[…] Por eso, cuando las tortugas se sienten amenazadas, meten su cabeza dentro del caparazón. Se aíslan del mundo y, ahí, se sienten seguras y tranquilas, pero también muy constreñidas. Está oscuro, respiran con dificultad y les cuesta mucho moverse. […]
Las tortugas son unos animales curiosos. No tienen velocidad para escapar, ni dientes o garras para atacar. Pero siempre llevan consigo un caparazón donde esconderse.
Por eso, cuando las tortugas se sienten amenazadas, meten su cabeza dentro del caparazón. Se aíslan del mundo y, ahí, se sienten seguras y tranquilas, pero también muy constreñidas. Está oscuro, respiran con dificultad y les cuesta mucho moverse.
Las tortugas se tienen que esforzar mucho para salir de ese encierro. Como no pueden ver bien el exterior, quizás sientan que el peligro permanece, por lo que su impulso suele ser quedarse dentro. Pero también saben que, si se quedan dentro demasiado tiempo, sus músculos flaquearán por falta de ejercicio y, después, podrían morir por falta de alimento.
Tienen que salir, aunque estén muy protegidas dentro.
Para eso, las tortugas tienen un truco para recuperar el valor y la fuerza. Es un truco que puede servirnos a las personas para salir de un bloqueo cuando nos sentimos amenazados y entumecidos, como tortuguitas asustadas.
Te lo cuento.
Lo primero que hacen las tortugas es tratar de mover las partes del cuerpo que puedan. Dentro del caparazón no se puede correr, ni estirar el cuello, pero, a veces, se puede mover un párpado, o estirar un dedito. Las tortugas saben que, si hacen esos pequeños movimientos, e insisten aunque no les apetezca, tarde o temprano empezarán a sentir que la sangre vuelve a fluir por su interior, y sintiendo algo de calor y escalofríos.
Son la energía y el valor que, poco a poco, se abren camino.
Las tortugas saben que moverse un poco dentro del caparazón no apetece y cuesta demasiado esfuerzo. Pero también saben que lo que hacen, aunque sea muy pequeñito, sirve para recuperar las fuerzas después de un susto tan gordo.
Las tortugas reconocen que tienen miedo, y no lo ocultan nunca. Saben que fuera puede haber amenazas y que, a veces, necesitan la ayuda de otra tortuga para chequear que en el exterior no pasa nada malo. Por eso, cuando empiezan a sentir que vuelven a la vida, piden ayuda a otra de su especie, para que mire alrededor y compruebe que no hay peligro.
Mientras, tratan de hablarse bonito. Se dicen que son tortugas, que pueden estar asustadas, y que eso no dice nada malo sobre ellas. Y se recuerdan que otras veces se sintieron así y lograron sentirse de nuevo vivas, disfrutando del aire fresco y limpio.
Pedir ayuda es complicado en esos momentos, porque confían en su caparazón más que en cualquier otra cosa. Pero saben que, aunque cueste un montón, hablar de su miedo y sentir el apoyo de los suyos estimula el cuerpo y le ayuda a volver a la vida. Por eso, lo hacen, y cuando otra tortuga —que sabe por lo que están pasando— les ayuda, les reconforta, y les dice que ahora sí, el entorno es seguro, se atreven a dar el primer paso, que es asomar un ojo por la puerta.
Mirar al exterior da mucho miedo. Porque siguen sintiendo que un animal peligroso puede salir de las sobras o de entre las hierbas. Pero, poco a poco, van comprobando que la otra tortuguita está en lo cierto, y van asomando la nariz, y alguna patita. Despacito, sin prisa, hasta que todo su cuerpo —salvo la espalda y la barriga, que siempre están cubiertas— queda fuera.
Entonces, echan la vista atrás y ven lo que ha pasado. Lo imposible que parecía estar fuera y sentirse seguras. Lo que costó mover un dedito, lo difícil que fue pedir ayuda, y el gustito que les dio sentir su cuerpo con vida, al aire libre, comiendo frutas ricas, en contacto con un mundo hermoso.
Recordar estos momentos les hace más sencillo recuperarse cuando vuelvan al caparazón en el futuro.
Tú y yo somos como tortugas. Y, si quieres, podemos hablar de las veces que nos hemos sentido así, bloqueados y entumecidos, con tanto miedo.
Y de cómo hemos salido.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com