[…] Recuerdo que hace mucho tiempo trabajé con una niña que tenía también 4 años y, como tú, se despertaba a las noches llorando, pidiendo bracitos de su aita y de su ama, con verdadera desesperación, como si le fuera la vida en ello. También ella había pasado por una operación muy angustiosa, durante la que los médicos la apartaron de su familia y se la llevaron a una habitación muy rara, llena de luces, cacharros y cables, que daba muchísimo miedo. […]
—Te estás despertando por las noches llorando mucho. ¿Tienes pesadillas?
Ella asiente con la cabeza.
—Vaya. Qué faena. Con las pesadillas se pasa muchísimo miedo —se hace un breve silencio—. ¿Te gustaría contarme qué pasa en esos sueños tan feos?
No contesta.
—¿Puede ser que sueñes que te estás cayendo?
Dice que no con la cabeza.
—¿Igual ves que te va a atropellar un coche?
Vuelve a negarlo.
—Ya sé… creo que sueñas con cocodrilos malos.
Tampoco.
Entonces, le hago la pregunta para la que la estaba preparando, pensando que seguramente esté sufriendo las consecuencias ser arrebatada de mi lado por los médicos, para operarla:
—Pues no sé. ¿Puede ser que sueñes que alguien te lleva?
Afirma con la cabeza, apática. Mirando a la mesa.
Con las pesadillas se pasa muy mal, hija. Todos tenemos pesadillas de vez en cuando, pero, alguna vez, se repiten durante muchas noches. Y cada vez que nos vamos a la camita, revivimos esa historia de miedo.
A nadie le gusta tener pesadillas y despertarse aterrorizado, llorando, con la sensación de que le está pasando algo terrible y que no puede protegerse de ello. Esas pesadillas que se repiten son como un mensajero que trae una carta desde nuestro cuerpo. No siempre es fácil descifrar lo que dice esa carta porque está escrita con letras muy raras, pero, si logramos entenderla y saber lo que el cuerpo necesita, es posible que las pesadillas desaparezcan. Porque las pesadillas no son sino la forma que tiene el cuerpo para que le hagamos caso.
Recuerdo que hace mucho tiempo trabajé con una niña que tenía también 4 años y, como tú, se despertaba a las noches angustiada llorando, pidiendo agobiada bracitos de su aita y de su ama, con verdadera desesperación, como si le fuera la vida en ello. También ella había pasado por una operación muy angustiosa, durante la que los médicos la apartaron de su familia y se la llevaron a una habitación muy rara, llena de luces, cacharros y cables, que daba muchísimo miedo.
Su Aita le contó, entonces, que tenían que hacer caso a las pesadillas, en vez de intentar evitarlas, porque suelen reflejar que hay un movimiento que —como un duendecillo travieso— ha quedado atrapado en el cuerpo, y revolverá y revolverá los sueños hasta que pueda salir de la forma en que lo necesita, y liberarse en el viento.
A la niña le sorprendió mucho lo que le contaba su padre. Ella no quería saber nada de las pesadillas que le hacían tanto daño, pero confiaba en él, así que decidió hacerle caso.
Su Aita siguió contándole que, a veces, nos pasan cosas que dejan el cuerpo paralizado. Cosas que nos dan mucho miedo como que alguien nos pegue, perdernos en un supermercado, que nos quiten nuestro juguete preferido, o que otros mayores nos lleven, sin esperarlo y sin saber bien lo que está pasando.
Cuando eso pasa, es como si apareciera un muro de hielo dentro de nosotros, y las ganas de pelear o salir corriendo se quedan atrapadas en el cuerpo. Por eso nos cuesta tanto sentirnos en calma y tranquilos, porque nuestro cuerpo, por dentro, sigue luchando y huyendo. Y por eso, también, aparecen las pesadillas por la noche, para recordarnos que necesitamos golpear, empujar, correr, saltar, hasta llegar a un sitio seguro, con nuestra ama y nuestro aita, protegiéndonos.
Su Aita también le explicó, también, que hay una forma de liberar esos duendecillos del cuerpo. Y que, además, era divertido, porque se hacía jugando. Le dijo que ambos podían jugar a que le volvían a ese momento tan desagradable, en el que se la llevaron los médicos; y que ella podía hacer justo lo que su cuerpo le pidiese —lo que sea—, incluso pegar, tirar cosas, correr, para volver con su familia. Que si su cuerpo sentía que hacía lo que entonces hubo necesitado, los duendecillos que revuelven se liberarían, y la dejarían tranquila durante las noches, porque el movimiento los permitiría salir, como el humo de un bizcocho, o el agua de la bañera, y su pecho se desinflaría como un globo sin atar que sube hasta el cielo.
Su Aita, su Ama y ella, jugaron a ese juego raro. Al principio, a esa niña no le apetecía jugar. Pero, cuando empezó a hacer cosas (gritar, saltar, pelear, correr…) empezó a sentir mucho gustito. Un gustito raro, que no sabía de dónde venía, pero que le invitaba a repetir el juego. Así, la familia jugó así una, dos, ocho y hasta 16 veces, un día tras otros, hasta que quedaron cansados y satisfechos.
Y esa niña, poco a poco, fue sintiendo que las pesadillas, primero, se hacían más suaves y, luego, desaparecían quedando sólo como un mal recuerdo.
¿Te gustaría que hiciéramos lo mismo?
Las madres y los padres necesitamos recursos para enfrentar situaciones potencialmente traumáticas, como la que vivió nuestra hija en el @hospital de cruces, debido a la insensibilidad del servicio de cirugía con la infancia.
Os dejo copia de la queja, por si la queréis compartir y ponerla a disposición de otras familias que han pasado por lo mismo: https://www.facebook.com/gsuig/posts/pfbid037Va8ViVFubcdSYxs3LVYcrEjLaxxNLk3wuYdATumPx7VQfQG24rD8LsUR6y7u3t8l
La clave de estas intervenciones tempranas es comprender que, cuando una niña o un niño no se puede proteger del peligro —sea real o sentido, da igual— el cuerpo colapsa, y la necesidad de luchar o huir queda atrapada en el cuerpo. Por las noches, cuando desaparece el control consciente, el cuerpo reclama ese movimiento de lucha o huida que sigue siendo necesario para la niña o el niño se pongan a salvo, en brazos de su familia, o en su lugar seguro.
Sin embargo, así rara vez se resuelve la cosa. Porque las pesadillas son tan intensas, que la niña o el niño se siente morir y quiere desconectar de eso.
El juego puede llevar a las niñas y niños no sólo a revivir la experiencia, dentro de su ventana de tolerancia, a su ritmo, sino a dar salida a esos impulsos protectores que siguen movilizando su sistema nervioso autónomo, manteniéndoles alerta e hipervigilantes, permitiendo que su cuerpo vuelva a sentirse suficientemente seguro.
No tengas miedo a jugar a lo que duele, o a lo que resulta abrumador, el juego es la forma natural que tiene el sistema nervioso de reprocesar el #trauma, permitiendo la respuesta negada por una realidad poco sensible —e incluso maltratante, como fue el caso— hacia la infancia.
Pero hay otra cosa que también necesita la infancia afectada por este tipo de procesos y protocolos que sólo atienden a las necesidades e intereses de las personas adultas: saber que sus mayores harán lo posible para que algo así no se repite otra vez en su vida.
Por eso, os doy las gracias de parte de todas las niñas y niños dañados en hospitales y otro tipo de instituciones: gracias por protegernos, es decir, por no callar y luchar contra los abusos de un sistema insensible hacia la infancia.
Bibliografía y lecturas recomendadas:
BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa
DANA, D. (2019). La teoría polivagal en terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
LEVINE, P. A. y KLINE, M. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Una guía parental para infundir confianza, alegría y resiliencia. Barcelona: Eleftheria
MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2017). Profesionales portadores de oxitocina. Los buenos tratos profesionales. Madrid: El Hilo Ediciones.
VAN DER KOLK. B, (2015). El cuerpo lleva la cuenta. Eleftheria: Barcelona
Gorka Saitua | educacion-familiar.com