La paradoja de la culpa, y una salida

[…] también está cansada. En el fondo, no desea luchar ni meternos caña, porque sabe que nos hace daño. Pero no sabe apoyarnos de otra manera. […]

No sé cómo sentís vosotros y vosotras la culpa. Para mí es como un golpe en el pecho que me dificulta la respiración, me embota la cabeza, y me agarrota la espalda.

Me lleva de golpe a mirarme a mí mismo, a ver lo malo, y me dificulta pensar con claridad.

La culpa quiere que haga las cosas bien, que repare el daño que he causado y que corrija mi comportamiento. Es como una maestra estricta, con una vara en la mano, que lucha para que su alumno mejore, pero sólo consigue que deteste las clases, y quiera evadir esos momentos.

La culpa tiene buenas intenciones. Quiere que las cosas vayan bien y que evolucionemos según su esquema estricto: hay que exigirse, y si no se cumple, toca castigo. Y es muy terca. Insiste, presiona, indica “su” camino. Pero no se da cuenta que es un camino que nosotros y nosotras no hemos elegido.

La culpa no quiere que lo veamos. Pero también está cansada. En el fondo, no desea luchar ni meternos caña, porque sabe que nos hace daño. Pero no sabe apoyarnos de otra manera. Nadie se lo ha enseñado. Cuando termina las clases, se retira a su casa, cuestionándose su trabajo. No descansa. Por eso, aparece en el momento menos esperado, haciéndose la fuerte, con su vara en la mano.

No se puede luchar contra la culpa, porque se produce una paradoja: cuando más peleamos contra ella, recibimos el mensaje de que debemos hacer las cosas de otra manera. Así, la estimulamos y le damos poder.

Pero sí podemos tener un diálogo con ella:

—Mira, Culpa… te agradezco de corazón que te preocupes por mí y que trates de que haga las cosas bien —se le puede decir—. A menudo me ayudas, y me estimulas para avanzar en el camino. Pero creo que también necesitas descansar, porque estás haciendo demasiado esfuerzo.

—Es verdad —podría responder La Culpa—, a veces me siento agotada. Es como si sobre mí cayera toda la presión para que vayan bien las cosas.

—Podemos llegar, si quieres, a un acuerdo —se le puede responder—: yo me hago cargo de la situación, que ya soy mayorcito o mayorcita. Yo miro, valoro, y cuando sienta que necesito tu ayuda, me comprometo a llamarte. Mientras, tú puedes descansar y hacer tu vida. Eso te ayudará reponer fuerzas, y cuando tengas que aparecer, tendrás mejor cuerpo y la mente más despejada.

—No me parece mala idea —podría responder La Culpa—. Pero prométeme que te vas a acordar de mí, ¿eh? No quiero que se te vaya la pinza.

—Prometido, compañera —quizás le respondas—. No te preocupes por eso. Llevamos demasiado tiempo juntos o juntas, y no sé vivir sin ti. Necesitaré tu apoyo en algunos momentos. Pero vamos a darnos un pequeño descanso. Pasados unos días, miramos juntos o juntas cómo nos ha ido, y si hace falta, volvemos al principio.

—De acuerdo. Es una buena idea.

Referencias: 

SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria

GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. Editado por Amazon

GONZÁLEZ, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Barcelona: Planeta

PORGES, S.W. (2017) Guía de bolsillo de la teoría polivagal: el poder transformador de sentirse seguro. Barcelona: Eleftheria

En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

 

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