[…] —Pero, cuando lo tenía en la punta de la lengua —añadí—, me he echado para atrás, porque he sentido que se inflaba la pelota que me estaba presionando en mi propio pecho, provocándome un dolor parecido a un mordisco. […]
…
—Y entre todo lo que me cuentas ¿qué es lo que más te duele?
Sentí como se rompía por dentro.
Cuando se repuso, apenas pudo articular:
—Que ellos —su hija y su hijo— sienten que soy el peor padre del mundo.
Le brotó un llanto angustioso, que salía a oleadas desde muy dentro.
—Y quizás lo sea —balbuceó.
Me quedé ahí, sentado, angustiado también por lo que mis palabras habían provocado, pero confiando en que, si prestábamos juntos atención a ese dolor, llegaría algo de calma.
Cuando la ola pasó, me atreví a intervenir un poco.
—Quiero compartir contigo lo que me ha pasado —pedí, sintiendo que me entrometía un poco—. ¿Tengo tu permiso?
—Claro —aceptó, con la garganta temblando.
—Es que me ha pasado una cosa que quiero comentarte, porque creo que nos puede dar pistas para recorrer nuestro camino.
Asintió, y entendí que me daba permiso.
—Cuando has dicho que te sientes el peor padre del mundo —continué—, me ha llegado un impulso. Ha sido como una corriente eléctrica que, creo, quería rescatarte.
Me miró, atento.
—He querido decirte lo que parece lógico. Ya sabes, que no, que tú no eres el peor padre del mundo.
Hice una pausa.
—Pero, cuando lo tenía en la punta de la lengua —añadí—, me he echado para atrás, porque he sentido que se inflaba la pelota que me estaba presionando en mi propio pecho, provocándome un dolor parecido a un mordisco.
Estoy seguro de que le sorprendieron mis palabras.
—Sí. Es fácil de entender —solté—. Yo estaba “conectado” contigo, y confío en que, en estas circunstancias, muy juntos, mi cuerpo sabe mejor que mi mente lo que te está pasando. Y si la angustia se hace más fuerte, es que no iba por buen camino.
Asintió, de nuevo, dando a entender que estaba comprendiendo.
—Porque, déjame que te lo pregunte: ¿qué pasa ahora ahí —dije, colocando la mano en mi pecho—si te digo que no eres, para nada, el peor padre del mundo?
Hubo una pausa.
—Duele más —dijo, sorprendido.
—Eso te quería decir —respondí—. ¿Y qué pasa si me salto todos los protocolos de mi trabajo, y te digo que, en efecto, eres el peor padre del mundo, un desastre y el hombre más vil sobre la tierra, y que eso, por mucho que te esfuerces, no lo vas a cambiar nunca?
Se rió con ganas.
—No, le interrumpí bruscamente, ¿qué pasa?
—Se alivia —y suspiró tomando una gran bocanada de aire.
—¿Estás mejor así, o como antes?
—Así, sin duda… —reconoció— Es increíble, ¿qué me has hecho?
—No lo sé muy bien, sólo te he dicho lo que he sentido que necesitaba tu cuerpo —reconocí—. No era algo pensado, sólo sentido.
—Por favor, dime qué ha pasado —suplicó, expectante.
Se hizo un largo silencio.
—Ahora, se me está ocurriendo una explicación —arranqué, con dudas—. No sé si será real, pero me cuadra bastante.
—Venga, no te la guardes.
Y como soy un poco cabrón, es aquí donde lo dejo.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Cuántas veces decimos cosas a amigos, familiares, personas a las que “escuchamos” como queriendo hacerlas sentir bien, usando lugares comunes, sin evaluar el efecto real que están causando. Mi madre es una experta en esto, pero sé que yo también lo he hecho alguna vez y me raya un montón. Percibí ese malestar hace muchos años y desde entonces decidí que muchas veces prefiero no decir nada cuando alguien me cuenta lo mal que se encuentra. Hace falta mucha auto-exploración y auto-conocimiento, auto-regulación como tú dices tantas veces, para empezar a saber qué puede necesitar alguien. Hay que ponerse ahí mismo. Me enfado mucho con mi pareja porque recurre constantemente a lugares comunes y no siento que sienta desde donde yo. Y lo que es peor, me da mucha rabia que lo haga con nuestro hijo. No tenía pensado contar esto. Me ha salido solo. Se me está poniendo un nudo en la gargante y no es plan porque tengo que estudiar. Como ya me caen un par de lágrimas, sólo voy a añadir que es increíble esto. Es como una red de redes de autocuidado. O sea, porque tú esta entrada la has escrito por otro asunto, pero ya me está tocando a mí unas cuantas teclas. Alivia mucho. Ayuda en el discurso interior, a mantenerlo fuerte. Gracias por este blog.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias, Maruxa, por tus palabras tan sinceras. Sólo espero que, al tocar tu corazón, lo haya hecho con suficiente cuidado. Un saludo y mis mejores deseos.
Me gustaMe gusta