[…] Al levantarla, empeoraron las cosas. Empezó a patalear, con la mala suerte de que me acertó varias veces en mis huevos morenos. […]
A ver. Es verdad que su madre y yo nos habíamos venido arriba, pero tampoco era para ponerse así. Oye, colega.
Últimamente nos encanta hacer construcciones con bloques de madera. Tenemos como dos modalidades. La primera, es hacer columnas lo más altas posible; y la seguda consiste en que ella nos pide que hagamos algo, y observa cómo se los construimos para ella.
En este caso, nos había pedido una silla para sentarse. Y como Mariña y yo nos retroalimentamos, nos habíamos venido arriba. Creo que estábamos construyendo algo parecido al trono de hierro.
Pero, claro, esas cosas llevan su tiempo. Y lo que es peor, a su madre y su padre juntos, a tope con una tarea, sin prestarle atención durante un ratito.
Y eso es terrible, claro.
La primera señal fue un ruidito: espera canija que ya terminamos.
La segunda una quejita: que ya vaaaaaaamos.
La tercera tirar una pieza al suelo: anda espera tontorrona, que ya casi estamos.
A la cuarta, empezó a desparramarse. Que si quiero esto, que si quiero lo otro, que si dame, que si quítame, que si la abuela fuma en pipa.
Nuestra primera respuesta fue —muy mal, muy mal— tratar de negociar con ella. Oye mira, tía, que no puedes tener un burro que vuela, bonita, pero si quieres, puedes jugar con “conejo”. Pero, claro, su sistema ya no procesaba esa información, y bajar las exigencias incrementaba su malestar.
Desde fuera lo hubiera visto a la legua. Pero estaba dentro, con todo el sistema implicado en ello.
Así fue como le llevamos, sin quererlo, a la pataleta.
Entonces lo vi claro. No necesitaba ni decidir ni tener el control, sino contención y andamiaje emocional para volver al tiesto.
Como estaba en “modo NO”, pensé que lo mejor era no dejarle opción. Así que la tomé en brazos, con firmeza, y la aparté de la escena que le provocaba tanto malestar.
—Vamos a hablar un ratito, Amara —le dije suavemente—; que ya sabes que siempre nos arreglamos.
Al levantarla, pareció que empeoraban las cosas. Empezó a patalear un montón, con la mala suerte de que me dio varias veces en mis huevos morenos.
«Ufff. No te calientes, colega, que no lo ha hecho a propósito. Sólo necesita liberar tensión para poder estar bien contigo». Me dije.
Normal. Le habíamos dado poder en un momento de agitación, y ahora iba a ser más difícil reconducirla.
Entramos en otra habitación y cerré la puerta. La posé recostada sobre unos cojines en la cama.
—¿Estás a gusto así? —le pregunté, todavía sintiendo mi masculinidad herida.
—¡¡No!! —respondió con un gritito.
Sin embargo, percibí claramente que su nivel de estrés estaba disminuyendo.
—¿Ponemos una mantita? —le pregunté, sabiendo que necesitaba hacerse cargo de su bienestar para empezar a escucharme.
—No —repitió más bajito.
—¿Quieres contarme dónde te duele? —le propuse.
Se quedó mirando al techo. Estaba escaneando su cuerpo.
—¿Es aquí? —le puse la mano en la tripa, cerca del ompligo.
—No, aquí —respondió, colocando su mano un poco más arriba.
—Te ha tenido que doler mucho para patalear tan fuerte, ¿verdad?
—”Tí” —dijo, y sentí como si un globo se desinflara dentro de ella.
—¿Me dejas que le dé un besito? —le pregunté con una sonrisa.
—”Ti”.
Le levanté la camiseta y le besé justo ahí, donde ella había dicho. Y terminé con una pedorreta.
Empezó a reírse como una loquilla.
—Uy, se me ha escapado un pedo —le dije fingiendo sorpresa.
—Un pedo se ha “escapao” —dijo, con cara de bichillo.
—¿Quieres otro pedo? —le pregunté.
—”Tí”.
—Prrrfffffffff.
Se partía de la risa.
—¿Cómo sigue la tripa ahora? ¿Te duele? —le pregunté con curiosidad.
Volvió a mirar al techo.
—Vamos al sofá —respondió, seguido.
Volvimos con su madre, que esperaba en el salón. Al llegar, ella se le subió encima y le rodeó el cuello con los brazos.
—Mimito de gatete —dijo.
Creo que ambos nos quedamos con la sensación de que intentaba reparar algo ❤️
Referencias:
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017) Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
PORGES, S.W. (2017) Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria
SIEGUEL, D. (2012). El cerebro del niño. Barcelona: Alba Editorial
VAN DER KOLK. B, (2015). El cuerpo lleva la cuenta. Eleftheria: Barcelona
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Hola!!! Cómo estás??? Tenés alguna entrada donde cuentes como le enseñaste a Amara a rastrear el cuerpo??? Por favor. Me vendría genial para hacerlo con mi pequeña de dos años y medio. Si bien lo hago con paciente adultos todo el tiempo no sé muy bien como enseñarle a ella. Muchas gracias.
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Hola Estela;
Hay varias experiencias por ahí, pero también a mí me cuesta un poco localizarlas. Te dejo una que sí he encontrado, espero que te abra un poco el apetito: https://educacion-familiar.com/2020/09/26/columpio-autocuidado-acompanamiento/ Gracias por seguir en blog de cerca. Saludos!
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Genial!!! Muchas gracias!! Me puse en estos días a leer lo que has ido publicando!!! Me encanta lo claro que sos al explicar!!!
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