Estrés tóxico en las escuelas de hoy 

[…] Pero el #estrés_tóxico va un paso más allá. Un paso muy gordo, como vas a ver. Porque implica un exceso de #cortisol —la hormona del estrés— que, por diferentes motivos, el organismo no es capaz de metabolizar. Y el cortisol a grandes cantidades o sostenido en el tiempo es como un veneno que tiene repercusiones severas a nivel de la organización y estructura del sistema nervioso central y autónomo, incluyendo la alteración de las conexiones cerebrales, de los procesos de mielinización o la muerte neuronal. […] 

¿Sabes qué es el estrés tóxico? 

Podemos decir que hay tres tipos de estrés: tolerable, intolerable y tóxico.  

Lo digo, porque a veces se confunden los términos, y esa confusión lleva al mundo adulto a no proteger suficientemente a la infancia.  

El #estrés_tolerable es esa activación (o desactivación) del sistema nervioso autónomo que nos predispone a la acción, pero no nos saca de la #ventana_de_tolerancia. Es decir, que nos permite seguir siendo funcionales, disponiendo de gran parte de nuestra #función_ejecutiva, a saber, la capacidad para coordinar medios y fines, aprender, sentir curiosidad y compasión hacia los demás, entre otras cosas.  

El #estrés_introlerable implica una activación (o desactivación) del sistema nervioso autónomo, que nos saca de dicha ventana de tolerancia, llevándonos a unos niveles de #caos o #rigidez que nos impiden funcionar de manera efectiva, como si nuestro cerebro tuviera mucha menos capacidad. El estrés intolerable nos lleva a hacer cosas con los demás o nosotros mismos que causan daño, dejándonos a menudo una sensación de vergüenza hacia las reacciones que hayamos podido tener.  

Pero el #estrés_tóxico va un paso más allá. Un paso muy gordo, como vas a ver. Porque implica un exceso de #cortisol —la hormona del estrés— que, por diferentes motivos, el organismo no es capaz de metabolizar. Y el cortisol a grandes cantidades o sostenido en el tiempo es como un veneno que tiene repercusiones severas a nivel de la organización y estructura del sistema nervioso central y autónomo, incluyendo la alteración de las conexiones cerebrales, de los procesos de mielinización o la muerte neuronal.  

Pero este estrés tan chungo no se queda ahí. Se sabe que niveles muy elevados de estrés tóxico correlacionan con alteraciones y enfermedades en otros sistemas o aparatos del cuerpo, como el endocrino, el digestivo, el circulatorio e incluso el locomotor. De hecho, muchas de las enfermedades que padecen los adultos podrían prevenirse con un #buen_trato a la infancia, mejorando no sólo el bienestar de las personas, sino también su esperanza de vida. Porque la regulación del cuerpo se basa, en primera instancia, en los cuidados tempranos que permiten que todo el sistema se organice y responda con cierta previsión.  

El estrés tóxico es especialmente perjudicial en la infancia y, sobre todo, en las edades más tempranas, cuando las niñas y los niños están creciendo a todos los niveles y, en paralelo, organizando las funciones del organismo, en un proceso que pronto va a cristalizar, dejando unos cimientos sobre los que se va a construir sí o sí, sea o no una plataforma firme que otorgue seguridad. Por eso, la adversidad temprana puede alterar toda una vida, y de manera brutal.  

Pero, ¿este daño se puede reparar? 

Sí, y no. La #pasticidad_cerebral es una capacidad asombrosa pero limitada. Nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso autónomo tienen la capacidad de amoldarse al entorno y, sobre todo, beneficiarse de las relaciones de calidad, pero según pasan los años, esta capacidad decrece, siendo siempre imposible remitirse al estado original. Por eso hay personas que arrastran dificultades toda una vida, a pesar de los esfuerzos de profesionales y familiares muy competentes, que lo hacen súper bien.  

Además, las personas tempranamente afectadas por el estrés tóxico entran —casi necesariamente— en ciclos de retroalimentación variados, que les dificultan o impiden sacar partido a esa plasticidad cerebral. Imagina como es la vida de un niño cuyo sistema nervioso “se apaga” ante la incertidumbre o el peligro, y trata de dilucidar cuál va a ser la respuesta de los demás; o imagina las ganas de estudiar de una niña que se siente profundamente desmotivada, mientras sus compañeras y compañeros se pierden en el horizonte en esa carrera cruel que es la escolaridad, y que además siente que debe dar más de sí misma, sin saber que es su sistema nervioso el que no puede más.  

Hoy en día hay niñas y niños que no exploran en clase. Se quedan a un lado, mirando a un punto fijo, sin interactuar con los demás. Se apagan, porque el contexto es amenazante para ellas o ellos, al haber carecido de un periodo de adaptación; pero tampoco pueden recuperar la seguridad de la manera que les resulta natural, mirando el rostro de sus profesoras o profesores para sentir que son confiables y que todo marcha bien. Niñas y niños de 0 a 3 años permanecen bloqueados, mientras su sistema nervioso autónomo está por las nubes, ahogándose en opiáceos y cortisol, sin que nadie presente en el aula les pueda sacar de ahí. Porque no se puede confiar en alguien sin rostro en un momento tan sensible o crítico.  

Fíjate y los ves.  

¿Qué impacto va a tener este día tras día, repito, día tras día, en su desarrollo? Qué sé yo. De lo que sí estoy seguro, y me pego con quien sea, es que no va a ser para bien. Y esas posibles alteraciones del desarrollo se pueden evitar. Sólo hace falta una mirada más comprensiva hacia la infancia, que les trate no sólo como sujetos de pleno derecho, sino también afectados por especial vulnerabilidad: una vulnerabilidad que se relaciona con la afectación crónica de la salud física y mental.  

Pero también sabemos el impacto que el #buen_trato tiene en la infancia, no sólo como factor de protección ante la adversidad, sino también como elemento configurador del desarrollo y, en paralelo, de esa salud de base que se cimenta en la seguridad.  

Tratar bien a la infancia implica responder a sus necesidades específicas, más allá de nuestra perspectiva adultista, entendiendo que son personas con derechos y deberes, pero con necesidades que a los adultos nos cuesta comprender y aceptar, porque nosotras y nosotros las tenemos hace tiempo satisfechas y por eso no les damos importancia. Sin embargo, ahí están.  

La calidad de una sociedad se valora por el trato que da a sus miembros más vulnerables. Y, a fecha de hoy, es la infancia quien más puede sufrir —a largo, a maldito largo plazo— la negligencia de unos protocolos pensados por y para los adultos, que no terminan de asumir su verdadera responsabilidad: la responsabilidad de proteger a la infancia, garantizándole unas condiciones que permitan su desarrollo armónico, evitándoles un estrés innecesario y tóxico que tuerza su camino, su desarrollo y su futuro de una forma que no se pueda remediar.  

Urge revisar los protocolos que están dañando a las niñas, niños y adolescentes. Pero con una mirada puesta en sus necesidades.  

«El buen trato a la infancia también es salud». 

#Buentratoya 


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Que no decaiga.  

Juntos lo vamos a conseguir.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

Un comentario en “Estrés tóxico en las escuelas de hoy 

  1. Grace W.

    Reblogueó esto en Estrés postraumáticoy comentado:
    Pero el #estrés_tóxico va un paso más allá. Un paso muy gordo, como vas a ver. Porque implica un exceso de #cortisol —la hormona del estrés— que, por diferentes motivos, el organismo no es capaz de metabolizar. Y el cortisol a grandes cantidades o sostenido en el tiempo es como un veneno que tiene repercusiones severas a nivel de la organización y estructura del sistema nervioso central y autónomo, incluyendo la alteración de las conexiones cerebrales, de los procesos de mielinización o la muerte neuronal.

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