[…] Imagina que flotas en un pequeño bote, en medio de una tempestad. Cuentas con la madera que te sostiene y unos remos que te ayudan a empujar la embarcación para aquí o para allá; pero también te empuja un viento feroz mientras te sube y te baja un oleaje contra el que no te puedes defender. […]
Quienes trabajamos en esto a menudo nos encontramos con preguntas del tipo: «¿cómo hago para…?»
… para que mi hija se porte bien, para que se alimente de manera saludable, para que mi pareja entienda mi postura, para que remita el síntoma, para…
La peña me pide recetas como si existiera una relación lineal entre lo que hacemos y lo que conseguimos en la vida.
Sin embargo, las cosas no son así.
Imagina que flotas en un pequeño bote, en medio de una tempestad. Cuentas con la madera que te sostiene y unos remos que te ayudan a empujar la embarcación para aquí o para allá; pero también te empuja un viento feroz mientras te sube y te baja un oleaje contra el que no te puedes defender.
A veces, si el clima es benévolo y la embarcación robusta, conviene reforzar la embarcación; pero, en la mayor parte de las ocasiones, la climatología es una fuerza caótica, necesariamente mucho más potente que cualquier fuerza que se pueda ejercer.
En estos casos, la mejor forma de sobrevivir no es remar contra el viento, la corriente y las mareas, sino dejarse llevar. Surfear, confiando en que sean las propias olas las que nos lleven a una playa o al mar en calma que permita dirigir la nave con cierto control.
No sé si me estoy explicando bien.
Quienes divulgamos contenido, normalmente nos centramos en la barca, es decir, en lo apolíneo, lo que está regulado por el lenguaje, lo racional; pero nos olvidamos de las fuerzas caóticas, inabarcables, desconocidas, dionisíacas, que remueven las relaciones o nuestro mundo interior. Y, cuanto más profesionales queremos parecer, más nos olvidamos de lo que importa, a lo que el pensamiento no puede llegar.
Sin embargo, están ahí. No como algo de lo que se pueda prescindir, sino en la raíz de lo que sentimos y padecemos, como un tumulto inconsciente que arrastra a veces a favor, a veces en contra de nuestra voluntad.
¿Cómo acceder a ese mundo?
¿Cómo fluir con él para poderlo “surfear”?
Hay muchas herramientas que se pueden aplicar, pero todas ellas están relacionadas con el arte. Pero con el arte como mero instrumento de reflexión, sin una teleología que le imponga cierta ruta racional.
El arte que convierte lo dionisíaco en bello, nada más. La música, la narrativa, la danza, la escultura, el dibujo, el teatro, sentidos como juegan las niñas y los niños: como el sencillo fluir del propio mundo interior. Eso sí, con la incorporación frecuente de lo apolíneo, que ayude a remar en la parte menos peligrosa de la ola, o que contenga los ánimos cuando la embarcación supere la cresta y comience a caer, incorporando cierto criterio de realidad.
¿Os habéis dado cuenta? Las niñas y los niños todavía mantienen esa capacidad. Cuando sufren algún impacto, suelen pedir jugar a lo que pasó; y si su sistema relacional es sano, con una compañía que les contenga y les ayude a resolver el suceso que les pudo congelar.
—Quiero jugar a que se lleva el viento el paraguas —nos pedía mi hija, tras un momento de terror.
Eso es justo lo que hay que reactivar en los procesos que acompañamos, con niñas, niños, adolescentes, personas adultas… qué más da. El arte permite explorar las propias emociones dentro de la ventana de tolerancia y, lo que es mejor, ayuda a movilizar el cuerpo actuando como un antídoto contra la impotencia y la indefensión. Porque el arte es movimiento conectado con lo dionisiaco, con el cuerpo, con el sistema nervioso autónomo: es subir y bajar por la ola, acojonados, gritando, pero sintiéndonos lo suficientemente seguros para pasarlo bien.
Y, a menudo, las relaciones no necesitan tanto de una racionalidad, sino de justo ese “buen fluir”, porque necesitan de sentirse agradables, divertidas y sanas, aunque no sepamos donde nos van a llevar.
Así que dejemos de lado todos los porqués y los paras, sintiéndonos y observándonos sin juicio, con la curiosidad que despierta una buena historia o una pintura inspiradora.
Dejémonos de hostias. Los profesionales deberíamos cantar nuestro trabajo.
Sí, cantar.
¿Os dais cuenta de este potencial?
La madre que me parió.
Referencias:
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
NIETZSCHE, F.W. (1872). El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música. Proyecto Espartaco
RANCIÈRE, J. (2010). El maestro ignorante. 5 lecciones sobre emancipación intelectual (edición revisada). Barcelona: Laertes Educación
VAN DER KOLK. B, (2015). El cuerpo lleva la cuenta. Eleftheria: Barcelona
Gorka Saitua | educacion-familiar.com