Genealogía de la vergüenza 

[…] Respetarse y quererse a uno mismo es como navegar con una barca pequeña en medio de una tempestad. Hay que agarrar con fuerza el timón, si no nos vamos a pique; pero ese timón no lo sostenemos nosotros, sino las personas que nos protegen y en quienes hemos depositado nuestra confianza. […] 

Sabemos que una buena AUTOESTIMA es clave para que niñas, niños y adolescentes aprendan y se relacionen con normalidad con sus iguales, pero nos cuesta un montón ver los mecanismos que la atacan frontalmente.  

Es fácil aceptar que el maltrato daña la autoestima de la infancia. Nos lo han repetido por activa y por pasiva, y aceptamos la manida frase que dice “cuando maltratas a tu hijo no deja de quererte, deja de quererse a sí mismo”.  

Sin embargo, estamos rodeados de personas cuya autoestima hace aguas y, curiosamente, no tienen marcas en el cuerpo. Gente que se autodestruye día tras día, que rechaza el autocuidado como algo baladí, a la que le cuesta recibir un abrazo porque no se siente suficientemente buena o un fraude.  

Respetarse y quererse a uno mismo es como navegar con una barca pequeña en medio de una tempestad. Hay que agarrar con fuerza el timón, si no nos vamos a pique; pero ese timón no lo sostenemos nosotros, sino las personas que nos protegen y en quienes hemos depositado nuestra confianza.  

Debemos entender que una autoestima sana implica necesariamente sentirse haberse sentido PREDOMINANTEMENTE SEGURA O SEGURO, porque la inseguridad, el peligro o la amenaza, destruyen necesariamente el concepto que tenemos de nosotras y nosotros mismos. Al protegernos, hacemos —o dejamos de hacer— cosas que necesariamente DAÑAN a las personas que son importantes en nuestra vida.  

Julen es un adolescente que saca excelentes notas. Su rendimiento académico es, por sistema, el mejor de la clase. Sólo recibe alabanzas por parte de los profesores. Es majo y sumiso, por lo que nada da a entender el dolor por el que está pasando.  

Mirando más a fondo, puede verse que Julen pasa poco tiempo con sus amigos. Que se retira pronto a estudiar. Pero, lejos de verse como un problema, se le coloca como un ejemplo para sus compañeras y compañeros.  

Lo que no sabe casi nadie, es que esta dinámica se reproduce en casa, porque su padre y su madre necesitan que sea el primero. Para ellas y ellos jugar, hacer el tonto, y que sea él mismo, son chorradas porque lo importante es que se labre un futuro acorde con sus capacidades.  

Julen va creciendo así, entendiendo que ser suficientemente bueno es destacar como el primero. Pero, mientras estudia y acepta que sentirse bien es levantar los brazos en la línea de meta, hay cosas que no se puede permitir como, por ejemplo, dejarse llevar o conectar con sus necesidades no productivas.  

En la mente de Julen se va instalando, poco a poco, una vocecilla que habla cada vez que se relaja: “estás perdiendo el tiempo”, y las pocas veces que se ha parado a escuchar un poco más allá, continúa: “y no vas a ser nadie”.  

Como era de esperar, Julen hace una carrera prodigiosa y consigue un buen trabajo. Pero, para ese trabajo —como para otros muchos— no vale sólo el mérito académico. Hace falta capacidad de improvisación y don de gentes para destacar entre quienes siente sus competidores. Y a él le faltan esas capacidades, porque se dejó el lóbulo prefrontal en los libros.  

Entonces, la ansiedad aflora, como un martillo que le recuerda que, haga lo que haga, nunca va a ser suficiente. Se exige más, y cuanto más se exige, peor es su rendimiento, dado que el estrés merma su función ejecutiva. Es la pescadilla que se muerde la cola.  

Un día, es incapaz de terminar una tarea a tiempo. Su jefe le reprende. Esa bronca, que cualquiera habría esquivado con un golpe de cintura, le da en la línea de flotación, porque él no es nada sin su rendimiento. Está vacío por dentro. Y encontrarse con ese vacío es tan insoportable, que empieza a alterar la realidad, diciéndose a sí mismo que sí que lo había hecho bien, que la culpa era de sus compañeros o de la incompetencia de sus superiores.  

La rueda gira y gira sin control. Y cuanto más estresado se siente, más vacío se percibe, y más altera la realidad para que sea tolerable para su estructura precaria, sintiendo, además, que su conducta daña y le aleja de sus compañeras y compañeros.  

Al mes acaba en el hospital, víctima de un brote psicótico. Porque es mejor salirse de la realidad, que enfrentarse a la nada. Una nada que todas las personas de su vida, sin saberlo, han alimentado. Por hacerle sentir especial, reconocido, en algo que no era suyo.  

La escuela es, junto con la familia, uno de los contextos clave para la socialización de las personas. Es el lugar donde naturalmente se puede OBTENER o REPARAR lo que falta en casa. Pero la tendencia de la escuela, como de cualquier otro sistema, es a mantener el equilibrio y, por eso, tiende a reproducir los patrones que las niñas y niños han vivido con sus referentes significativos.  

A fecha de hoy se hace imprescindible incorporar una PERSPECTIVA TERAPEUTICA en las aulas porque, en ausencia de ella, estamos abocando a las niñas, niños y adolescentes a la inseguridad, al fracaso o a la enfermedad mental más absoluta.  

Y eso pasa por conocer la genealogía de la vergüenza, de esa vocecilla torturadora que nos dice, nos repite y nos grava en la carne que, hagamos lo que hagamos, no vamos a ser suficiente.  

Cuidado con ella.   

Respetemos, con honestidad, lo que son y cómo funcionan las niñas y niños. Tratar de cambiarlos a hostias, con cuidado o con los mejores programas pedagógicos, tiene consecuencias devastadoras.  

Y eso no se ve con facilidad sin conocer el final de la historia.  

¿Nos lo miramos? 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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