[…] Nos olvidamos de que, a menudo, los síntomas que desarrollan las niñas, niños y adolescentes en el contexto familiar cumplen la función de darles seguridad en otros contextos, sobre todo, si hay figuras que deben cumplir un rol semejante a las figuras de apego. […]
Para Josu, provocar los gritos de su madre era la única forma de sentirla viva y anclada a su experiencia. En clase, su profesora acababa gritándole porque era la única forma de que respondiera e hiciera algo de caso.
Joane vivía en medio de un conflicto entre su madre, una mujer alcohólica, y su abuela, provocado porque la abuela se tenía que hacer cago frecuentemente de ella para cubrir a la madre, y ambas acababan reprochándose de todo en un intento de ser reconocidas en su forma de ser y cuidar. En el colegio, Joane está en el mismo lugar, asistida por una profesora bienintencionada que se va vinculado con ella, y que se enfrenta al claustro para hacer valer su forma de acompañar y cuidar.
Jokin aprendió en casa que la única forma de sentirse seguro es controlar a los demás. Se esfuerza afanadamente para que su madre y su padre, en medio de un divorcio conflictivo, cubran sus necesidades; pero, a cambio, sólo recibe la etiqueta de manipulador. En el colegio se ha producido una ruptura radical entre la parte del equipo que quiere asistirle, comprender sus necesidades, y que confía en su evolución, y el resto de docentes, que sólo pueden verle como un pequeño psicópata, agresivo y manipulador.
Esto no es extraño. Es lo habitual.
En los tres casos, las buenas intenciones del mundo adulto pueden tener el efecto de sostener o enraizar el síntoma, cuando no un resultado directamente retraumatizador.
Nos olvidamos de que, a menudo, los síntomas que desarrollan las niñas, niños y adolescentes en el contexto familiar cumplen la función de darles seguridad en otros contextos, sobre todo, si hay figuras que deben cumplir un rol semejante a las figuras de apego.
Sencillamente, necesitan estar en un contexto conocido y predecible para sentir un mínimo de seguridad; y los síntomas que articularon para sobrevivir son tan potentes y eficaces que pueden arrastrar a toda una institución, por muy profesionales y competentes que sean las personas que trabajan allí. Y, como para ellos es cuestión de supervivencia, creedme, van a insistir con unas ganas, una fuerza y una energía que puede arrastrar piedras, troncos y seres vivos, como un lahar.
Lo primero es verlo.
Hay que sentirse arrastrado por esa corriente para aceptar que, en efecto, hemos perdido el control. Y no pasa nada, porque es algo natural. Nadie puede contra las fuerzas de la naturaleza, sólo se pueden evitar o canalizar.
Lo segundo es entender qué necesidades cubre el síntoma en casa y —por ejemplo— en el contexto escolar. Y si no tenemos acceso a la casa o la información es escasa o difusa, no pasa nada, porque nosotras y nosotros, con nuestra actitud y comportamientos, probablemente estemos retroalimentando las formas de protegerse que ellas y ellos están poniendo en marcha, y eso, si somos un poco honestos en el equipo, es una fuente valiosísima de información.
Porque es ese conocimiento de las necesidades que cubre el síntoma y su conexión con nuestra propia necesidad de satisfacerlas, lo que nos va a ayudar a resonar con ellas y ellos y su dolor; y a encontrar la motivación necesaria —si se puede— para cubrirlas de manera anticipada, sin que ellas y ellos tenga que orientar su conducta impulsiva para lograr lo que sienten que necesitan para sobrevivir.
Y es que, lo que muchas veces pasa con estas conductas impulsivas, es que ofrecen pan para hoy y hambre para mañana. A corto plazo, satisfacen las necesidades; pero a largo, dejan a las niñas y niños como una uva pasa, como le paso, por ejemplo, a Joanne, cuya profesora salvadora se quemó de luchar por ella y enfrentarse a sus compañeras y compañeros, cogiéndose una baja por estrés que dejó a la adolescente vendida en un contexto para ella sumamente hostil. Fue entonces cuando la única solución de la cría fue atiborrarse de pastillas en el baño de la escuela, quizás, y entre otras cosas, en un intento desesperado de activar la intervención empática de un nuevo salvador que pueda sostener su sufrimiento, hasta que quemarse también.
Que no siempre se puede. Es verdad.
A veces, porque las peques o los peques están anclados en la desconfianza; otras veces, porque el equipo no cuenta con recursos para hacer golpe de cintura que se necesita para cambiar el modelo de trato o la metodología con el alumnado; y otras veces, porque la abuela fuma en pipa, yo qué sé.
Pero creo que siempre, repito, cambio y corto, SIEMPRE, merece la pena pararse a pensar porque, lo que parecen problemas irresolubles, muchas veces no son tan difíciles de solucionar, siempre y cuando aceptemos que las y los profesionales somos parte del problema, y que la actitud de las alumnas y los alumnos tiene más que ver con las condiciones de seguridad-inseguridad que les reportan las relaciones, que con rasgos de carácter o personalidad.
Y ahí, como figuras de apego, tenemos mucho, muchísimo que ver.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com