[…] Los superpoderes no se heredan, sino que se enraízan en la propia historia, a menudo más como una respuesta al dolor que como resultado del propio esfuerzo. […]
Lo peor de ser hija de una superheroína y de un superhéroe, es que una espera que emerjan los mismos superpoderes.
Se mira las manos cada hora deseando ver los mismos rayos; o se afana durante semanas para ver a través de las paredes. Pero, cuando nada ocurre, aparece la desolación del fracaso. Un vacío que se va abriendo camino desde el pecho, amenazando con destruirlo todo.
Sin embargo, a pesar de lo que muchas niñas y niños piensan —porque el mundo así se lo ha dicho y repetido—, los superpoderes no se heredan, sino que se enraízan en la propia historia, a menudo más como una respuesta al dolor que como resultado del propio esfuerzo. Y es esa historia la que los constituye como atributos que tienen valor y sentido.
Los superpoderes nacen en algún lugar oculto del cuerpo, y se desarrollan en el interior de un huevo. Un huevo que sólo se puede romper con un acto de curiosidad y amor sincero hacia uno mismo.
Un evento que se da, frecuentemente, cuando uno presta atención a esa zona de su cuerpo que sufre dolor y un abultamiento. Y se pregunta, sin juicios de ningún tipo, qué es lo que habrá ahí debajo, aunque palpite, queme y duela.
Es esa atención, compasiva y curiosa, la que rompe el cascarón y deja emerger lo que sea que haya dentro. Primero como una energía poderosa y caótica, que amenaza con destrozarlo todo; y luego como un potencial que puede ser redirigido, no tanto por la voluntad, sino a través del cuidado que la heroína o el héroe pueden darse a sí mismos.
Porque es la aceptación la que integra los superpoderes en la propia identidad, y para eso, hay que quererse mucho.
Y tú, ¿qué superpoderes tienes?
¿Cómo los descubriste?
Gorka Saitua | educacion-familiar.com