Reconocer, sentir y estimular la pendulación es uno de los pilares desconocidos de nuestra RESILIENCIA. Es decir, de nuestra capacidad para recuperarnos de las heridas que hemos sufrido.
Un corazón sano oscila entre 60 y 200 latidos por minuto. Pero, lo más importante, es que su ritmo varía constantemente. En un momento, puede estar a 80, y 5 segundos ponerse a 120 pulsaciones o más, dependiendo de lo que haya pasado, y de la experiencia subjetiva de la persona.
De hecho, la homogeneidad en el ritmo cardíaco es un indicador de problemas coronarios graves.
Tendemos a pensar que la salud implica ritmos estables y homogéneos. Cuando es justo lo contrario. Un sistema sano, capaz de adaptarse al medio y autorregularse, implica una PENDULACIÓN sostenida en el tiempo.
Pendular implica sentir los ritmos de ACTIVACIÓN y DESACTIVACIÓN que marca nuestro sistema nervioso periférico, a través del simpático y el parasimpático
Pero no sólo pendula nuestro corazón, sino toda la multitud de sensaciones que nos reporta nuestro cuerpo. Pendula esa sensación de cargazón en los hombros, el nudo en el estómago, la opresión en el pecho, el temblor de la garganta o la sensación de presión en la frente.
Las sensaciones casi nunca permanecen quietas. Y si es así, malo.
De hecho, hoy en día se sabe que el TRAUMA está asociado a unos niveles de activación o desactivación que permanecen estables en el tiempo. Es decir, que hace colapsar o anula la pendulación natural de las sensaciones del cuerpo.
Esto se relaciona con algunas cosas.
Por ejemplo, que si tienes una sensación que no se alivia o permanece estable en tu cuerpo, es probable que esté asociada a una historia que ha quedado bloqueada y codificada somáticamente.
Pero también nos da pistas sobre cómo protegernos ante la adversidad.
Lo que oyes.
Porque reconocer, sentir y estimular esa pendulación es uno de los pilares desconocidos de nuestra RESILIENCIA. Es decir, de nuestra capacidad para recuperarnos de las heridas que hemos sufrido.
De hecho, en las sesiones de orientación familiar se observa claramente como el trauma se asocia a una INDEFENSIÓN APRENDIDA relacionada con el diálogo interno entre el yo sufriente y las sensaciones de su cuerpo:
«No puedo soportarlo».
«Esto va a ir a peor»
«Me voy a volver loco.»
Pero, también, observamos las claves de recuperación de las personas que han sufrido daño, pero han sido capaces de sanarlo:
«Reaccioné como pude».
«No soy culpable de haberme protegido o desbordado».
«Fue un momento horrible, pero sigo pudiendo disfrutar de la seguridad de mi casa.»
En ese diálogo interno permanece, como unos cimientos sólidos, la SENSACIÓN SENTIDA de que el dolor se puede experimentar, pero NO DURA PARA SIEMPRE.
Esto nos puede llevar a reflexionar acerca de las interacciones que tenemos con nuestras hijas e hijos, y a hacernos una pregunta clave:
¿Reconocemos y valoramos el PENDULAR de su cuerpo?
¿Estamos presentes en la activación y la desactivación? ¿O sólo cuando nos sentimos más o menos cómodas y cómodos?
¿Qué impacto tiene nuestra actitud en ellas y ellos?
¿Podemos hacer algo para ayudarles a ser conscientes de esa pendulación, y de que sientan lo que sientan NO VA A SER PARA SIEMPRE? ¿Qué se te ocurre?
Y sobre todo… ¿tú qué piensas?
Referencias:
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
SIEGUEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com