¿Qué pasaría si se recuperara? | Pregunta clave 

[…] Lo que no se ha preguntado Karim —ni se pregunta nadie en su lugar— es qué pasaría si, de repente, él empezara a funcionar bien, tal y como sus padres dicen que quieren o dicen que necesitan. […] 

Todavía le duele la cabeza. Está confuso, como si sobre su mente hubiera un velo de niebla.  

Se ha levantado apenas 10 minutos antes de que el autobús pase frente a su casa.  

5 minutos para vestirse es más que suficiente. No quiere ver sus caras.  

En el salón sigue su padre. Un hombre alto, robusto, con una moral muy estricta y un carácter autoritario. Desde su cuarto siente cómo su mirada —el reproche, el maldito reproche— atraviesa en tabique y se cuela en su habitación, decepcionado por cuándo y cómo llegó ayer a casa.  

Sabe que encontrará en la cocina a su madre. Haciendo un esfuerzo titánico para mantenerse erguida y para prepararle un desayuno caliente que se quedará en la mesa.  

Hace tiempo que no cruza los ojos con ella. Siente demasiada vergüenza. Sabe que la está destrozando con sus escapadas, que pasa el día entero pendiente de él, porque recibe constantemente unas llamadas a las que no contesta.  

No contesta porque le duele demasiado torturarla. Porque está fumando porros, y no quiere preocuparla. Y porque sabe que ella sigue protegiéndole de la ira de su padre, formando un muro de contención contra su ira y violencia.  

Karim sale vestido de la habitación, y cruza el salón, saludando de una forma que parece —solo parece— distraída. Llega a la cocina y toma un pedazo de pan, mordiéndolo sin ganas. Y sale apurado por la puerta.  

Cuando la cierra de golpe siente un cierto alivio, y tiene la certeza de que hoy también volverá a ocurrir. Llegará tarde, cuando todos duerman, bebido, fumado o ambas cosas, dando el pretexto perfecto a su familia para hacerle responsable de todos sus problemas.  

Lo que no se ha preguntado Karim —ni se pregunta nadie en su lugar— es qué pasaría si, de repente, él empezara a funcionar bien, tal y como sus padres dicen que quieren o dicen que necesitan. Si volviera sistemáticamente a la hora a casa, fresco como una lechuga, y con unas notas fantásticas al terminar el trimestre.  

Seguramente, lo primero sería que su padre se marcharía. A fin de cuentas, regresó a casa cuando supo que su presencia era inestimable para sacar adelante a su hijo pródigo. Es un hombre con un mandato migratorio muy potente, que necesita ganar mucho dinero para sostener a su familia en el Magreb, y saldar sus deudas. Y las mejores oportunidades para un hombre con sus necesidades y sin papeles están fuera, con actividades ilícitas en las playas del estrecho.  

De ser así, su madre —una persona muy vulnerable— quedaría destrozada. Deprimida, sin red social de ningún tipo, sin conocimiento del idioma y a cargo de 5 chiquillos, no cabe duda de que sería más consciente de sus dificultades, viniéndose abajo por la desesperación, la impotencia y el desamparo de estar condenada a una migración y una vida que ella nunca hubiera elegido.  

Sin duda, volvería a intentarlo, pero, seguramente, esta vez de manera más eficaz y precisa. No como la vez anterior, que la encontró inconsciente, en el suelo, con espuma blanca en la boca, y sin ninguna nota de despedida.  

Karim no sabe por qué hace lo que hace, pero está seguro de que está haciendo daño al mundo y, sobre todo, a su familia. Por eso, alguien debe decirle que hay algo más detrás de su conducta. Un sentido que él no puede ver desde el lugar que ocupa. Algo que deberían agradecerle sus personas más cercanas, porque la realidad última, preciosa y significativa, es que está protegiendo a su familia.  

Protegiendo. 

Protege a su padre de un futuro incierto. De la cárcel, o de que, en un “vuelco”, le salten la tapa de los sesos con un tiro. A su madre de enfrentarse a la soledad y a sus demonios, y de reconocerse tan vulnerable como para perseguir el destino de un hombre a quien ya no quiere. Protege el matrimonio de sus padres, la única estabilidad y felicidad que recuerda, y que ahora ha sido destrozado por una violencia que ambos ocultan. Y protege también a sus hermanos que tendrían que sobreponerse a la muerte de una madre, estigmatizados por una religión anacrónica e incomprensiva.  

Y lo hace de la única manera que puede: exponiéndose como un chivo expiatorio. Como un punto de apoyo que sostiene el equilibrio de su mundo.  

Porque para un chico de 15 años es mejor aniquilarse, comprometer su salud mental y su autoestima, que perder el único refugio seguro que le queda. Un refugio, amigas y amigos, que sufre por no dar cobijo a quien más lo necesita.  

Una verdadera tragedia.  

Ojalá algún día Karim pueda saber que alguien se dio cuenta. Aunque no quiera saber nada de mí, ni de las chorradas que digo. Aunque no pueda escucharme al estar sobrecargado y abrumado por la maldita vergüenza.  

Karim, sé que lo haces por amor. Aunque no puedas conectar con eso ahora al estar luchando por lo que más quieres y lo que más necesitas.  


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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