Erupciones de palabras 

[…] los educadores familiares tocamos la vida de las personas (su pasado, su presente y su futuro) y a menudo lo hacemos con una desconsideración brutal. Como si fuéramos angelitos caídos del cielo, que saben de todo, como tocados por el mismo Dios. Y cuando eso sucede estamos priorizando nuestras heridas a las necesidades de los demás, creando terremotos donde no los había, y erupciones volcánicas explosivas sobre cuidades que ha llevado siglos construir. […] 

A veces escribo como si mis hipótesis fueran una realidad absoluta.  

No sé por qué lo hago así. Quizás quiera quedar de guay o darme importancia. Igual es que necesito parecerme al experto que no soy, o que me pirria el reconocimiento de la comunidad para la que escribo.

Toma like.  

Ya sabes, palmadita en la espalda, qué gustito: plas, plas.  

Yo qué sé. 

Pero la realidad es que las hipótesis que planteo en mis textos rara vez o nunca se corresponden con la realidad. Tienen que irse adaptando día tras día, a la luz de la nueva información; y en ningún caso deben comprometer la atribución de agencia de las personas a quienes acompaño, que deben ser siempre los protagonistas de su historia, con independencia de lo que piense o deje de pensar yo.  

¿Significa eso que carecen de valor? 

En absoluto.  

Que para algo me esfuerzo, jolín.  

Creo que el éxito de nuestro trabajo depende de dos factores que, en realidad, están muy relacionados entre sí: la calidad de las relaciones y la resignificación de la realidad.  

Todas las personas —profesionales incluidos, of course— necesitamos relaciones seguras para poder activar los procesos de exploración. Es decir, relaciones que “amortigüen” o “sirvan de andamiaje” a nuestro mundo interior, en las que nuestras experiencias sean reconocidas y donde nuestras decisiones cobren valor. Es decir, que nos permitan sentir lo que nos toca, pero con la sensación interna de que no estamos solos ante el peligro o la amenaza, y que, pase lo que pase, contamos con una manada de mujeres o hombres buenos que nos puedan respaldar.  

Sentir sin desbordarnos, pero en toda su intensidad. Y tomar decisiones coherentes con lo que pasa dentro de nosotros, fuera y en el contexto interpersonal; con lo que hemos vivido, nuestra experiencia presente y teniendo en cuenta el punto al que queremos llegar.  

Pero, del mismo modo que tenemos que satisfacer esas necesidades de cercanía, y sentirnos reconfortados emocionalmente, también necesitamos que se estimule nuestra curiosidad y compasión, es decir, que nos inviten a activar nuestro sistema de exploración.  

Y, para eso, muchas veces, necesitamos un pequeño empujón.  

Porque, en ocasiones, resulta complicado ver las cosas que no acostumbramos a mirar. Y encontrar significados que tengan en cuenta la información que, por nuestras experiencias tempranas o traumáticas, no podemos tener en cuenta.  

Ahí es donde cobran importancia las hipótesis que hacemos los profesionales.  

Pero estas hipótesis no son un intento de desvelar la verdad, o de acercarnos a la realidad, sino una forma de exponer a las personas con quienes trabajamos otra forma de interpretar la misma realidad. Una forma coherente y alternativa que permita abrir puertas para resignificar el síntoma, el dolor, el sentido de las respuestas protectoras, y que les permita abrir la mente a esas narrativas que han sido subyugadas por las historias de sufrimiento y desesperanza.  

Lo que hagan con eso, me la pela, pantera. Yo no soy quién para imponerles mi interpretación de la realidad. Pero sí puedo ser una ayuda para que vean las cosas con otro sentido u otra complejidad. Que para eso me he formado, jopé.  

Es que, mira, desde fuera, y sin implicación emocional… también puede verse así. ¿Qué te parece? ¿Te cuadra? ¿Qué te sugiere? ¿Con qué te conecta? ¿Cómo te hace sentir? ¿Puedes estar un rato con eso? Vamos a ver.  

Porque los nuevos significados no son moco de pavo.  

Tendemos a pensar que, olé, ya está, he dado con la clave y todo está tranquilo. Que guay. Toma 60 pavos por la sesión, y a correr.  

Que sí, que a veces es como tirarse un pedo. Pum, qué gustito y ya está. Pero otras veces traen consigo demonios que parecen que muerden, que nos van a comer, pero a los que hay que cuidar. Y otras veces, arreglan una parte de nuestro mundo, pero derriban estructuras que confiábamos que siempre estuvieran allí.  

Por eso es tan importante digerirlas a poquitos, muy a poquitos, sintiendo el estómago para valorar qué tal va.  

Porque los educadores familiares tocamos la vida de las personas (su pasado, su presente y su futuro) y a menudo lo hacemos con una desconsideración brutal. Como si fuéramos angelitos caídos del cielo, que saben de todo, como tocados por el mismo Dios. Y cuando eso sucede estamos priorizando nuestras heridas a las necesidades de los demás, creando terremotos donde no los había, y erupciones volcánicas explosivas sobre cuidades que ha llevado siglos construir.  

Así que sí, que nuestras hipótesis molan. Pero lo que mola de verdad es que las personas se sientan seguras y puedan explorar, creando sus propios significados con la [escasa] ayuda que les podamos proporcionar.  

No somos protagonistas de nada.  

Para nosotras y nosotros es sólo un trabajo.  

Para ellas y ellos no hay más.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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