Atención al marco: revolverse desde dentro

[…] Cuando cuestionamos los aspectos que tienen que ver con la obra, tenemos la sensación de que estamos tratando con cuestiones de las que se puede hablar, porque no cuestionan el equilibrio imperante; mientras al que cuestionar el marco, solemos tener una sensación de peligro o amenaza que va más allá de lo que parece razonable en ese momento. […] 

Quizás, la realidad de la intervención social pueda verse —metafóricamente— como una obra de arte, en la que pueden distinguirse dos partes: la obra propiamente dicha, y el marco.  

La obra constituiría el conjunto de creencias, ideas, acciones, que construyen nuestra práctica en el contexto en el que está inmersa; mientras que el marco sería algo así como todos esos valores, significados, normas y lo que sea, que constituye una barrera inquebrantable para el desempeño de nuestra labor.  

Lo que define en la práctica al marco es la respuesta visceral del resto de profesionales cuando una persona lo cuestiona, normalmente desacreditándolo al tacharle de loco, irracional o flipado de la vida.  

Cuando cuestionamos los aspectos que tienen que ver con la obra, tenemos la sensación de que estamos tratando con cuestiones de las que se puede hablar, porque no cuestionan el equilibrio imperante; mientras al que cuestionar el marco, solemos tener una sensación de peligro o amenaza que va más allá de lo que parece razonable en ese momento.  

Por ejemplo, yo puedo decir con relativa facilidad que podemos mejorar el diseño de nuestros informes, porque no trasladan bien la información a la entidad pertinente; pero difícilmente me atreveré a cuestionar así, en alto, la existencia de esos mismos informes, porque forman parte de una estructura de significados que legitiman, de alguna manera, nuestra intervención o nuestro trabajo.  

Y es precisamente eso, el marco, lo que define nuestra intervención y nuestro compromiso, de la misma manera que un WC puede ser un sitio donde cagar en un sucio bar, o una genialidad en el MoMa de Nueva York. Y sólo cambia el maldito marco, que es lo que da valor a la obra.  

Sin embargo, cuando miramos hacia las fronteras, es decir, hacia el marco, vemos que dichos límites son más endebles de lo que parecían, y que muchas cosas de las que pensamos, sentimos o hacemos, no están debidamente fundamentadas. Por ejemplo:  

  • La diferenciación radical que se hace entre profesionales y personas beneficiarias de los servicios; 
  • O, como hemos dicho, los informes como vehículo para transmisión de una información que, siento decirlo, siempre es muy subjetiva y sesgada;  
  • O la diferenciación entre trabajadores del sistema público y privado, y sus gradientes en el ejercicio del poder;  
  • O los sistemas de formación basados en la diferencia radical entre el discípulo y el maestro;  
  • O las estructuras de género que también invaden nuestras profesiones, en las que las mujeres son muchas más, pero lo hombres somos quienes tenemos una proyección pública y de liderazgo; 
  • O la mercantilización de la salud mental que la convierte en un privilegio de clase, que marca la diferencia con las personas menos afortunadas; 
  • O el mero hecho de que personas, como yo mismo, recibamos un sueldo —beneficio económico— gracias al sufrimiento de terceros, con los intereses vinculados a eso; 
  • O que entidades con un claro componente asistencial o caritativo sigan llevándose concursos públicos; 
  • O que se permita, de manera tácita, hacer negocio con los contratos públicos; 
  • O la clasificación de nuestra intervención según colectivos: prostitución, menores, ancianos, delincuentes, drogatas, etc. Como si pudiera aplicarse criterios técnicos al sufrimiento que padecen.  
  • O la utilización de categorías diagnósticas o valorativas que clasifican a las personas; 
  • Etc.  

Cosas, todas ellas, que, si me paro a pensar, me da vuelta a la cabeza, pero que no puedo exponer en público porque la misma gente en quien confío podría sentirse amenazada, y yo, que soy parte de la manada, con ellas y ellos.  

Lo que sí tengo claro, es que cualquier tipo de posicionamiento político —entendiendo la política como el arte de influir en la organización y estructura social— tiene valor cuando se cuestiona el marco; porque cuestionar ese marco es lo que nos permite avanzar y no seguir haciendo más de lo mismo, con la legitimidad y comodidad que nos facilita el marco anterior, que a todas luces está fallando.  

Creo que debemos empezar a poner más atención a lo importante, a saber, lo que da valor a la obra: el marco. Pero sabiendo que dicho marco se sostiene en todo lo que nuestras formaciones han naturalizado o normalizado, hasta el punto de que se nos ha vuelto invisible, legitimando el maltrato que diaria y sistemáticamente ejercemos contra las personas que más sufren.  

Cuestionar el marco es apostar por una intervención social genérica —válida para todas y todos porque la vulnerabilidad es una característica de todo el mundo—, en la que se atienda a las personas como gente que sufre, y no como problemas que la sociedad debe resolver porque implican un pinchazo de vergüenza para las y los viandantes, o para los datos con los que quiere presumir el político narcisista de turno.  

Toca excavar hacia los límites, como arqueólogas y arqueólogos del buen trato, visibilizando esos límites que hemos aceptado porque, oye, son así, van a ser así, y son lo más normal para nosotros. Veremos, con una adecuada reflexión, que, hostia, o no estaban donde pensábamos o no estaban tan claros.  

Pero para ti, ¿qué elementos conforman nuestro marco? 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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