[…] El síntoma no es un enemigo porque nos habla, bien clarito, de las necesidades que deben ser satisfechas. […]
Seguramente has escuchado que las drogas blandas son la puerta de acceso a las drogas más duras, es decir, las que producen más adicción y daño.
La idea subyacente es que las drogas son una especie de vicio chungo, del que cuanto más disfrutas, más necesitas, hasta volverte algo así como una depravada o un depravado.
Sin embargo, las drogas son entre sí tan diferentes que cuesta meterlas a todas en un mismo saco. Hay depresores, estimulantes, alucinógenas, sensitivas, etc. Producen efectos tan diferentes, que cuesta identificarlas como “un solo vicio”.
Lo que vemos las personas que trabajamos con gente que consume drogas, es que las cosas nunca son tan sencillas. De hecho, en ocasiones, podemos ver el efecto diamentralmente opuesto: que las drogas blandas protegen de consumos más tóxicos.
Andanomejodas. ¿Y eso?
Para que se entienda, voy a explicarlo con un ejemplo. Se trata de una chica adolescente con la que trabajé hace años. Uno de sus síntomas —que no el único— era que presentaba un consumo sostenido (addicción) al cannabis, pero en cantidades moderadas. Eso no quitaba, por supuesto, que algunos días de fuiesta no se diera un homenaje; pero a diarío consumía relativamente poco: más o menos medio porrito.
Si vemos algo de su ecología relacional, que es el contexto que produce y sostiene los síntomas, vemos que es la menor de dos hermanas, la primera con una enfermedad psiquiátrica grave, que preocupa mucho a toda la familia. Su madre y su padre están separados hace años, siendo —como suele ser— la mujer la que se hace cargo del cuidado de las niñas, ahora adolescentes. El padre es un hombre abrumado por la situación, que tiende a huir y hacer su vida, apareciendo casi exclusivamente en momentos de crisis. Se puede decir que, ambos, padre y madre, son figuras ausentes para esta niña, la una por estar sobrepasada por la preocupación, y el otro por no no poder enfrentarse a los acontecimientos.
Se trata de una familia de clase muy alta, con empleos de prestigio, para los cuales la imagen y el restigio social son un valor prepondrante. Esto lleva a la hija pequeña, que no puede contar con una mirada validante de sus figuras de referencia, a aceptar una misión especialmente estresante: “tengo que sacar adelante a toda la familia a través de mi rendimeinto académico”, pero no tanto por fidelidad almandato familiar, sino porque en ese contexto tan complejo, en el que hay enfermedad mental, conflictos conyugales y conflictos entre hermanas, es la única forma de recibir algo de atención y reconocimiento. De hacerse visible para existir y sentir que dispone de un lugar en el mundo.
El problema de fondo es que esta situación no es de ahora, sino que, con sus altibajos, se viene reproduciendo desde su más tierna infancia, cuando todavía no había una memoria episódica que permitiera construir y almacenar recuerdos. En esa necesidad de ser vista, contenida, admirada, que no llegaba, aprendió a protegerse con la hiperactivación, es decir, a buscar de cualquier manera su alimento: la mirada que sea, pero que provenga de su madre o su padre. Desde entonces, le cuesta mucho salir de ese “modo lucha”, percibiendo muy claramente lo que pasa en las relaciones, pero temiendo que las personas que quiere y necesita, desaparezcan.
Podemos entender, así, qué significa la escuela para esta adolescente. Es la única oportunidad de ser vista y valorada pero, a la vez, uno de los lugares donde más puede desrregularse, dado que es muy complicado, si ni imposible, controlar lo que pasa entre todas esas personas. Además, arrastra una etiqueta muy gorda, en la que se dice al resto de la comunidad que, cuidado con ella, que no se sabe por donde puede salir, porque está loca.
Ante estos retos, la niña activa un ajuste creativo: empieza a consumir porros pero en cantidades limitadas. Ya sabes, rollo “yo controlo”. Antes de entrar en clase, se echa un chiflo poco cargadito, y entra en el aula, colocada, pero no tanto para que la burbuja le impida atender a los estudios.
¿En serio?
Sí, se puede. De hecho, los profesores dicen que en clase tiene un comportamiento excelente. Que lo problemas aparecen en el comedor o los recreos.
¿Qué son estos porros? Pues por mucho que nos pese, son la forma que ha encontrado la chiquilla para lograr ese reconocimiento y esa mirada que necesita, tanto por parte de su madre y su padre, como por el resto de adultos significativos, entre los que están muchos de sus profesores que, fijaros bien, andan muy preocupados porque saben que consume y no da lugar a dudas. Curioso.
Y aquí viene el temita, porque ¿qué hacemos con eso?
Lo natural es pensar que debe cortar ese consumo ya. Y que el centro educativo debe tomar medidas radicales al respecto. A fin de cuentas, permitir el uso de sustancias estupefacientes en un centro educativo es, cuanto menos, cuestionable, si no denunciable.
No digo que no a eso.
Pero, por otro lado, hay que valorar qué consecuencias podría tener restringirle esa sustancia de la que depende, y que fichas del tablero se pueden mover, si le quitamos algo que satisface una necesidad tan importante, sin ofrecerle una alternativa al respecto.
Lo que sabemos es que ocasionamente, cuando ha estado peor, la cría ha consumido farlopa. Una droga de las llamadas duras, que nos ponen a todos en alerta. Pero, oye, mira, qué cambio más raro, ¿no? Pasar de una droga depresora y alucinógena, a un estimulante, ¿cómo se come eso?
Pues con patatas, como todo en este mundo.
Para dar respuesta a esta pregunta, podemos remitirnos a los momentos en los que ha consumido cocaína, que es la droga que ofrece orgullo y autoestima barato —bueno, “barato” no; más bien fácil— a quienes, por lo que sea, no se sienten suficientemente buenos, valiosos o importantes. Y eso, justo, justo ha coincidido cuando su familia más presión le ha metido con los estudios, hasta el punto de que ella abrumada, dijo “hasta luego lucas” y se dio a la vida contremplativa, suspendiendo un huevo.
Probablemente, esa presión y esa sobrecarga del sistema, unida al hecho de no poder estar al nivel que necesitaba para rendir en los estudios y obtener ese reconocimiento por parte de los suyos y de ella misma, le llevaría seguramente a un estado de desesperación, impotencia, vergüenza y apatía que es insportable, porque al ser vagal dorsal, tiene tintes traumáticos.
Quizás se sintiera en un poco muy profundo del que sentía que no podía salir, porque no tenía fuerzas ni contaba con ayuda. Así que recurrió a la solución fácil, el perico, que te da un chute de orgullo y energía, aunque el bajonazo posterior sea lo peor del mundo, destrozándote por dentro.
Al final, ¿sabéis qué le sacó de esa mierda?
En en transcurso de la intervención familiar, se hizo un pacto con su madre: “de los estudios no se habla”, “los estudios ni se mencionan”. Pues, coño, a las dos semanas la cría había vuelto a clase, asistía regularmente, echándose sus chiflos, pero de manera mucho más cntrolada.
Su padre seguía preocupado: ¿qué va a ser de mi niña?
La madre seguía diciéndole: hoy no fumes en el cole, ¿eh?, cariño.
Su hermana parecía más aliviada. Quizás tenía la atención que necesitaba pero sin ser ella la única mala.
Y las profes y los profes seguían preocupados por una niña amable, que tenía muchos problemas pero les buscaba.
El síntoma no es un enemigo porque nos habla, bien clarito, de las necesidades que deben ser satisfechas.
Con esto no quiero defender el consumo de drogas, ¿vale? Así que no vayáis por ahí diciendo que Gorka dice que hay que ponerse fino de buena mierda, porque me cierran todas las cuentas. Lo que sí quiero decir es que el consumo de drogas frecuente, es decir, el que va más allá de lo recreativo, siempre cumple una función en una ecologia relacional, y que si no entendemos este complejo sistema de interacciones, dificilmente podremos ayudar a las personas.
Porque la droga no es un vicio, coño. Sino una forma de cubrir necesidades básicas o, lo que es lo mismo, de protegerse.
Si no entendemos esto, mejor nos retiramos sin tocar nada.
Chhh! Sin tocar, cojona.
Porque la puerta de entrada a las drogas duras no son las drogas blandas, sino, a veces, la intervención jarta de muchas y muchos profesionales.
Ya sabes, por lo menos, no causar más daño.
Gorka Saitua | educacion-familiar.com