si funcionan.
—¡Quete!
—Le eché la mano a la barriga y le empecé a hacer cosquillas.
Se descojonaba viva.
—¡Di lo otro! ¡Di lo otro! —le grité mientras se despollaba.
—¡Lupi! ¡Lupi! ¡Luuupiiiii! —insistió con fuerza.
Paré de inmediato y dejé que la tensión se disipara.
—¡Quete! —gritó, de repente.
Y así estuvimos un buen rato, sube y baja, baja y sube, conectados con la pendulación del sistema nervioso, del simpático al vagal ventral, y viceversa. Cosa que, las y los que trabajamos con trauma, sabemos que ayuda a conectar con la seguridad, a la par que se liberan las tensiones.
Cenó super bien y super tranquila.
Esa fue la primera noche que durmió sin pesadillas.
Hoy, han pasado 3 noches, y las pesadillas no han regresado.
Y yo me siento el puto mejor padre del mundo.
Porque había que ver con qué terror despertaba. Con el mismo con el que salió de la anestesia.
Madre mía. Cómo te dejaba el cuerpo.
Se me sigue erizando el vello.
* Nota. Hace tiempo que decidí dejar de hablar de Amara en mis textos. Creo que le debo cierta privacidad que le había usurpado. Pero sientoque esto lo tenía que contar en primera persona para que otras madres y padres que han vivido algo parecido a lo que a nosotros nos tocó vivir, puedan sentir que hay esperanza. Porque sí que se puede. Poneos en manos profesionales. Las niñas y niños que sufren #estrés_postraumático lo merecen. Gracias por escucharme.
Y sí, no me olvido. Hay que montar el pollo. Pero todavía no me he decidido sobre cómo hacerlo.
Otras lecturas que os pueden ayudar:
ALETHA J. SOLTER (2013). Juegos que unen: cómo solucionar los problemas de comportamiento de los niños mediante el juego, la risa y la conexión. Barcelona: MEDICI
BENITO MORAGA, R. (2020). La regulación emocional. Bases neurobiológicas y desarrollo en la infancia y adolescencia. Madrid: El Hilo Ediciones.
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
Gorka Saitua | educacion-familiar.com