Gran parte del sufrimiento que aqueja a las familias, tiene que ver con la lucha interna que las personas libran entre lo que pide su mente, y lo que les pide el cuerpo. Un ejemplo.
Paré la discusión con una orden.
—Levántate, por favor —dije al chico de 13 años, sin creérmelo mucho—. Pon los brazos en cruz.
Me miraba con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
—Levantate tú también —le pedí a la madre, que había demostrado buena disposición para estas cosas—. Ponte como él, enfrente suyo.
Hice un largo silencio.
Se miraban el uno al otro, y les empezó a salir la risa tonta.
Quiero que prestéis atención a qué os pide el cuerpo ahora ¿qué haría si le dierais completa libertad? ¿si nada ni nadie os forzara a nada?
—Yo bajaría los brazos, porque se me están cansando —dijo él.
—Vale, hazlo. No vaya a ser que te lesiones —le dije, riéndome.
Bajó los brazos, y se le vio el alivio.
—¿Y ahora? Si prestas atención a tu cuerpo, y le das el gusto de hacer lo que te pide ¿qué harías? —volví a preguntar.
—Me sentaría en el sofá —dijo con claridad.
—De acuerdo. Hazlo. A fin de cuentas ¿quién soy yo para impedírtelo? —le guiñé un ojo.
Se sentó. Su madre permanecía allí, con los brazos en cruz. Era evidente que se estaba cansando.
—¿Y a ti? ¿Qué te pide hacer el cuerpo ahora?
—Hombre, bajar los brazos. Que me tienes aquí como una estatua —le percibí un poco tensa ante el gesto de su hijo.
—Vale. Hecho. Brazos abajo.
Se relajó al ambiente en cuanto suspiró de alivio.
—¿Y ahora? ¿Qué necesita tu cuerpo para estar a gusto? ¿Que quiere hacer? —volví a preguntar.
—Pues no sé. Quedarme así. Y hacer lo que tú digas —respondió.
Les situé de nuevo a ambos con los brazos en cruz, frente a frente, como estaban al principio.
—Con vuestro permiso, voy a hacer una cosa. Voy a ejercer presión sobre vosotros —les avisé.
Puse la mano en la espalda de uno y de la otra, y empecé a empujar lentamente pero con firmeza. Noté como ambos se resistían un poco, pero como soy un hombre fuerte y voy al gimnasio, gané la pelea.
Al tocarse, ambos se fundieron en un abrazo. Y quedaron así, pegados, disfrutando el uno del otro.
Dejé que pasara el tiempo. Sé cuando tengo que dejar que se disfruten las sensaciones del cuerpo.
—¿Cómo está vuestro cuerpo ahora? —dije mirándoles a los dos.
—Mejor —dijo el chico, con un hilo de voz.
—Más relajada —dijo su madre, y su postura no daba lugar a dudas.
—Veo son dos personas que se buscan y se quieren encontrar. Pero hay algo aquí, entre medias —señalé el vacío que les separaba— que impide ese encuentro. Y no puedo menos que preguntarme qué será ¿Qué pensáis vosotros?
—Yo veo valores, responsabilidad, obligaciones —dijo la madre, con seguridad y firmeza.
—Yo veo desconfianza —respondió su hijo.
Sin darse cuenta, estaban hablando de lo mismo.
* Por favor, si eres un/a profesional que trabaja con personas menores de edad y/o sus familias (en al ámbito sanitario, educativo o social) ayúdanos firmando y difundiendo el «Manifiesto por una educación familiar comprensiva y respetuosa«.
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Muchas gracias.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

Hola Gorka! No trabajo con menores pero me encanta leer tus reflexiones. Así leído de un tirón parece sencillísimo de realizar, pero para nada.
Muchas gracias por compartirlas.
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Gracias Montse… es verdad, no es fácil. La clave es resonar desde el cuerpo con los participantes, para poder usar las palabras adecuadas y que estas sean coherentes con lo que expresamos de manera no verbal. Gracias por tu comentario!
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