Cuando nuestro sistema de apego salta, el cuerpo toma el control de la máquina, y se restringen nuestras opciones. Y pasan cosas como éstas… ¿te sientes identificado/a?
Era nuestro primer día en un curso de masaje para Bebés.
Amara, nuestra hija, llevaba unos cuentos días pachucha, afectada por los gases y, en contra de todo pronóstico, por la salida prematura de los dientes. Con mes y medio ¡vaya movida!
Y claro, su madre y yo, que apenas dormíamos, y que a duras penas sabíamos que hacer para calmar su llanto, andábamos que nos subíamos por las paredes.
La educadora que dirigía el curso, hizo una buena introducción. Nos preguntó qué nos había traído hasta allí, y otras cosas, y para aclarar dudas, nos explicó que no íbamos a hacer ningún tipo de masaje terapéutico. Que el objetivo no era otro que pasar un rato agradable con nuestra hija, en el que ella sienta que le dedicamos atención plena y exclusividad. Todo ello para disfrutar de un vínculo más estrecho con ella.
No había terminado de hablar, y noté como ¡zas! una barrera se levantaba entre nosotros.
—No me jodas —pensé—. ¿De verdad? ¿No vamos a poder aliviarle? ¿Se va a quedar con los gases y las molestias de la boca? Menuda mierda.
Llevo años fascinado con la teoría del apego. Allá donde voy predico la importancia que tienen unas relacionales de calidad no sólo para el desarrollo del cerebro, sino también como un analgésico natural contra el dolor. Incluso, tengo un blog en el que hablo de estas cosas y, muy osadamente, doy algunos consejos.
Es importante que identifiquemos qué nos pasa cuando las emociones nos desbordan o nos sentimos en peligro para poder encontrar soluciones satisfactorias para nosotros y para nuestros seres queridos.
Pero en ese momento todo eso eran minucias. Mi hija lo estaba pasando mal. Mi mujer lo estaba pasando mal. Y nuestra relación se estaba resintiendo. Y me importaba un carajo todo lo que sabía, y todo lo que había estudiado. A mí dame soluciones y no me hables de chorradas. A lo importante, coño.
Lo que había ocurrido es que ese estímulo desagradable —no obtener la respuesta que yo esperaba—en un contexto ya de por sí estresante —falta de descanso y sufrimiento de mi familia—había activado mi [MOI] MODELO DE APEGO ADULTO [evitativo/ansioso-resistente], en el que, en este caso, se podían ver algunas partes:
Una respuesta automática del cuerpo. Que, ahora que lo recuerdo, consistía básicamente en una fuerte contracción de los músculos de la espalda, sensación de nudo en el estómago, y calor en la cara. Era como si todo el cuerpo me gritara ¡pírate y que le den morcilla! ¡que ésta no sabe nada!
Rigidez en la interpretación de mis propias emociones. En el momento en que ocurrió todo esto, yo me percibía enfadado. Muy enfadado. Pero SÓLO enfadado. Ahora que echo la vista atrás y recuerdo las sensaciones en mi cuerpo, creo que también estaba frustrado, porque no conseguía aliviar a la niña; asustado, porque sentía que quizás no iba a ser capaz de lidiar con mi nuevo rol de padre; triste, porque estaba en pleno duelo porque la vida me había cambiado; y seguramente avergonzado, porque algo me decía dentro de mí que estaba reaccionando como un niño inmaduro… casi nada.
Limitaciones en el control de la atención. Y es que sólo podía ver lo que pasaba fuera mí, y interpretar los hechos como problemas que necesitan soluciones. En ese momento no era capaz de ver que nuestras dificultades podían solucionarse a través del diálogo, la conexión y el compartir nuestras experiencias.
Respuesta automatizada hacia las personas presentes. Una repentina incapacidad para “mentalizar” o, lo que es lo mismo, situarme de manera comprensiva en la mente de la persona que estaba hablando. Ni por un momento pensé que la educadora tenía razón, o que podía buscar cosas útiles en sus palabras. Le había robado su personalidad y su pensamiento. Y de la manera más injusta posible, la había anulado como persona.
Rigidez en la planificación y la valoración de posibles soluciones. Yo QUERÍA y NECESITABA ciencia acreditada. No el alivio y el consuelo que reportan las relaciones interpersonales. Me importaba 3 pepinos eso. Era yo o nada. Estaba sólo ante el peligro. No podía considerar el apoyo y el alivio que me podía reportar apoyarme en otras personas.
Pues bien, esto que cuento duró unos 5 minutos. No más. Al rato pude ver una alarma que se activaba en mí, y que me avisaba de que mis fantasmas se habían activado. Que no estaba reaccionando al momento presente, sino en función de las soluciones que me habían servido y “ayudado a sobrevivir” en el pasado. Que, coño Gorka ¿otra vez? Mira que eres capullo, que esto ya te lo tienes mirado. Echa una vista alrededor, que estas en modo autoprotección, y que sabes que así siempre acabas haciendo daño a las personas. Tira “palante” y sé un poco crítico contigo mismo, machote, que te has vuelto a atascar como siempre.
Este diálogo entre nuestro niño/a herido/a y nuestro yo adulto, al que llamamos en sentido más amplio metacognición, es indispensable para retomar un estado de calma e integración. Parte de la solución, y el principio de la propia reparación.
Un elemento clave de en Educación Familiar.
A ahora ¿Cómo nos lo trabajamos?
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

Maravilloso , Gorka.
Aqui tienes a otra fan de todo lo que tenga que ver con el apego, su construcción y su manifestación.
Gracias por este pedazo de post!
Un abrazo!
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Gracias Bibiana! Bienvenida a la secta. Un saludo desde Bilbao 😈
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