Que las niñas y niños pequeños lloren más o menos, sean más o menos demandantes, poco dice acerca de su sistema predominante de apego.
En mi última publicación he leído algunos comentarios que denotan angustia.
La angustia y la culpa no suelen ser buenos compañeros de viaje, sobre todo, en lo que a la maternidad y paternidad se refiere. Por eso, quiero hacer una aclaración, porque creo que el post ha dado lugar a una confusión que, no por ser frecuente, causa menos daño: la idea de que, para que una niña o un niño tenga un apego suficientemente seguro, debe ser tranquilo y bastante autorregulado.
Nada más lejos de la realidad.
Que no es así. Repito.
Es cierto, hay niñas y niños suficientemente seguros que son tranquilos, pero también inquietos como musarañas. Los hay que prácticamente no lloran, y que berrean a todas horas.
Lo primero que hay que entender es que, cuando una niña o una niño es pequeño, no tiene capacidad de regular sus estados de ánimo. Esa capacidad se desarrolla con el tiempo, cuando se produce un desarrollo neurológico que le permite, poco a poco, ir interiorizando EL TRATO que se le ha dado y se le está dando.
Se entiende bien con una metáfora muy cutre. Imagina que tu hijo es un coche. En un coche, hay diferentes partes, pero vamos a centrar la atención en dos de ellas: el motor y los frenos. El motor sería la sensibilidad y capacidad de su SISTEMA NERVIOSO para activarse y generar “energía”, mientras que los frenos serían el CÓRTEX PREFRONTAL, esto es, la zona del cerebro donde reside la conciencia y la capacidad de coordinar medios y fines, que además nos permite ponernos en el lugar de los demás.
Hay gente que tiene un seat 600, y otros un Ferrari de la pera. El seat 600 se apaña con unos frenos de tambor cutres, pero el Ferrari, para no estamparse, requiere unos cerámicos de mil pares de narices. Y claro, hay una diferencia de precio. Para las madres y los padres del 600, la cosa sale barata, con poca implicación emocional y esfuerzo; mientras que para los del Ferrari, la cosa puede resultar agotadora.
Porque, cuando las niñas y los niños son bebés, son como un coche sin frenos. El piloto o la piloto debe, entonces, sentarse al volante, presionar poco el acelerador, y frenar como Los Picapiedra, con los talones sobre el suelo. Ni qué decir que esto es relativamente fácil en el coche de los años 60, pero duele hasta hacer sangre con un deportivo de ahora.
Pero, además, no vale con tener motor (emoción) y frenos (función ejecutiva), sino que debe existir un buen ENGRANAJE entre ellos. Es decir, una buena conexión entre ambos, que permita la rápida transmisión de la voluntad del conductor, y un buen tacto de los instrumentos. En términos de la neurobiología interpersonal de Daniel J. Sieguel (2012), un buen estado de INTEGRACIÓN VERTICAL y HORIZONTAL, esto es, buenas conexiones entre las diferentes partes del cerebro: superior e inferior, y entre hemisferios.
Por eso, a mí, como profesional, no me preocupa que una niña o un niño pequeño llore mucho, o que sea más o menos tranquilo. Es la estructura básica con la que llega al mundo, algo difícil —si no imposible— de cambiar, sin negar o comprometer la esencia de esa persona y sin causar daño.
En lo que me fijo, para hacer una primera evaluación de cómo andan las cosas, es en como frenan esos padres y madres al volante del coche de los Picapiedra. Si lo hacen con cuidado y con tacto, si dan acelerones o si renuncian a la tarea, pensando que “ya se le acabará la gasolina” y frenará sólo. O yo que sé, si acaban a hostia limpia con el motor con la intención mágica de que así aparezcan los frenos. Porque una niña o un niño seguro es, antes de nada, alguien que CONFÍA en el piloto para evitar salir de la calzada y tener un accidente. Que, cuando la cosa se complica, suelta el volante, sabiendo que en la cabina hay alguien sabio, fuerte y amable a su cargo.
Muchas de las niñas y los niños seguros lloran, se desrregulan, se hiperactivan por cosas que a los adultos nos parecen chorradas, y la lían petarda. Coño, son niñas y niños que, además, pueden mostrar sus necesidades, porque viven en un ambiente de confianza. Pero también se apoyan en sus padres, madres o cuidadores de referencia, para ir hacia la calma. Aunque les cueste un huevo, porque son Feeraris de 800 CV, a los que les están naciendo los frenos.
Si confía en ti para como REFUGIO cuando se encuentra mal, andas por buen camino. Le estás estimulando para que confíe en el futuro en sus discos cerámicos, creando un buen cableado, y llevándole a sentir que lo que funciona son los cuidados y el cariño hacia un motor que es formidable, sin peros de ningún tipo.
No sé si lo he explicado bien. ¿Se ha entendido?
Gracias.
Referencias:
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Barcelona: Gedisa
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Fichas de trabajo. Barcelona: Gedisa
LOIZAGA LATORRE, F. (2016). Evaluación del apego-attachment y los vínculos familiares. Madrid: CCS
SIEGEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
WALLIN, D. (2012). El apego en psicoterapia. Bilbao: Descleé de Brouwer
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com