[…] Se me abrazó enseguida. Le miré a los ojos, y vi que tenía unas ojeras de la pera. Pasé la mano por la parte de atrás de su espalda y estaba muy calentita.
Pum. Toma hostia. […]
Me pilló más sólo que la una.
Me había pedido volver a casa, pero no le había dado importancia.
—Qué raro que quieras volver a tan pronto —dije—, ¿tienes hambre?
—“Tí” —me respondió, y yo me quedé tranquilo.
El camino de vuelta fue normal. De hecho, me sorprendió que volviera caminando, porque suele pedirme ir en hombros.
Pero, al entrar a casa, noté que se tambaleaba y se apoyaba en la pared. Y empezó a funcionar a “cámara lenta”.
—¿Estás bien? —le pregunté, agachándome para ponerme a su altura.
Se me abrazó enseguida. Le miré a los ojos, y vi que tenía unas ojeras de la pera. Pasé la mano por la parte de atrás de su espalda y estaba muy calentita.
Pum. Toma hostia.
En todo el estómago.
No hace falta que diga que tengo terror al coronavirus. Por mí, por mi mujer, por la liada que puede suponer en casa pero, sobre todo, por mis padres, que ya no son unos jovenzuelos.
Mierda, ayer justo habíamos estado con ellos.
Se me puso visión de túnel y sentí como el mundo se movía bajo mis pies. Como un terremoto.
No me jodas. ¿Ahora? No estoy preparado.
Mi primer impulso fue apartarme de ella.
Yo qué sé, meterla en una bolsa de plástico y sellarla con ella dentro. Fue un rechazo instintivo, primario, animal. Muy bestia.
No es coña. Sentí que peligraba la vida de todos nosotros.
«Tienes que hacer algo, tienes que hacerlo.», repetía una vez dentro de mí. Golpeando como un martillo.
Siguiendo el protocolo de siempre, le llevé a lavar las manos.
«Vale, estoy acojonado.», me dije, sabiendo que no iba por buen camino. «Esto es sólo el primer impacto colega, vas a sentir que baja tu activación según trascurra el tiempo».
Puse mi atención en la “mordedura” del mi estómago, y luego llevé la atención a los pies, como tratando de hacer “toma de tierra”.
«Si te ibas a contagiar, ya está hecho.» Me surgió de dentro.
Mi estómago se relajó de repente.
«Pues si hay que estarlo, ya estamos jodidos.», me dije, un poco más consciente.
«Ella no se merece eso. Está malita, se siente vulnerable. Necesita más que nunca estar acompañada y a gustito.»
La cogí en brazos y le di un beso muy grandote.
Si estamos sentenciados, que sea con cariño.
Creo que empezó a sentir que tenía lo que necesitaba, porque se aferró con fuerza a mi cuello.
«Que sea lo que tenga que ser, pero que nos pille así. Bien juntitos, por fuera y por dentro.»
* Este relato hace referencia a las primeras estrategias de regulación emocional tras el primer impacto del miedo. Quedaba camino por recorrer. En ningún caso quiero decir que con sólo con eso todo está solucionado.
¿Cómo lo gestionarías tú? ¿Cómo te gustaría hacerlo?
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com