[…] No sabéis el esfuerzo, el maldito esfuerzo, que conlleva revelar este tipo de maltrato. […]
Cuando una niña, un niño o adolescente revela #acoso_escolar, suele hacerlo con una gran desconfianza en el mundo adulto.
Esa desconfianza, muy habitualmente, se sostiene en dos pilares fáciles de comprender. Por un lado, suele ser habitual que haya sufrido multitud de agresiones, humillaciones y desprecios sin que nadie le haya sabido o podido proteger; pero, por otro lado, su sistema nervioso suele estar colapsado.
No sabéis el esfuerzo, el maldito esfuerzo, que conlleva revelar este tipo de maltrato.
Lo hemos dicho una y mil veces por aquí, pero siempre es buen momento para recordarlo: cuando alguien sufre una amenaza de la que no se puede proteger, suele producirse un “apagón” que dura mucho tiempo y cursa con una sensación abrumadora de irrealidad, desconfianza, impotencia y vergüenza por no poderse proteger como se supone que es debido.
Por eso, cuando esas personitas llegan, por fin, al despacho del tutor o del director, rara vez encuentran la respuesta que necesitan.
La revelación de un caso de acoso escolar desestabiliza la “pax” de la comunidad educativa, obligando a un montón de personas a salirse de su círculo de seguridad y tomar decisiones de alto impacto, no sólo con la víctima y su familia, sino también respecto a lasbo los acosadores, los suyos, y las y los testigos mudos.
Lo normal es que la persona que recibe “el notición”, también se desborde, máxime cuando puede prever la reacción de otros adultos que, como la suya, probablemente no sea la correcta.
Se encuentran, entonces, dos sistemas nerviosos colapsados, en reflejo de muerte: el de la alumna o el alumno afectado, y el de la profesora o profesor abrumado.
Eso explica por qué las niñas, niños o adolescentes acosados repiten —cuando por fin pueden hacerlo— las mismas historias, todas ellas de terror e indefensión absoluta:
«No hicieron nada. Me dijeron que iban a vigilar más, y hasta ahora.»
«Me interrogaron como si yo fuera culpable, y ellos los jueces que debían valorar los hechos.»
«Nunca más volví a escuchar nada sobre el tema.»
Cosas que, quizás, algunas veces, no se correspondan con los hechos, pero que son lo que impactará de por vida en un cuerpo que, en el bloqueo, sólo podía anticipar una respuesta de mierda y muchas, muchísimas, hostias.
Así que, amigas y amigos, toca articular medidas excepcionales para las niñas y niños que revelan acoso en la escuela. No puede ser que nos limitemos a cumplir unos protocolos hechos a la medida de los adultos cuya prioridad es, demasiado a menudo, lavarse las manos.
Los acosadores deben saber, por supuesto, que se exponen a medidas sancionadoras, y que tienen una responsabilidad penal que, en caso de ser imputables, puede recaer en su familia; pero también que su actitud y acciones pueden movilizar la intervención de los servicios sociales, porque lo que han hecho, hacen o están haciendo habla más del riesgo que ellas y ellos padecen, que de la indefensión de la víctima.
Pero la chica o el chico afectado debe obtener, por encima de cualquier cosa, la protección y el acompañamiento que necesita, por parte de una persona de referencia que pueda estar ahí, en estado de integración y calma, conectando con él o ella, a pesar de que su sistema nervioso esté desconfiando de toda proximidad y apoyo, entendiendo que esa sensación desagradable que puede manar de esa persona es otra constatación más de lo mal que lo está pasando. Y que sólo una permanencia estable, sostenida y resonante desde lo más interno, va a ayudarle a liberar la presión, el estrés y el cortisol que, literalmente, lo está hundiendo.
Ojalá en unos años puedan escucharse otras historias:
«Estuvo conmigo hasta que me derrumbé en sus brazos. A partir de ese momento, volví a sentirme viva.»
«Nunca, nadie, me había hecho sentir tan visible y tan importante, como esa persona.»
«Tuve la seguridad de que, aunque me pegaran, ya no podían hacerme daño, porque todos, absolutamente todos los profesores, estaban a mi lado.»
Qué tranquilizador sería empezar, sólo empezar, a escuchar eso.
Referencias:
BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
Gorka Saitua | educacion-familiar.com