[…] La cosa es que esas parte que asume la responsabilidad y se sitúan en un primer plano, subyugan a otras partes que, también, tienen algo interesante, útil o valioso que expresar o hacer, relegándolas al silencio. […]
[…] Lo primero que me pidió el cuerpo fue quitar importancia al asunto. Decirle que estaba llorando por una tontería y que no se preocupase, que mañana todo estaría mágicamente arreglado. […]
[…] La vida en familia está surcada muchas veces por “emociones trampa”. Llamo así a las emociones que nos invitan y casi nos exigen buscar soluciones donde no las hay, casi siempre empeorando las cosas. […]
[…] Desde el primer momento, le encantó la idea. Ahora tocaba montar el drama. La, la, la, vamos por el hospital —cantábamos—, qué tranquilos estamos, ya sabes, hija mía, que no pasa nada, que te vas a dormir conmigo, la, la, la, hola, médico, qué buen día, pues nada, que estamos muy contentos, pero oye, oye, ¡¿Qué pasa?! […]
[…] Por eso, cuando las tortugas se sienten amenazadas, meten su cabeza dentro del caparazón. Se aíslan del mundo y, ahí, se sienten seguras y tranquilas, pero también muy constreñidas. Está oscuro, respiran con dificultad y les cuesta mucho moverse. […]
[…] los educadores familiares tocamos la vida de las personas (su pasado, su presente y su futuro) y a menudo lo hacemos con una desconsideración brutal. Como si fuéramos angelitos caídos del cielo, que saben de todo, como tocados por el mismo Dios. Y cuando eso sucede estamos priorizando nuestras heridas a las necesidades de los demás, creando terremotos donde no los había, y erupciones volcánicas explosivas sobre cuidades que ha llevado siglos construir. […]
Que esto no es una tecla mágica que lo resuelve todo… ya te lo digo yo.
Pero, a veces, resulta útil tener RECURSOS SENCILOS y PRÁCTICOS para distingir si lo que sentimos en la relación con nuestras hijas o hijos es fiable o no. Porque, a menudo, los EPISODIOS IRRESUELTOS de nuestro pasado irrumpen anulando nuestros recursos y activando RESPUESTAS PROTECTORAS que les confundan, les generen inseguridad o, en el peor de los casos, lleguen a alternar la relación que tienen consigo mismos, al imponerles nuestra propia realidad (“alien self”).
Vamos, que nos ayuden a poner un freno, si se puede; o a mirarnos lo que nos toca, y propiciar una reparación.
¿Tengo una respuesta mentalizadora?¿A qué es debido?
Basado en:
BATEMAN, A. y FONAGY, P. (2016). Tratamiento basado en la mentalización para los trastornos de la personalidad. Bilbao: Deslee de Brouwer
DANGERFIELD, M. (2017). Aportaciones del tratamiento basado en la mentalización para adolescentes que han sufrido adversidades en la infancia. Cuadernos de psiquiatría y psicoterapia del niño y del adolescente. SEPIPNA, nº 63.
PITILLAS, C. (2021). El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma. Bilbao: Descelee de Brouwer
[…] Pero es que, claro, ¿cómo puede una persona sentir calma o seguridad, cuando esas mismas sensaciones activan una sensación de amenaza o peligro? […]
[…] Recuerdo un día en el que me pillaron largándome por la calle. Escuché “mira, el cabrón se está yendo”, me hice el loco, me pusieron la zancadilla, me tiraron al suelo y me hicieron una melé tirándose como gorilas todos encima. […]
[…] Cuando trabajo con las personas adultas que cuidan de estas niñas o niños, sean educadoras o educadores, docentes o familiares, parto de la premisa de que la coherencia es muchas veces imposible. Máxime cuando estas niñas y niños son especialmente sensibles no sólo a lo que se hace, sino a los estados de ánimo presentes en las personas que tienen el deber de cuidarlos. Y en eso sí que nadie, repito, nadie, tiene control alguno. […]
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