Rompiendo moldes: la autorregulación de la comida

[…] La idea es que ella sí que pueda desarrollar una buena relación con la comida. Y, para ello, es imprescindible que se autorregule los alimentos. Es decir, que sea consciente de lo que su cuerpo le pide y necesita y, aunque haya un menú, claro, pueda buscar si quiere otra cosa que le haga sentir más satisfecha. […]

Una cosa que me cuesta mucho es confiar en la autorregulación de la alimentación.

En casa tenemos nuestro tema con la comida. Tanto mi mujer como yo hemos tenido y tenemos sobrepeso, y una historia de mala relación con la comida: imposiciones, dietas, fracasos, rebotes, etc.

Los dos hemos sufrido por gordos, y no queremos que nuestra hija pase por lo mismo.

Desde una perspectiva tradicional, esto se consigue regulando lo que come. Es decir, dándole sólo alimentos sanos y naturales, y restringéndole dulces, grasas chungas y otras mierdas, explicándole qué es sano y qué no lo es, argumentando bien las decisiones, ¿verdad?

Esa es la historia de nuestra vida y está claro que no nos ha servido de nada.

Fué mi mujer quien empezó a leer y estudiar, y me propuso romper el ciclo, haciendo las cosas de manera radicalmente diferente.

No me jodas, ¿en serio?

Para mí, tenía que existir cierta rutina con la alimentación, en plan desayuno, amaiketako, comida, merienda y cena; y un orden determiando en la presentación de los platos, primero, segundo y postre. La idea es que esa estructura alimentaria se vaya interiorizando y regulando apetito y organismo.

Sin embargo, su propuesta era radicalmente diferente: que coma cuanto quiera y lo que quiera, sin restricciones de ningú tipo, según su cuerpo se lo pida, eso sí, evitando tener en casa demasiadas mierdas.

Cosa que cuadra a la perfección con los principios que manejo sobre regulación del sistema nervioso, así que, hala, me lo creo.

Lo último no era complicado. Siempre hemos comido bastante natural y evitado —que no prohibido— los procesados. Pero eso de comer minutos antes de la hora de la cena un bizcoho, iba en contra de todo lo que había escuchado y vivido.

«No le des de comer eso a la niña ahora, que luego no prueba la comida.»

Ya véis, como si el bizcocho no fuera comida, sino un cuerpo extraño.

La idea es que ella sí que pueda desarrollar una buena relación con la comida. Y, para ello, es imprescindible que se autorregule los alimentos. Es decir, que sea consciente de lo que su cuerpo le pide y necesita y, aunque haya un menú, claro, pueda buscar si quiere otra cosa que le haga sentir más satisfecha.

Y nunca, repito nunca, hacer nada parecido a una dieta. Que las dietas lo único que propician son los trastornos de la conducta alimentaria y el efecto rebote.

Si es una galleta de chocolate, bien; tan bien como si fuera una manzana.

¿Nos tiramos a la piscina y a ver qué pasa?

Bufff… sudores fríos por el ojete.

Es lo que pasa cuando uno se sale de lo que ha vivido. Se mantiene el culo bien apretado, hasta que empiezan a verse resultados consolidados: por ejemplo, que la niña no adquiere sobrepeso y, lo más sorprenente, que no da más valor a los dulces o las grasas, respecto a otros alimentos.

Coño, qué sí que le gustan, claro, pero no más que los tomates, el pescado o la fruta fresca.

En casa, por ejemplo, nunca decimos "no me gusta", sino que lo hemos cambiado por "no me apetece", que es mucho más adecuado a las circunstancias. 

Ahora, por ejemplo, anda trincando manzanas que da gusto.

Lo que me resulta más complicado es no otorgar yo un valor a los alimentos. Me he criado en la cultura de que una ensalada es sana, y un bollo de mantequilla la muerte misma, y romper con estos criterios impuestos se me hace especialmente complicado. Incosncientemente, trato de reforzar lo que en mi fuero interno es una “dieta sana”, sin acabar de asumir por completo que sano es lo que el cuerpo necesita y, sobre todo, tener una buena relación con la comida, que pasa por ser consciente de lo que necesitamos, de la sensación de saciedad, de lo que comemos, y de cómo nos sienta haberlo comido, tanto en términos de placer —que es imprescindible—, como para regular el estado del organismo a través de los nutrientes.

Y eso se consigue, como la autorregulación emocional, no tanto con pautas o imposiciones, sino con un acompañamiento amable que confíe en la capacidad del organismo para buscar, elegir y encontrar justo lo que necesita.

A fin de cuentas, los adultos no estamos ahí dentro.

¿Quiénes somos para decidir qué necesita?


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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