A mala hostia.
Me voy a hacer a mí mismo la entrevista que le hicieron a Rafael Santandreu en el periódico El Mundo, fechada el día 18/10/2018. Y que nadie ha tenido el sentido común de borrar. A ver en cuántas cosas coincidimos, chaval:
* No la enlazo porque no quiero difundir.
Si él tiene derecho a inundar el mundo con sus ideas como colaborador de RTVE, yo, al menos, tengo el derecho a la pataleta, ¿no?
¡Que voy!
Vaya por delante que no soy psicólogo ni terapeuta, por lo que jamás trataría a personas con un diagnóstico clínico. Pero sí trabajo en un centro sociosanitario, en contacto directo con personas que sufren y en colaboración con profesionales que sí están capacitados para llevar a cabo este tipo de tratamientos, lo cual, me hace ser muy consciente del daño que pueden hacer este tipo de discursos tan alejados de la realidad.
Pregunta 1. ¿Somos una sociedad más mental o emocional?
Es un error muy frecuente distinguir entre un funcionamiento “mental” o “emocional”. Se trata de una perspectiva ontológica que arrastramos desde que Platón estableció dos tipos de mundos paralelos: el de las cosas (lo sensible) y el de las ideas (lo cognoscible), y que fue reforzada por el filósofo estandarte de la modernidad, René Descartes, al distinguir entre res cogitans (substancia pensante) y res extensa (substancia física).
El cerebro humano funciona como un todo, de manera integrada. Toda acción (externa o interna) está motivada por la emoción, pero sólo algunas acciones paran por la conciencia, y menos aún por el filtro de la razón. Para que pueda entenderse, es como si mente y cuerpo estuvieran unidos por unos cables que permiten la comunicación, y es precísamente esta comunicación entre la conciencia y el cuerpo, lo que condiciona en qué medida satisfacemos nuestras necesidades en un mundo que a veces nos resulta hostil.
Ahora bien, es importante destacar que vivimos en contextos (familiares, sociales, económicos, estructurales, etc.) donde se prima la producción y la competitividad por encima de las necesidades de los sujetos y las poblaciones. Esto explica, quizás, la preponderancia de la razón en lo académico y lo cultural, y el menosprecio de los cuidados como fuente de seguridad y bienestar que, a fin de cuentas, es lo que necesitamos para tener un desarrollo y una vida armónica, en comunión con los demás.
La intromisión en la psicología y la educación de filosofías anticuadas y desconectadas del ser humano como el estocismo, es un síntoma de esta realidad. Es, probablemente, la forma que tiene el sistema neoliberal de enseñar a las personas (meros productores) que deben aceptar su destino, plegarse a ser un mero engranaje de la máquina y, en consecuencia, medir su valor por su capacidad de producción.
Pero esto, claro, distancia a las personas de sus necesidades y, en consecuencia, favorece el desajuste y la enfermedad mental.
Pregunta 2. ¿Es culpa nuestra la depresión o la ansiedad?
En ningún caso. Casi nadie desea sufrir. Y las pocas personas que parece que sí lo desean, suelen tener muy buenos motivos para protegerse así.
La depresión y la ansiedad son el resultado de múltiples factores, entre los que hay elementos que tienen que ver con lo biológico (la genética, la epigenética, la estructura del sistema nervioso, la plasticidad cerebral, los eventos del desarrollo, etc), lo psicológico (lo que nos decimos, lo que activamos, cómo nos percibimos, cómo nos cuidamos, etc.) y lo social (los estresores que tenemos que enfrentar, las relaciones con nuestros seres queridos, la cultura en la que estamos inmersos, las relaciones de producción, etc.) que, hasta tal punto están entrelazados, que son muy complicados de distinguir.
Lo que sí podemos decir es que la culpa y la exigencia, entre otras muchas cosas, son la forma en que hemos ido interiorizando las diferentes formas de maltrato que hemos sufrido a lo largo de nuestra historia y que hemos NATURALIZADO como la única forma de gestionar nuestras necesidades más íntimas o nuestro mundo emocional. Por eso tenemos que ser tan cuidadosos los profesionales para no estimularlas, dado que son, en muchas ocasiones, enemigos de los elementos que de verdad están unidos a la resiliencia, a saber, la compasión (hacia nosotros mismos y hacia los demás), la curiosidad, y el autocuidado, como una forma de amigarnos con lo que necesitamos y sentimos.
Si bien es muy complicado determinar las causas o las razones que explican los procesos ansiosos o depresivos, lo que sí sabemos es que muchas veces están asociados a al maltrato que ejercemos contra lo que sentimos, tratando de anularlo, apartarlo o luchar con todas nuestras fuerzas contra ello, de manera que acabamos agotados, sin recursos y lo que es peor, sin la esperanza de que las cosas pueden ir a mejor. Por eso, entre las prioridades de los profesionales que atienden a personas que sufren debería estar, en consecuencia, ayudar a las personas a quienes acompañamos a identificar y bloquear estos patrones que incrementan el dolor, haciendo un pacto de no autoagresión. Es decir, como dice @anabel gonzález, ya que estamos sufriendo, al menos no empeoremos la situación.
Nuestro sistema nervioso autónomo no es —como hemos aprendido— una fiera que hay que domar, sino un animal a veces inquieto o desesperado que busca ansiosamente alimento, calor y conexión emocional. Hay una frase que me encanta y que tengo como máxima en mi página de Facebook: «Lo más importante en toda educación es hacer que nuestro sistema nervioso se convierta en nuestro aliado, no en nuestro enemigo.» WILLIAM JAMES. Lamentablemente la escuela, el sistema sanitario y el sistema educativo, e incluso algunos psicólogos iluminados con espacio en los medios de comunicación, están a años luz de hacerla realidad, fomentando el maltrato hacia las personas más vulnerables. Deberíamos preguntarnos por qué.
Pregunta 3. Para lectores que no conozcan su terminología: ¿qué es la terribilitis?
Nunca he utilizado ese término, aunque puedo intuir lo que significa: la supuesta tendencia de algunas personas a ver determinadas realidades como terribles y, por tanto, a no poderlas gestionar suficientemente bien.
¿He acertado?
Si estoy en lo cierto, me parece no solo inadecuado sino profundamente maltratante hacia las personas que sufren. Denota un desconocimiento profundo sobre cómo funciona el sistema nervioso autónomo, y su relación con las partes más evolucionadas del cerebro humano.
Todas las personas estamos, de una u otra manera, afectadas por el TRAUMA. Esta afectación se puede ver principalmente en esas sensaciones de amenaza, bloqueo e impotencia, que surgen sin motivo aparente, y que relacionan el momento presente con un pasado que no supimos o no pudimos gestionar, bien porque nuestro sistema nervioso estaba inmaduro, porque no contamos con la protección que necesitábamos, o porque las circunstancias y el estrés nos superaron con creces.
Por tanto, todas y todos sufrimos situaciones que no estamos preparados para enfrentar con suficiente seguridad que, a los ojos de otra persona, pueden parecer una tontería, porque su afectación por el trauma y su experiencia son diferentes a las nuestras, y no puede empatizar con nuestro estado del sistema nervioso o nuestro dolor.
Estas sensaciones de “no poder”, normalmente están relacionadas con el sentimiento de “no ser bueno, no ser importante o no ser suficiente”, es decir, con una afectación del autoestima de corte radical, que dificulta e incluso impide que podamos conectar con los recursos que todas y todas tenemos para sentirnos competentes, orgullosas y fuertes, y así enfrentar los retos que toca superar.
Por eso, en cualquier proceso de acompañamiento o terapéutico, las personas deben tener PERMISO por parte de los profesionales que les atienden para NO PODER. No poder no es un síntoma de debilidad sino de fortaleza, porque implica reconocer y aceptar cuál es el estado de nuestro sistema nervioso y, así, poder darle lo que necesita para que se pueda recuperar y pendular hacia una mayor seguridad.
Que tu experiencia no sea de vulnerabilidad no significa que la mía deba cambiar. Mis dificultades no son ni han sido las tuyas, y en ningún caso eres un modelo al que me tenga que parecer.
La vulnerabilidad, bien gestionada, ayuda y guía a las personas para que puedan sanar las heridas del pasado, desbloquearse y crecer, pero, para ello, necesitan profesionales que comprendan y respeten los BUENOS MOTIVOS que tienen para sentirse así. Ridiculizar estas sensaciones es una forma de maltrato que, si bien sirve para conectar con un público también maltratante y desconocedor de los principios de la psicología moderna, genera dinámicas demoledoras respecto a la salud mental.
Promover estas ideas desde los medios de comunicación de uso y disfrute público, y más desde una posición de profesional experto, es una gravísima irresponsabilidad. A parte de quedar como el culo, claro, porque si te paras y lo piensas no es tan difícil de entender.
Pregunta 4. ¿Y la necesititis?
Seguramente estemos de acuerdo en que las personas necesitamos demasiadas cosas, atributos, experiencias, relaciones, etc. para sentirnos bien. Y en que este “exceso de necesidades” son uno de los sustratos no sólo de nuestro malestar, sino también del daño que nos estamos haciendo como especie, destruyendo el único planeta en el que podemos habitar.
Pero, ¿de dónde viene esto?
Creo que no contamos con tiempo ni espacio para hacer un análisis de toda esta complejidad, pero lo que sí parece evidente es que los procesos de socialización en los que todas y todas hemos participado adolecen de falta de atención hacia las sensaciones que emite nuestro cuerpo (propiocepción), y que esto tiene severas repercusiones en nuestra salud mental.
Si nos paramos a pensar acerca de qué hacemos cuando nos sentimos mal, lo normal es que tratemos de anularlas, bloquearlas, taparlas, o luchar contra ellas para hacerlas desaparecer. En escasas ocasiones nos paramos a escucharlas, y dales lo que necesitan con la conciencia de que nuestro sistema nervioso sabe mejor que nadie lo que necesita para regularse y sobrevivir.
Tapamos con dopamina (la hormona del placer) y, a veces, con adrenalina (la hormona del peligro), lo que debería regularse con oxitocina (la hormona de los buenos tratos y los cuidados), y así, poco a poco, sin darnos cuenta, nos hacemos dependientes de experiencias de las que no podemos prescindir. Experiencias que, lejos de ayudarnos, ahondan más en nuestra estructura dependiente, haciéndonos esclavas y esclavos de un sistema que necesita que consumamos por encima de nuestras posibilidades para poder persistir.
Lo malo es que esta retroalimentación perversa nos aleja de nuestras verdaderas necesidades y hace que incluso nuestra especie peligre, constituyendo uno de los sustratos de la carencia endémica que sufrimos en salud mental y solidaridad.
Por eso proliferan gurús y vendehumos que prometen éxito, dinero y felicidad, y que acaban haciendo tanto daño a las personas que sufren. Porque conectan con esa necesidad de dopamina, sin ofrecerles los recursos para disfrutar de la oxitocina, que es lo que, a fin de cuentas, puede ayudarles a mejorar su vida y sanar. Y por eso resulta tan difícil que las personas con problemas de salud mental acudan a verdaderos profesionales que les sepan y les puedan ayudar.
Igual suena un poco bestia pero escuchar las necesidades de nuestro cuerpo y practicar la ternura es, probablemente, una de las formas más eficaces de promover una verdadera revolución.
¿No?

Pregunta 5. El pensamiento determina las emociones. ¿Controlar esos pensamientos no puede derivar en otra forma de obsesión o neurosis?
No, el pensamiento no determina las emociones, aunque pueda tener cierto impacto en el sentido que damos a nuestra experiencia corporal.
El cerebro sondea constante y de manera preconsciente las señales de seguridad, inseguridad, peligro y amenaza del contexto, especialmente el interpersonal, activando diferentes estados que predisponen nuestro nivel de activación, percepción y energía, para que nos podamos proteger. Es lo que la teoría polivagal llama neurocepción.
Los recursos de los que disponemos para enfrentar los retos de la vida dependen de nuestro nivel de activación-desactivación, de manera que, a cuanto más estrés percibe nuestro cerebro, menos recursos tiene para procesar debidamente la información.
Por tanto, ni siempre está disponible el pensamiento, ni siempre está conectado con la emoción de manera que pueda gestionar. Es un principio de neurobiología básica que todas y todos hemos experimentado en alguna situación dolorosa o estresante, cuando miramos hacia atrás y vemos que hemos actuado raro, como si fuésemos otra persona, haciendo alguna estupidez con la que no nos podemos identificar.
Y no hemos actuado así porque seamos idiotas o porque nuestro cerebro esté limitado, sino porque nuestro cerebro, a nivel subcortical, percibió algún peligro del que nos quería proteger.
En consecuencia, los estados mentales limitan y predisponen al pensamiento; y el pensamiento da cierto sentido o color a la emoción; pero primero es siempre la emoción cuya función es valorar de manera rápida y eficiente lo que ocurre a nuestro alrededor. Y recalco lo de eficiente, porque si algo diferencia a los buenos y los malos profesionales es la confianza en la capacidad del sistema nervioso para pedir y obtener lo que necesita para encontrarse mejor.
Es importante que comprendamos y nos amiguemos con estos procesos, porque sólo así podemos actuar con curiosidad y empatía hacia nosotros mismos, y así sentir que la niña o el niño que fuimos está siendo acompañado por la adulta o el adulto que somos ahora, produciéndose una sensación interna de compañía y seguridad. Es importante que todas y todos los profesionales que hacemos tareas de divulgación coincidamos en este sentido, para promover en las personas a las que acompañamos personal o virtualmente una mayor sensación de bienestar que pueda sostenerse a medio y largo plazo.
Ah, y sí, has andado muy fina o fino, que no si eres hombre o mujer, tratar de controlar los pensamientos y pretender con ello que la emoción se ajuste, puede hacer mucho daño al sistema, saturándolo si cabe con más estrés.
Pregunta 6. ¿En qué es mejor nuestra forma de afrontar la vida que la de nuestros abuelos? ¿Y en qué peor?
Me parece que la pregunta está mal formulada. No creo que dispongamos de datos o un método que permita comparar ambas realidades sin caer en respuestas generalistas y estereotipadas. Si se me permite el símil que sé que es un tanto exagerado, sería como comparar a las personas de dos continentes. Sencillamente, prefiero no responder.
Pregunta 7. A menudo se reprocha a los niños que no tienen resistencia al fracaso. ¿La tienen sus padres a la hora de educar?
La resistencia no es sino la consecuencia lógica de haber logrado un equilibrio. En los casos de las personas que sufren, lograr este equilibrio ha sido, en muchas ocasiones, una tarea titánica. Es normal y sano que no lo quieran perder. Y es irresponsable desde cualquier tipo de postura profesional cuestionar o, lo que es peor, imponerles otra forma de funcionar.
La única forma de ayudar a las personas y familias a encontrar una mejor forma de satisfacer sus necesidades es honrar ese equilibrio al que llegaron renunciando a muchas cosas esenciales, en ocasiones, incluso, a aspectos de su propia experiencia o personalidad. Pero ayudándoles a ser conscientes de que lo lograron con mucho esfuerzo y sacrificio, pero con unos recursos y apoyos que no son los de ahora, ayudándoles a explorar, pero nunca cuestionando las estrategias y recursos que les ayudaron a sobrevivir.
Cuando las personas estén preparadas y confíen en esos recursos, tomarán de manera natural las mejores decisiones porque, como ya hemos dicho, el sistema nervioso posee la tendencia, la motivación y el conocimiento para repararse, sanar y también dar justa y adecuadamente lo que necesita a las personas a las que se quiere, promoviendo un mejor ajuste con las necesidades de las y los demás.
Pregunta 8. ¿De dónde nace tanta autoexigencia?
Quizás podamos entender autoexigencia, en el sentido más nocivo, como el impulso que nos lleva a postergar nuestras necesidades e intereses en busca de un bien supuestamente mayor, y que se sustenta en el sentimiento de que no somos suficientemente importantes o buenos, tal y como somos, deseando, en consecuencia, algo mejor.
La autoexigencia, entendida así, suele ser el resultado de formas sutiles de maltrato que todas y todos hemos vivido, y que identificaban e identifican, de alguna manera, lo que logramos con lo que somos. De ahí que muchas personas se afanen en conseguir cosas (éxito, dinero, prestigio, bienes de consumo, etc.) como solución para mitigar tanta vergüenza, esto es, el sentimiento de no ser suficientemente buenos y, por tanto, merecedores de buen trato y amor.
Visto así, uno de los antídotos contra la autoexigencia es el orgullo, pero no el orgullo de obtener lo que queremos, sino el asociado a lo que somos; y otros son los buenos tratos que las personas afectadas por esta vergüenza estructural difícilmente dejan pasar. De ahí la importancia de que las y los profesionales seamos exquisitos en el trato que damos a las personas. Para muchas de ellas es el primer lugar donde los van a poder disfrutar.
Pregunta 9. ¿Qué figuras o profesiones están sobrevaloradas en esta sociedad?
No me atrevo a responder a esa pregunta, la verdad. Pero sí diré que las profesiones mejor valoradas son aquellas relacionadas con el consumo y la capacidad de producción de un país, y las menos valoradas las que, como la mía, no están relacionadas directamente con nuestra capacidad económica. El libre mercado premia con dinero y poder a sus aliados. Por eso hay tanta resistencia a los cambios que podamos necesitar.
Pregunta 10. ¿Cuánto hay de autoayuda en la religión?
No soy religioso. Y no sabría responder a esa pregunta. Pero me niego a vanalizar la religión porque, para muchas personas, es y será la única experiencia de buenos tratos a la que pueden aspirar.
A fin de cuentas, la creencia en un dios bondadoso, empático, sabio, amable y protector —cuando es el caso— puede ser una fuente inestimable de resiliencia, dado que implica experiencias sentidas y sostenidas de buen trato hacia uno mismo y hacia los demás.
Eso no es autoayuda, es resiliencia de verdad.
Claro que la experiencia con lo sagrado y trascendente no siempre es así, a fin de cuentas proyectamos mucho de nosotras y nosotros mismos en dios, reconociéndolo en función de nuestras experiencias significativas.
Pregunta 11. ¿Qué tiene de bueno ‘perder el tiempo’? ¿Hay que saber aburrirse?
La respuesta a esta pregunta ilustra muy bien algunas cosas de las que hemos hablado. Si bien es posible que hayas escuchado alguna vez que las niñas y los niños deben aburrirse para desarrollar su creatividad e inteligencia, difícilmente habrás escuchado que deben estar consigo mismos para amigarse con su mundo interior y, en consecuencia, resonar empáticamente de manera más acertada con los demás. Ésta es, de nuevo, una de las consecuencias naturales de vivir en una sociedad individualista y de consumo: que la narrativa predominante responde a los valores de carácter socioeconómico y cultural.
Y estos valores relacionados de manera directa o indirectamente con esa perspectiva de consumo y mecanicista, tienen también su reflejo en las dificultades que presentan muchas personas adultas para tolerar el malestar emocional de las niñas o niños, porque su mundo interno acaba convirtiéndose en una INCOMODIDAD que nos dificulta seguir con nuestra vida NORMAL.
En este contexto, se producen aberraciones como “calmar” —nótense las comillas— a las niñas y niños, muchas veces de temprana edad, ofreciéndoles recursos que movilizan su atención hacia lo exterior, como tablets o teléfonos móviles, creando condiciones de riesgo severo para su futura salud mental. Pero, claro, es muy difícil para las y los profesionales que estudian estos hechos difundir su mensaje en medios de comunicación que dependen de la publicidad de dichos productos para sobrevivir y crecer. Es más fácil contratar a gurús y vendehumos que dicen a la audiencia lo que quiere escuchar, creando una sensación falsa de competencia y orgullo que, lamentablemente, poco va a durar.
Pregunta 12. ¿Hay mucho farsante en esto del crecimiento personal? ¿Cómo detectarlos?
La misma frase “crecimiento personal” es un truño, si se me permite la expresión. Remite al deseo que muchas y muchas tenemos de “ser mejores de lo que somos”, pero detrás de ese deseo muchas veces hay toneladas de vergüenza que no van a desaparecer por cumplir determinados objetivos o conseguir lo que queremos, porque se enraizan en las formas sutiles de maltrato que hemos sufrido, muchas veces en una etapa preverbal.
Si alguien te promete que con ella o con él vas a crecer o lograr tus objetivos, huye, huye como una rata, que ellas son expertas en sobrevivir.
Pregunta 13. ¿No es paradójico que la sociedad más autoconsciente de sí misma, la que más vive por y para la imagen sea la que más problemas sufra en ese sentido?
No, por lo que acabo de decir. Detrás de esos síntomas hay mucho trauma y mucha vergüenza. No olvidemos que las madres y padres de ahora somos las hijas e hijos del auge de la psicología y pedagogía que presumían de científicas: un conductismo radical en el que la mente y las emociones sólo tenían lugar en su relación con la conducta, que era lo que había que tratar.
Pregunta 14. ¿Usted podría vivir con agua y comida y nada más para ser feliz?
Claro que no. Nadie puede. Como dijo A. Maslow hace mil años, tenemos diferentes tipos de necesidades que tenemos que satisfacer para dar paso a otras de orden superior, como, por ejemplo, la necesidad de seguridad. No puedes pedía a alguien que está sufriendo el ataque de un oso, o que siente que va a sufrirlo, cojones en vinagre, que atienda a su necesidad de estima o autorrealización. Y repito, denota muchísima insensibilidad y falta de empatía pedir a las personas que se sienten en peligro que hagan algo más allá que protegerse de la mejor forma que saben, y es un atentado directo contra su salud mental.
Pregunta 15. Si ni una ruptura, un divorcio, la muerte de un familiar o cualquier tragedia no debería alejarnos de la felicidad, ¿la vida no sería terriblemente monocorde?
¿Cómo no nos van a alejar de la felicidad? Es natural que nos hundamos cuando perdemos a las personas que han sido nuestra base segura, o a quienes sencillamente hemos querido. Es normal que sintamos que todo nuestro mundo se resquebraja, y que nos abrume la tristeza.
La tristeza no tiene nada de malo. Es la forma que tiene nuestro organismo de conectarnos con nosotros mismos y con los demás, y de facilitarnos los procesos de duelo que nos permiten despedirnos de lo que hemos perdido, ser agradecidos hacia lo que tuvimos, y continuar la vida. Con dolor, claro, pero sin quedarnos congelados en un sufrimiento profundo que puede favorecer trastornos depresivos, ansiosos, etc.
El problema es que nadie nos enseña a lidiar con la tristeza y, a menudo, hacemos esfuerzos sobrecogedores para no sentirla, apartándola, evitándola, tapándola, lo cual, deja a nuestro sistema nervioso estresadísimo, o en el peor de los casos, agotado, y sin recursos ni ganas de vivir.
Pregunta 16. ¿Qué les diría a quienes han perdido su casa o un familiar en las inundaciones de Mallorca?
Yo no soy nadie para decirles nada. Creo que la mejor forma de ser respetuoso con ellas y ellos es escuchar y callar.
Pregunta 17. ¿Cómo nos reprogramamos?
No somos ordenadores, así que huye de quien te trate así.

Gorka Saitua | educacion-familiar.com
Gracias Gorka
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De nada!
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Revolucionario
Brutal
¡Gracias, muchas gracias!
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Reblogueó esto en Estrés postraumáticoy comentado:
«Nuestro sistema nervioso autónomo no es —como hemos aprendido— una fiera que hay que domar, sino un animal a veces inquieto o desesperado que busca ansiosamente alimento, calor y conexión emocional. Hay una frase que me encanta y que tengo como máxima en mi página de Facebook: «Lo más importante en toda educación es hacer que nuestro sistema nervioso se convierta en nuestro aliado, no en nuestro enemigo.» WILLIAM JAMES. Lamentablemente la escuela, el sistema sanitario y el sistema educativo, e incluso algunos psicólogos iluminados con espacio en los medios de comunicación, están a años luz de hacerla realidad, fomentando el maltrato hacia las personas más vulnerables. Deberíamos preguntarnos por qué.»
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