[…] Recuerdo que hace mucho tiempo trabajé con una niña que tenía también 4 años y, como tú, se despertaba a las noches llorando, pidiendo bracitos de su aita y de su ama, con verdadera desesperación, como si le fuera la vida en ello. También ella había pasado por una operación muy angustiosa, durante la que los médicos la apartaron de su familia y se la llevaron a una habitación muy rara, llena de luces, cacharros y cables, que daba muchísimo miedo. […]
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