[…] Y ahora llega el juego psicótico en el contexto de una institución que también debería servir para proteger y ejercer la parentalidad social, porque el triángulo perverso da la vuelta. La comunidad escolar se convierte en la salvadora de la profesional que ha rechazado al niño, quedando la niña o el niño jodido y en el lugar del agresor, como un peligro para todas y todos ellos. […]
Podemos hablar de un ciclo de retraumatización de las niñas y niños afectados por #trauma_complejo en el colegio.
Lo vemos una y otra vez los profesionales que acompañamos a sus familias en sus procesos. Hasta el punto de que somos capaces de preverlo, como si tuviésemos una bola de cristal bien grande.
Seguro que os suena:
La niña o el niño llega al centro, aterrorizado, desconfiando de todo el mundo, y activando —posiblemente— el mimetismo o la complacencia.
Al verlo tan frágil y dañado (víctima), aparece una figura profesional al rescate (salvadora). Esta figura “apuesta” por la niña y el niño con todas sus fuerzas, contra viento y marea, creando con él o ella, una relación de fusión a la que este niño recurre como el refugio más seguro en el contexto escolar que, para él, resulta un espacio especialmente amenazante.
Esta fusión con la víctima, le da a la salvadora un estatus especial, porque es la única persona que parece capaz de regular su comportamiento. Eso le lleva a sentirse bien, pero también a entrar en conflicto con el resto de la comunidad educativa. El motivo es fácil de entender: cuanto más recurre la niña o el niño vulnerado a la relación de fusión, peor se comporta con el resto del equipo docente, que pasa a ser el tercero que se requiere (agresor) para construir el triángulo perverso.
Comienza, así, una tensión difícil de gestionar. Porque salvadora y víctima van intensificando su fusión, mientras el resto de la comunidad educativa percibe la otra parte de la realidad, a saber, que cuanto más intensa es esa relación, peor se comporta esa niña o ese niño con en resto de la comunidad educativa. Que, entre otras cosas, es su forma de volver al refugio que tanto le agrada.
La tensión (escalada) entre quien asume el rol de salvadora, y las figuras agresoras, llega a un punto de ruptura, en el que la salvadora recibe el mensaje —implícito o explícito— de que se está sobreimplicando, dejando de lado otras tareas importantes y haciendo daño a esa niña o niño.
El dolor es, entonces, terrible. Porque la salvadora se ve en la tesitura de romper esa relación fusional con la víctima y seguir siendo parte de la comunidad educativa, o romper la relación con sus compañeras y compañeros y apostar mantener la fusión con esas niñas o niños vulnerados, renunciando al trato con el resto de personal del colegio.
Y aquí la respuesta suele ser una. Como diría Jorge Barudy: «cuando las necesidades de un niño o una niña vulnerada entran en conflicto con las de los profesionales e instituciones, el primero siempre sale perdiendo».
La salvadora activa, entonces, la distancia con el niño o niña vulnerado. Necesita protegerse. Sin embargo, esta distancia, que parece lógica y razonable, es intolerable para las niñas y niños con #trauma_complejo, porque implica la pérdida de su única #base_segura. Es por ello que aparecen, entonces, síntomas desgarradores, que van en la línea de la huída, la agresión o la disociación, según la gravedad de dicha respuesta.
La comunidad educativa al completo, entonces, se muestra confundida. Y empiezan a articularse diferentes medidas terapéuticas, formativas, disciplinarias, pero ninguna se sostiene en el tiempo porque ninguna da resultados a corto plazo.
Y ahora llega el #juego_psicótico en el contexto de una institución que también debería servir para proteger y ejercer la #parentalidad_social —es decir, cubrir las necesidades de la infancia vulnerable cuando estas no son satisfechas en el domicilio—, porque el triángulo perverso da la vuelta. La comunidad escolar se convierte en la salvadora de la profesional que ha rechazado al niño, quedando la niña o el niño jodido y en el lugar del agresor, como un peligro para todas y todos ellos.
Es la peor vivencia para la niña o el niño vulnerado, porque no puede fijar ninguna base segura. Y en el caso de que lo consiga, no puede contar con la seguridad de que se vaya a sostener en el tiempo.
Por eso, los síntomas se agravan, tanto en la niña o niño con trauma complejo, como en la comunidad educativa, que finalmente recurre a la expulsión o —como habitualmente se vende— su derivación a un recurso más adaptado a sus necesidades.
Y eso es terrible para la o el pequeño. Porque refuerza su sensación sentida de que puede ser rechazado, expulsado o abandonado por lo que es, y lo que lleva dentro, empeorando significativamente el pronóstico de su estancia en el nuevo centro o servicio, porque difícilmente podrá confiar cuando se acaba de reforzar su idea de que las personas adultas causan daño.
Por mi parte, preguntaría a todas las figuras docentes que tratan con niños y niñas vulnerados, ¿os suena esto?
Sé que sí, amigo. No te hagas el orejas.
Así que dime, ¿qué relación mantienes tú con su herida?
Referencias:
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa
CYRULNIK, B. (2013). Los patitos feos. Barcelona: Debolsillo
GONZALO MARRODAN, J.L. (2015). Vincúlate: relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos. Bilbao: Descleé de Brouwer
RYGAARD, N. P. (2009). El niño abandonado. Barcelona: Gedisa
SILBERG, J.S. (2019). El niño superviviente: curar el trauma del desarrollo y la disociación. Bilbao: Desclée de Brouwer
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
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