Las notas son un puente que conecta a la alumna o el alumno con la mirada que puede recibir. Y esa mirada, burocrática, protocolizada, cargada de presión, condicionará substancialmente el tipo de relación que esta chica o chico podrá tener con el aprendizaje, o con las figuras docentes.
¿Os habéis preguntado alguna vez qué función cumplen las notas?
Que sí, que de alguna forma hay que evaluar el rendimiento de las alumnas y los alumnos, ¿verdad? Que se trata, entre otras cosas, de ser justos y devolver a cada uno el valor de su esfuerzo, ¿no?. Si no, esto sería un despiporre. Claro está.
Sin embargo, también podemos ponernos en los zapatos de una o un estudiante al que le va mal. Ya sabéis, porque es un vago, y puede pero no quiere, o porque “no le da”. Que así piensa el mundo adulto sobre lo que condiciona el rendimiento escolar.
Pero también podemos ponernos en el lugar de una o un estudiante “regulero”, como lo fui yo. Uno de esos que pasan desapercibidos. No por nada, sino por gris.
Incluso, por qué no, podemos empatizar con la empollona o el empollón de la clase, a quien le va genial.
Y determinar qué tipo de RELACIÓN pueden establecer cada una o uno de ellos con las calificaciones del trimestre:
Con el primero, está más o menos claro, ¿no? Chungo. Odio. Conflicto bestial.
«Las notas no son para mí sino una fuente de presión. Para conseguir unos logros que no puedo asumir. Me recuerdan contante e irremediablemente que soy peor que los demás, haciéndome odiar cualquier tipo de aprendizaje y perder toda confianza en la autoridad, que me reduce a los números que soy capaz de conseguir.»
Pero, con el segundo, las cosas no van mucho mejor.
«Las notas son algo con lo que hay que cumplir. Un certificado para “pasar”, en todas sus acepciones. Para pasar el examen, para pasar el curso, para ir al ritmo de los demás. Y para pasar de todo, claro está. Porque las notas implican la sumisión a un aprendizaje impuesto, a una burocracia instrumental muy lejos de los intereses que me puedan motivar.»
Y con el tercero, sorprendentemente, las cuentas tampoco salen bien:
«Para mí, las notas forman parte de mi esencia, de lo que “soy” y siento que “podré ser”. Cuanto mejores son, más siento que puedo y debo rendir. Que se esperan cosas grandes de mí. Por eso, aunque son una fuente de gran placer, a la vez, me generan tristeza e insatisfacción. Porque se han convertido en un disfraz que me oculta, que yo no he decidido para mí; y porque, si quiero mejorar mi desempeño, tengo que matar mi creatividad para reproducir un contenido que se me ha impuesto.»
¿Te sientes identificada o identificado con algún patrón?
Probablemente sí.
A fin de cuentas, las notas son eso. Un puente que conecta a la alumna o el alumno con la MIRADA que puede recibir. Y esa mirada, burocrática, protocolizada, cargada de presión, condicionará substancialmente el tipo de relación que esta chica o chico podrá tener con el aprendizaje, o con las figuras docentes.
Y rara vez es para bien.
¿Por qué, entonces, seguimos IMPONIENDO CALIFICACIONES al alumnado?
Antes, un poco de historia.
La escuela, tal y como la conocemos, es un instrumento del iluminismo del S XVIII. Es decir, de la ILUSTRACIÓN. Y se perfeccionó durante la REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
Que, para que nos entendamos, implica un cambio de paradigma epistemológico, con la más absoluta confianza en la razón y el método científico, en el contexto del DESPOTISMO ILUSTRADO o, para que nos entendamos, cambiarlo todo para dejarlo como está.
Este CINTIFICISMO —entendido como la exhalación del poder y confianza en la ciencia—, implica, entre otras cosas, que hay que imponer conceptos que permitan categorizar la realidad, para así manejarla y sacarle el máximo rendimiento en términos de una PRODUCTIVIDAD, que se considera deseable y se puede medir.
Es decir, la escuela no nace, EN NINGÚN CASO, como un instrumento de emancipación, sino de eficiencia productiva y mercantil. Es un MECANISMO DE SELECCIÓN que ayude al estado a dirigir la fuerza de trabajo al contexto de producción en el que más pueda rendir.
Con el agravante de que el factor que más influye en el rendimiento escolar es, por delante de otros muchos, el origen socioeconómico y cultural.
De ahí vienen las notas. No os engañéis. Nada que ver con la justicia, ni con competir en condiciones de igualdad.
Y por eso se dice a los malos estudiantes que pueden, pero no quieren rendir; o que tienen limitaciones intelectuales que les impiden avanzar.
Vagos y maleantes. Basurilla de la que prescindir.
Los mensajes que damos a las alumnas y los alumnos, se legitiman en un RELATO DOMINANTE en el que su valor se equipara con su capacidad para producir.
Pero, ¿por qué cuento ahora todo esto?
Porque muchas y muchos estudiantes van a pegarse este curso un BATACAZO BRUTAL. Y lo normal, es que se les imponga más presión porque todos, de una u otra manera, equiparamos su rendimiento a su valor.
Lo hemos NATURALIZADO así.
Quizás, no podamos evitar que se den un tortazo; pero cuando estén en el suelo, podemos elegir patearles, o darles una mano y cuidar sus heridas, para que en un futuro sepan que, pase lo que pase, se puede sobrevivir.
Este curso, más que nunca, dejadles fracasar.
Les daréis fuerza para seguir.
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Gracias Gorka. Interesante..sabes? me haces al leerte, sentir que mola ser pedaogo…graciqs por vamorizar a la perslna con argumentos comonlo haces.
Me llega el valor de las notas por la identidad que cda a las personas por hacer mas que por ser ni por sentir claro. Abrazo mañanero. Toñi
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Muchas gracias, Toñi. Me alegra mucho compartir ideas contigo. Un saludo!
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