[…] Para ellas y ellos, mostrarse vulnerables es tomar contacto con el hecho de que corren verdadero peligro. Y eso duele en la boca del estómago, con el añadido de que activa respuestas protectoras primarias (la lucha, la huida o la disociación) que les alejan necesariamente de las personas a quienes necesitan. […]
El #trauma_complejo es esencialmente paradójico, porque genera a su alrededor reacciones contrarias a las que necesita.
Hay muchos ejemplos, pero uno de los más evidentes es el de las niñas y niños que han sido maltratados sistemáticamente y que se protegen ejerciendo también la violencia.
A menudo, ellas y ellos sienten que el mundo es un lugar hostil, salvaje, impredecible, en el que las personas poderosas —adultas— causan daño, por eso deben ser autosuficientes, duros, salvajes, por la protección que implica estar en el lado de los agresores, en vez de en el lugar de las víctimas. Y claro, eso les ayuda poco para recibir la respuesta calmada, empática y sensible que necesitan.
Algo parecido pasa con el abandono. Para las niñas y niños que han sentido un profundo rechazo o el abandono (sentido) de alguna de sus figuras de apego, vincularse puede vivirse como una amenaza, porque les expone a un nuevo golpe. Por eso, es frecuente que se defiendan activando ellas y ellos mismos el rechazo. Y claro, esa actitud difícilmente les ayuda a sostener los vínculos de calidad que necesitan, porque las figuras adultas, a menudo, los perciben como personas frías, distantes y hostiles.
Sé que no apetece escucharlo, pero con el abuso sexual pasa lo mismo. Porque las niñas y niños que han sido tratados como objetos para la satisfacción sexual del adulto, muchas veces sus mismos familiares o personas a las que quieren, pueden acabar sintiendo que la única forma de relación pasa por utilizar al otro, exponiéndose así más si cabe al mismo trato que tanto daño les ha hecho.
En general, las relaciones con niños y niñas que han sufrido negligencia grave, abuso, abandono o maltrato, presenta además características similares doble vínculo. Eso es, un tipo de relación que pasa por exponer a las personas adultas a dilemas que no pueden resolver, de manera que, pase lo que pase, acaban perdiendo.
«Si le doy lo que me pide, mal; pero si le doy lo que necesita, mal también», suelen quejarse las familias, como si fuera imposible satisfacer los deseos de una niña o un niño adoptado.
Y no dejan de tener razón, porque las niñas y niños vulnerados, a diferencia del resto, con frecuencia no pueden expresar lo que necesitan, porque al ser dañados, ha quedado también dañada su confianza de base, y esto implica, por encima de otras cosas, que no pueden expresar su vulnerabilidad frente a las personas que sienten que pueden causarles más daño. Porque los quieren.
Para ellas y ellos, mostrarse vulnerables es tomar contacto con el hecho de que corren verdadero peligro. Y eso duele en la boca del estómago, con el añadido de que activa respuestas protectoras primarias (la lucha, la huida o la disociación) que les alejan necesariamente de las personas a quienes necesitan.
Así que no es raro se lo guarden muy dentro. Bien guardadito.
Por eso es tan importante contemplar observar el trauma no sólo como algo intrapsíquico, sino en su esencia relacional.
Tradicionalmente, se ha entendido que el trauma es sólo competencia de psiquiatras y terapeutas que son, hay que reconocerlo, los profesionales más preparados para cuidarlo de cerca. Pero se ha olvidado que el trauma se reproduce y se repara en un contexto relacional en el que están presentes las figuras en las que esa niña o ese niño quiere confiar. Que, con el debido respeto, a menudo se encuentran más perdidas que un pulpo en un garaje, probando y probando estrategias que les ayuden a gestionar la realidad, sin sostener ninguna.
Este probar y probar soluciones, desconfiando del proceso, tiene implicaciones profundas en la relación con las niñas y niños vulnerados, porque les lanza un torpedo que les da justo en la línea de flotación: «para mí eres un problema que tengo que gestionar porque estoy sufriendo».
Ya lo sé, no suele decirse así. No estoy hablando tanto de lo que se emite, como de lo que llega. Porque las niñas y niños vulnerados en edades tempranas sólo pueden explicarse el daño recibido en términos de «no soy lo suficientemente bueno», sufriendo una vergüenza profunda hacia lo que son, que les hace especialmente sensibles a este tipo de señales.
Mi propuesta es incluir, en todos estos casos, la perspectiva relacional del trauma complejo. Esto es, considerar que el trauma genera, por sí mismo, reacciones protectoras en el entorno, que limitan la sensibilidad, la disponibilidad, la mentalización y la valoración que los adultos pueden hacer de las niñas y niños vulnerados y de sus circunstancias.
Porque los adultos se protegen también de las niñas y los niños que han sufrido daño. Y estas respuestas protectoras limitan su capacidad para estar presentes en su experiencia más íntima, privándoles así del principal recurso para estimular la autorregulación emocional, esto es, además de una estructura clara en las normas y los límites, un andamiaje emocional predecible y confiable en el tiempo.
Pero, ¿cómo llegar a esto?
No voy a decir que en camino es fácil. Eso lo dejo para los gurús de la autoayuda, que si hay un contexto en el que causan daño, es precisamente éste.
Pero me atrevo a trazar un camino:
Simplificando un montón, la perspectiva relacional del trauma es como una mesa de 4 patas que, como en sillas y taburetes, tienen tdas la misma importancia:
- La relación de ayuda. Es decir, el cuidado de la relación que el profesional establece, crea, construye y recrea con las personas a quienes atiende, una a una; que implica necesariamente la honestidad a través de hacer explícitas sus propios procesos internos y, por tanto, también sus vulnerabilidades.
- Las relaciones con el trauma. Ayuda mucho externalizar el trauma. Es decir, hacerlo presente como una realidad con las que todos los miembros de la familia sostienen lazos relacionales, muchas veces caracterizados por la necesidad de control, en vez de la articulación de los cuidados.
- La mentalización que incluye al cuerpo. Mentalizar es representar la mente (y las reacciones corporales) del otro dentro de la propia. Implica capacidad para la visión de la mente. Y es, entre otras cosas, un requisito imprescindible para un apego seguro, por dos razones: es la base que sostiene relaciones predecibles y, además, implica sostener el vínculo que regula incluso en la ausencia, porque al estar dentro el uno del otro, y el otro del uno, sentimos que nuestra relación permanece aunque separe el tiempo y la distancia.
- Y la reparación de las relaciones. Que implica aceptar que a veces no somos capaces de dar a las niñas y niños vulnerados lo que necesitan porque nosotros estamos sufriendo. Dejar de poner la atención en hacer las cosas bien, y tratar de estar más presentes en la reparación de lo que haya pasando, cuando todos volvemos a tener recursos suficientes para vernos y sentirnos otra vez cercanos.
Ya sé. Artículo denso que da para un libro, ¿no?
Vale, igual me he pasado. Tranki, es normal que sientas algo de confusión y ganas de mandarme a la mierda 😉
Te lo resumo:
Tan importante es atender al trauma, como a las relaciones que todas y todos —madre, padre, hermanos, educadores, terapeutas, servicios de salud, servicios sociales, colegio— mantenemos con él, porque si no la estamos jodiendo.
Repito, que igual no se me ha escuchado.
Jodiendo.
* Nota sobre correcciones: Una compañera me ha hecho saber que he sido muy simplista a la hora de hablar del abuso sexual infantil, y debo reconocer que tiene razón. No me cabe ninguna duda que la realidad de estas niñas y niños es mucho mas compleja. Gracias, Nerea Cerviño.
Referencias y lecturas complementarias:
BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica
BERASTEGI, A. y PITILLAS, C. (2018). Primera alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos. Barcelona: Gedisa
CYRULNIK. B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa
GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. Editado por Amazon
GONZALO MARRODAN, J.L. (2015). Vincúlate: relaciones reparadoras del vínculo en niños adoptados y acogidos. Bilbao: Descleé de Brouwer
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
SIEGEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
SILBERG, J.S. (2019). El niño superviviente: curar el trauma del desarrollo y la disociación. Bilbao: Desclée de Brouwer
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com