Carita de colores  

[…] Esa niña estaba pasando por un momento difícil, porque su Aita estaba malito y tenía que pasar una temporada en el hospital. […] 

Había una vez una niña que se llamaba… No sé cómo. Mejor el nombre de lo pones tú.  

¿Cómo le vamos a llamar?  

Vale, se llamaba X.  

Esa niña estaba pasando por un momento difícil, porque su Aita estaba malito y tenía que pasar una temporada en el hospital.  

El hospital era una casita muy grande, donde había muchas personas que sabían cómo le podían curar. A veces, le ponían inyecciones en el brazo, otras veces le daban masajes en la tripita y, sobre todo, le ponían muchas tiritas con mimito para que se pudiera recuperar.  

La niña sabía lo que pasaba porque se lo había explicado su ama pero se le había puesto la cara de colores. Estaba confusa.  

Como te estoy contando, su cara tenía muchos colores, pero no como Elmer, que tenía unos al lado de otros y se veían todos a la vez. Tenía todos los colores unos delante de los otros, de manera que sólo se podía ver uno.  

Su Ama, que era muy lista, se dio cuenta de lo que le pasaba.  

—Ven niña —le dijo—, ¡Hay que limpiar esa cara! 

—No quiero —respondió la niña—, me la acabo de limpiar.  

—No me refiero al barro, sino a los colores que están delante del verde de la calma, y no te dejan disfrutar de ella bien.  

La niña, sorprendida por la respuesta, decidió dejarse hacer. Se subió a las piernas de su madre y escuchó con mucha atención.  

¿Ves? Ahora tienes la cara roja, de enfadada. Te pareces un poco al monstruo enfadado. Vamos a escuchar que tiene este amigo nuestro que decir.  

Al principio, la niña no sintió nada. Pero, al poco, vio como algo se aflojaba dentro de ella y salía sin avisar.  

—¡No es justo! ¡No quiero! ¡No me gusta! —se le escuchó gritar.  

Muy bien, dijo su ama. Deja que hable enfadado, que es muy importante lo que tiene que decir.  

¡Quiero estar con Aita! ¡Quiero que todo esté normal! —gritó— ¡¡Lo hecho de menos!! 

Cuando gritó esto último, su carita cambió de color. Antes sentía mucha fuerza en los brazos pero, de repente, se sintió débil y vulnerable, con un nudito en la garganta.  

—¿Te has fijado? —le dijo su ama—. Ahora se te ha puesto la carita de color azul.  

—Es que le echo muchísimo de menos —dijo la niña—. Sobre todo, a las noches, cuando me leía cuentos y jugaba a subirme encima de él. 

En ese momento, rompió a llorar. Y estuvo un buen rato así. 

—Tómate tiempo, hija —dijo su ama—. El Monstruo Triste, que es azul, necesita mucho tiempo para expresarse y querer marchar.  

La niña lloró y lloró, hasta que la cara se le empezó a oscurecer.  

Al poco rato, era negra como el carbón. Sus manos y sus pies estaban fríos, y apenas se podía mover.  

—¿Y si…? ¿Y si no vuelve? —atinó a decir.  

Su ama, que le había escuchado con atención, la miró y le dijo con absoluta seguridad:  

—Va a volver, hija —le dijo—. Es verdad que igual se nos hace un poco largo, porque son muchos días. Pero tiene una enfermedad que se cura, y va a volver.  

—¿Es verdad eso, ama? —preguntó la pequeña, sin terminárselo de creer.  

—Sí que lo es —dijo su ama—. Ya verás como, cuando vuelva, recordaremos esto como una aventura curiosa. Vamos a tener muchas cosas que contar.  

—Lo de la pelota saltarina.  

—Y lo de las bolitas de cristal, también.  

Entonces, un calor muy fuerte le subió por la cara.  

—Parece que tu carita está un poco naranja —dijo su ama—. Espero que no sea Naranja, el monstruo de la vergüenza, ¿no? 

—Pues sí —dijo la niña—. Me parece que sí que lo es.  

—¿Te hace sentir que eres mala y pequeñita, y que te quieres esconder?  

—Sí.  

—Pues vaya —dijo su ama—. Escuchemos, a ver qué tiene que decir.  

—Dice que soy mala, porque estuvo malito, le cuidé poco y me enfadé un poco con él —confesó la niña y, como espuma a presión, el naranja empezó a salir.  

Lloró con ganas. Lloró hasta quedar agotada. Y cuando su cuerpo se alivió, escuchó a su ama decir: 

—Llorar así por alguien demuestra un gran amor —habló su ama—.Es una forma de cuidar el cordón mágico que te une a él.  

De repente, ya no se sentía culpable.  

—Es que lo he pasado muy mal, ama —dijo.  

—Por eso, lo que necesitamos ahora  es cuidarnos mucho, para reponer fuerzas, tratándonos bien —respondió su ama—. ¿Quieres un helado? Los he comprado a propósito. Es un gustito que nos podemos dar.  

—Gracias, ama.  

Su carita se veía verde como la calma, con unos puntitos amarillos que daban saltitos, celebrando el amor que se tenían y lo a gusto que estaban todos juntos, haciendo locuras y tonterías, sintiéndose cerca y acompañaditos.


En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

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Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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