[…] No olvidemos que una de las experiencias que más INSEGURIDAD provocan en las niñas y los niños es ver a sus padres actuar desde una posición desconectada. Es decir, verles hacer las cosas como robots, disociados, como si estuvieran en otro plano de la realidad. […]
—Aita es un gordito —me soltó, canturreando, mientras saltaba en la cama.
Al instante me recorrió un calor y una energía por los brazos.
«No te jode, la moco ésta, cómo las suelta», pensé.
—Amara también es gordita —siguió, bailando—, es muy gordita, ¡como Aita!
«Pero qué gilipollas soy, colega», me dije, y me vi mirándome con comprensión y cariño, dándome una toba cariñosa en la nuca.
Va a ser que todo, todito, todo, no está superado, ¿no?
Así es como actúa nuestra NEUROCEPCIÓN, es decir, la capacidad que todas y todos tenemos para percibir el peligro y la amenaza, incluso antes de pensar, empatizar y valorar las razones de los demás, activando determinadas respuestas en el cuerpo —en este caso, la predisposición a la lucha— que condicionan nuestra percepción del mundo y las relaciones.
Nuestras hijas e hijos van a activar inevitablemente estas RESPUESTAS PROTECTORAS. Eso no nos hace mejores o peores madres y padres. Lo que define la experiencia de nuestras hijas e hijos no son nuestras respuestas protectoras, sino que, a pesar de ellas, no perdamos la capacidad de MENTALIZAR, esto es, de dirigir nuestra inteligencia de manera paralela con curiosidad hacia lo que está pasando en nuestra mente y cuerpo, y a lo que está ocurriendo en la mente y cuerpo de los demás.
Por eso aborrezco a los gurús de la crianza que dicen, explícita o implícitamente, que no nos tenemos que enfadar, huir o bloquearnos, invitándonos a seguir unas pautas o CRITERIOS MÁGICOS con los que tenemos que responder a nuestras hijas e hijos y, si no, lo estás haciendo como el ojete de mal.
No olvidemos que una de las experiencias que más INSEGURIDAD provocan en las niñas y los niños es ver a sus padres actuar desde una posición desconectada. Es decir, verles hacer las cosas como robots, disociados, como si estuvieran en otro plano de la realidad.
Y, hay que decirlo alto y claro, muchas propuestas de crianza consciente o respetuosa —que no todas— se basan en decir o entrenar a los padres y las madres en lo que DEBEN HACER, olvidando el cuidado del sufrimiento del que nacen esas respuestas automáticas que van a activar. Es decir, lo de siempre, el mito de que a través de la CULPA se obtiene la REDENCIÓN.
Pero la realidad es muy diferente a la experiencia del confesionario. Porque la culpa, esto es, la agresividad dirigida hacia uno mismo, lleva a las personas fuera de su ventana de tolerancia, hacia el bloqueo que llamamos respuesta VAGAL DORSAL.
¿Quién no se ha quedado gilipollas perdido, mirando al vacío, diciéndose lo imbécil que es?
Pues, además de no ayudar en nada, ése es uno de los estados que más puede dañar a la experiencia con nuestras pequeñas y pequeños, que no necesitan progenitores perfectos, sino sensibles y disponibles, CONECTADOS, en la medida de lo posible, con su experiencia y su realidad.
Es mejor un grito seco seguido de un perdón, que una actuación perfecta acorde al manual.
Pero igual hay que preguntarles a ellas y ellos.
¿Qué dirán?
Referencias:
DANA, D. (2019). La teoría polivagal el terapia. Cómo unirse al ritmo de la regulación. Barcelona: Eleftheria
SIEGEL, D. y HARTZELL, M. (2012). Ser padres conscientes. Barcelona: La Llave
WALLIN, D. (2012). El apego en psicoterapia. Bilbao: Descleé de Brouwer
Gorka Saitua | educacion-familiar.com