[…] Estaba siendo difícil. Habíamos invitado a unos amigos y a sus hijos a comer a casa y, al llegar, los niños se habían puesto a explorar sus cosas, invadiendo su espacio. En consecuencia, ella había reaccionado exigiendo que no tocaran sus cosas e, incluso, en una ocasión le había arrebatado a otro niño un juguete de las manos. […]
Cuando cerramos la puerta, rompió a llorar.
—Escúchanos, Amara, porfi—dije.
Ella apartó la mirada. A intensidad de su llanto se incrementó.
Le dimos un poco de tiempo para que liberara la presión. Era evidente que lo estaba pasando fatal.
Cuando pareció un poco más aliviada, continué:
—Ya sé que es difícil. No te vamos reñir, sino a decirte una cosa que te va a hacer sentir mucho mejor.
Conectó con la mirada. Parecía desconfiar un poco de lo que estábamos diciendo.
—Sabemos que está siendo muy complicado…
Estaba siendo difícil. Habíamos invitado a unos amigos y a sus hijos a comer a casa y, al llegar, los niños se habían puesto a explorar sus cosas, invadiendo su espacio. En consecuencia, ella había reaccionado exigiendo que no tocaran sus cosas e, incluso, en una ocasión le había arrebatado a otro niño un juguete de las manos.
—Pero vamos a hacer una cosa: esta puerta va a estar siempre cerrada —dije, señalando a la puerta del dormitorio—. Si en algún momento necesitas estar a solas con ama o conmigo y descansar, te prometemos que vamos a venir aquí, a estar solitos y en silencio, el tiempo que haga falta.
Se alivió de inmediato.
—Y hay otra cosa que debes saber, ¿me escuchas?
—Sí —respondió, por primera vez utilizando la palabra.
—Nadie se va a llevar tus juguetes —añadí—. Te prometemos que se van a quedar en casa, seguro. Los niños van a jugar un ratito con ellos, pero después de comer se van a marchar y van a dejar todas tus cosas dentro de casa. Fijo.
—¿Pero luego se van a ir? —nos sorprendió, preguntando lo evidente.
Este tipo de preguntas o afirmaciones, que nos descolocan, hablan de la sobreactivación del sistema simpático (respuesta de lucha), que llevan a la persona a desconfiar de los demás, y percibir el mundo como un lugar hostil que va a permanecer eternamente siendo peligroso.
—Claro. Luego se van a marchar. Tienen que ir a dormir a su casita.
—¿Y no se van a llevar mis juguetes? —preguntó, pidiendo confirmación sobre lo que le habíamos dicho.
—No. Tus juguetes se quedan en casa —respondí con más énfasis al ser consciente de lo importante que era para ella—. Y si hay alguno que no quieres dejar, podemos dejarlo aquí dentro. Ya sabes que esta puerta va a estar siempre cerrada, y que aquí no va a entrar nadie que no seas tú, ama o aita.
Me sorprendió un poco que no quisiera proteger ningún juguete, pero, ahora que lo pienso, es lo lógico, porque, ahora sí, tenía su sistema de compromiso social (vagal ventral) reactivado.
Tendemos a entender la disciplina como la técnica que permite conseguir que las niñas y niños hagan caso, obedezcan y, en general, se plieguen a las exigencias del adulto; pero yo prefiero hablar de disciplina como el arte de crear las condiciones, materiales y relacionales, que les ayuden a sentirse seguros.
—¿Nos quedamos un ratito más en la habitación?
—No.
—¿Quieres que bajemos poco a poco?
—Sí.
—¿Te apetecen unos gusanitos para abrir boca? —dije, ofreciéndole algo que hace poco le habíamos negado—. Creo que te los mereces con lo mal que lo has pasado.
—Sí.
Bajó encantada. Estuvo comiendo unos gusanitos a gusto con todos nosotros. Me mantuve cerca de ella un rato por si necesitaba seguridad o atención extra, o emitía señales que indicaran que debíamos volver a ese lugar seguro.
Poco a poco fue sintiendo curiosidad por los otros niños, hasta que bajó de la silla, y se animó explorar de cerca lo que estaban haciendo. Estuvo encantadora durante toda la comida, y jugando súper feliz un buen rato con uno de ellos.
Y nosotros, claro, felices y encantados.
—Quiero que me cuentes ese cuento —pidió.
—¿Qué cuento?
—El de Amara que jugaba con los niños.
Joder. Qué orgulloso me siento.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com