La herida del amor condicional 

[…] Lo que me sorprende es que este dolor, muchas veces, tiene que ver, precisamente, con la herida del amor condicional, una herida que se transmite con mucha facilidad entre generaciones, porque cuando un adulto se protege tratando de conservar el amor, desconecta de la experiencia interna de su hija o hijo. Paradójicamente, le deja solito. […] 

A menudo me encuentro con padres y madres que entran en competición entre ellos. Es como si existiera entre ellos la idea de que, si una de sus hijas o hijos, prefiere a uno, está rechazando al otro. Esto genera un malestar tremendo, a la par que múltiples reproches entre ambos. Que si no me tienes en cuenta, que si debes hacer las cosas de otra manera, que si estás usurpando mi lugar en la disciplina o en los cuidados… 

De lo que no somos conscientes es de que, a menudo, detrás de tanto dolor hay una herida oculta. Una herida mucho más frecuente de lo que esperamos: la HERIDA DEL AMOR CONDICIONAL.  

Hablamos de padres y madres que, a su vez, se han criado en familias en las que se NEGOCIABA con el amor. Donde las niñas y los niños, en función de su comportamiento, recibían más o menos cariño, o diferentes cotas de atención. Adultos que crecieron con la idea de que las relaciones no son estables, sino que el amor depende del buen comportamiento, del rendimiento o de la lealtad mostrada hacia sus figuras de referencia, entre otras cosas.  

Son personas que, cuando eran niñas o niños, se sintieron queridos y rechazados por sus figuras de referencia, y que, por tanto, han integrado y corporalizado la idea de que EL AMOR NO PERMANECE y DEBEN HACER ALGO PARA ASEGURARLO O GANÁRSELO.  

Este patrón de relación es especialmente perjudicial cuando forman una pareja, pero, sobre todo, cuando tienen hijas o hijos porque, en lo más profundo de su interior, NO PUEDEN CONFIAR en que el amor permanece a pesar del irremediable estrés o los inevitables conflictos, y acaban luchando entre ellos o contra las pequeñas y pequeños para sostener un afecto que sienten que se les escapa de las manos.  

De nuevo, se establece el mismo CÍRCULO VICIOSO. Cualquier señal de exploración o diferenciación se interpreta como la interrupción del afecto. Esto, resulta insoportable al adulto, que asume una actitud invasiva (lucha), evasiva (huída) o desconectada (bloqueo), que retasada a la niña o el niño la sensación de que se le invade, o no se le tiene en cuenta, ante lo que suelen protegerse activando la distancia o el síntoma que sea para permanecer cerca del adulto en un momento en el que éste no puede conectarse. Dicha distancia o síntoma se interpreta, por parte del adulto, como un rechazo, insistiendo con más intensidad en las mismas soluciones, con el riesgo de que, ahora sí, la relación se rompa. Y vuelta al punto de partida.  

Juana y Juan tienen unos conflictos de la pera. Ella le reprocha a él que sea demasiado complaciente con su hija —de 3 años— pero, sobre todo, que le prefiera a él cuando necesita consuelo. Y él le reprocha a ella que no le deje criarla a su manera.  

Y a mí me llama mucho la atención que ella no pueda tolerar que la niña se consuele con su padre; y que él no pueda soportar el llanto de su hija.  

—Dime, Juan, ¿qué sientes tú cuando tu hija llora pidiéndote algo? —pregunté.  

Se hizo un silencio muy largo.  

—No lo sé, la verdad —contestó finalmente.  

—Yo creo que es que no le quiere —irrumpió ella.  

—¿Cómo es eso? 

—Sí, porque a veces nuestra hija lo dice, y veo cómo se le cambia la cara —aclaró la madre, y él se echó las manos a la cara.  

Dejé que conectaran con la importancia del momento.  

Cuando la ola de la emoción se retiró un poco, me aventuré:  

—Tengo la idea de que, a pesar de las apariencias, no es tan diferente la experiencia de uno y del otro.  

Ambos me miraron con curiosidad.  

—Sí —continué—, estaba pensando que, quizás, os está doliendo la misma herida. A Juana le duele sentir que su hija le rechaza, es decir, que no la quiere. Y Juan le duele sentir que su hija prefiera un objeto, es decir, que no lo quiere.  

Estaban atónitos. Me atrevo a decir que nunca lo habían visto de esa manera.  

—No sé si es vuestro caso, pero esto pasa mucho a madres y padres que, cuando eran pequeñitos y dependían de las personas que debían cuidarles, no pudieron sentir que el amor perduraba, y se tuvieron que proteger haciendo muchos esfuerzos para mantenerlo.  

Fue difícil sostener ese silencio. Al menos hasta que él se rompió, y ella le tomó de la mano.  

Cuando trabajamos sobre los conflictos que tienen las parejas, suele ser muy inteligente señalar qué parte de su experiencia implica un DOLOR COMPARTIDO. La idea es que, si se logra visibilizar dicho dolor, es más fácil que aflore la empatía del uno hacia el otro al poner en juego qué necesitaron ambos en el lugar y tiempo donde se generó dicho sufrimiento.  

Lo que me sorprende es que este dolor, muchas veces, tiene que ver, precisamente, con la herida del amor condicional, una herida que se transmite con mucha facilidad entre generaciones, porque cuando un adulto se protege tratando de conservar el amor, DESCONECTA de la experiencia interna de su hija o hijo.  

Paradójicamente, le deja solito.  

Cuando duele la falta de amor, cualquier detalle es un indicador de que éste se está perdiendo.    

Y sólo construyendo o reconstruyendo el trato que necesitaron en esas etapas tan vulnerables de la vida puede irse restaurando, poco a poco, granito a granito, ladrillo a ladrillo, la confianza en que el amor pueda perdurar, a pesar de la vergüenza asociada al rechazo.  

Necesitamos aprender a querernos mucho y todo el rato, para trasladar lo mismo a nuestras hijas e hijos.  

Nadie dijo que fuera fácil… 

Sólo que merece la pena ese camino.  


Lecturas relacionadas:  

BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Fichas de trabajo. Barcelona: Gedisa 

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta 

PITILLAS, C. (2021). El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma. Bilbao: Descelee de Brouwer 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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