Un paraguas volando 

[…] Según me han contado, iba toda contenta con el paraguas que le había comprado su Amama, rosa, justo el que a ella le gustaba; y, de repente, una ráfaga de viento huracanado se lo arrebató de las manos, llevándoselo a través de la plaza a toda pastilla. […] 

La verdad es que se pegó un susto de muerte.  

Yo me había desviado a tirar la basura, por lo que no lo viví en primera persona.  

Según me han contado, iba toda contenta con el paraguas que le había comprado su Amama, rosa, justo el que a ella le gustaba; y, de repente, una ráfaga de viento huracanado se lo arrebató de las manos, llevándoselo a través de la plaza a toda pastilla.  

Pegó un grito desgarrador.  Mi mujer —qué poco me gusta esta expresión— salió corriendo a toda pastilla, intentando atraparlo, hasta que apareció una chica, lo agarró y se lo devolvió.  

Cualquiera con un pensamiento adultista pensaría que allí acababa la historia. Pero no. Durante el resto del trayecto se negaba a coger el paraguas, aunque el viento había cesado y no era posible que volviera a acontecer episodio como ése, porque estábamos entre edificios que nos protegían del viento.  

Durante el resto de la tarde, sacó en varias ocasiones lo que había pasado.  

—¿Dónde está el paraguas? —preguntaba, con expresión preocupada.  

Lo hacía una y otra vez, a intervalos casi regulares; y no parecía quedarse a gusto, aunque viera que estaba bien y le dijéramos que estuviera tranquila, que todo había pasado.  

No creo que fuera casualidad que esa noche durmiera mal, con un sueño ligero y bastante agitada. Seguramente, su cuerpo nos estaba pidiendo atención, contención y ayuda para liberar la tensión que había quedado bloqueada.  

Nuestra tendencia natural fue decirle que no pasaba nada, que todo había pasado y que las cosas estaban bien. Que no se preocupara. Pero, al día siguiente, valoramos que lo que Amara había sufrido era un pequeño —no tengo muy claro si debemos categorizarlos por su intensidad o tamaño— trauma.  

A fin de cuentas, el episodio cumplía con todos los criterios: un acontecimiento inesperado que le hizo sentirse violentada o muy vulnerable, y la ausencia de protección por parte del entorno. Y es que se quedó con el impacto, en medio de la plaza, sola; y cuando por fin pudimos darle lo que necesitaba reaccionamos de mala manera, en plan, tranki, tía, que ha sido una chorrada.  

A partir de ahí, decidimos aplicar algunas medidas de urgencia. No sé si son las mejores, pero fueron las que nos vinieron a la cabeza.  

Lo primero es entender que, tras la pregunta por el paraguas, realmente hay un intento del sistema nervioso de ordenar los acontecimientos y reprocesar la experiencia. Más allá del significado de la frase (“quiero ver el paraguas”) estaba probablemente la necesidad de revivir la historia, pero esta vez dentro de la ventana de tolerancia y teniendo control sobre lo que pasaba.  

De ahí que decidiéramos prestarle toda la atención del mundo a responder a esa pregunta, creando un relato, punto por punto, que ella pudiera entender, pero fiel a los acontecimientos: el cuento del paraguas.  

El cuento del paraguas es una excusa para hablar sobre el tema pero, sobre todo, para ir haciéndole preguntas que le permitan a contarse a sí misma su propia historia: ¿qué sentiste en la cara?, ¿en la mano?, ¿qué pensaste cuando te quedaste solita? 

Las preguntas ayudan a que el sistema de exploración permanezca activo, orientado a lo que pasó fuera y dentro.  

Y no hay que forzar nada. Su sistema nervioso lo pide, y lo disfruta.  

Pero, sobre todo, es una forma de ir legitimando y promoviendo paulatinamente un elemento clave: el juego. El juego es el recurso natural que las niñas y niños tienen de reprocesar el trauma, porque a través del juego pueden revivir la experiencia, pero desde un rol en el que se sienten activos (en vez de bloqueados), y resolver lo que quedó inconcluso y que, por eso mismo, sigue pidiendo una acción reparadora.  

Así, poco a poco, siguiendo su propio ritmo, podrá ir situándose desde la historia inicial, en la que ella sufre la agresión y se queda sola, a una intermedia, en la que sufre la agresión, pero recibe un abrazo, a —quizás, yo qué sé— otra final, en la que es ella la que va detrás del paraguas y, mira, lo atrapa.  

Al final, no podemos olvidar que es el movimiento el que desbloquea a la persona, y le permite reprocesar el trauma por sus propios medios.  


Referencias: 

GONZÁLEZ, A (2021). Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales. Bilbao: Planeta 

LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria 

MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2021). Pero a tu lado. De la parentalidad positiva a la crianza terapéutica. Madrid: El Hilo Ediciones. 


Gorka Saitua | edcuacion-familiar.com 

Un comentario en “Un paraguas volando 

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