[…] Porque todavía, en el siglo XXI, sigue habiendo centros educativos en los que las niñas y los niños sólo pueden ir al baño durante los recreos y, si luego les vienen las ganas, pues nada, oye tú, haberlo previsto bien. […]
«No se puede permitir. Sería incontrolable.»
«Cada uno haría lo que quisiera; se nos subirían a la chepa.»
«Pedirían ir todo el rato, pasándose por el forro las clases.»
«Para que estén controlados, las normas deben ser inflexibles.»
Me temo que estas son algunas de las razones que justifican que los niños tengan que pedir permiso para ir al baño durante las clases, y que la profesora o el profesor de turno, a veces, asuma el poder de determinar quién se está meando o cagando, según el tono de su voz.

Lo siento por las formas. Es que me cabrea.
Porque todavía, en el siglo XXI, sigue habiendo centros educativos en los que las niñas y los niños sólo pueden ir al baño durante los recreos y, si luego les vienen las ganas, pues nada, oye tú, haberlo previsto bien.
¿Quién no tiene una experiencia desagradable así?
Os voy a contar una cosa que no sabéis.
Pero es un secreto, así que mantenerlo callado:
Las niñas y los niños van a cole a aprender. Y la responsabilidad de las adultas y los adultos que les atienden es crear las condiciones para que lo consigan hacer.
No hace falta la carrera de pedagogía para saber que, si estás evitando que te salga algo por la uretra o por el culo, apretando bien los esfínteres, y acojonado por hacértelo encima delante de tus colegas, no entran las tablas de multiplicar. Y que no hace falta llegar a ese extremo para que la molestia signifique la diferencia entre una clase amable, y otra que no sirva para nada.
Pues ahora mismo hay miles de niñas y niñas en clase así.
Y esos planes educativos tan exhaustivos, con objetivos rimbombantes, y una presentación exquisita, de nada sirven ahí. Porque, cuando una niña o niño tiene una necesidad fisiológica, coño de pato, no puede dedicar recursos a aprender.
Me atrevo a acuñar un nuevo término: ADULTEZ FRÁGIL, que no es otra cosa que el miedo que muchas, muchísimas personas adultas, tienen a que las niñas y niños se les suban a la chepa, como si fuera lo maldito peor. A que las cosas se les vayan de las manos porque sienten, en lo más profundo de su alma, que no cuentan con recursos para resolver esa situación.
Necesitamos menos niñas y niños cagándose en clase, y más personas adultas en terapia, porque lo que no puede ser es que la infancia y la adolescencia tengan que tragar las mierdas de la generación que les precede, que aprendió a golpe de palo y conductismo, que lo primero de todo era ejercer el control.
Porque, ¿qué pasa por el mero hecho de que una niña o un niño tenga la perspectiva de ESTAR ENCERRADO 6 horas cada día, haciendo algo que muchas veces no le agrada y sin poder salir?
A ver, es un ejercicio fácil. Ponte en su lugar.
Si el niño está bien, siente que está ahí para hacer algo que le gusta, y siente a las figuras adultas como referentes garantes de cuidados, la cosa puede ir más o menos bien. Pero esto sólo es alrededor del 40-50% de la población infantil.
¿Y el resto qué?
Lo normal es que el resto activen determinadas respuestas de activación-desactivación, que les empujarán a la agresión (hacia el exterior o el interior) o hacia el mayor de los aplatanamientos y la desmotivación. Dos elementos que tendrán que gestionar, además del aprendizaje, por haber caído en comunidades educativas —que no son todas— insensibles a los estados de su sistema nervioso y a las necesidades especiales —sí, esas que se deben atender— que puedan tener.
Por no hablar de las niñas o los niños que han vivido situaciones TRAUMÁTICAS, que muchas veces conllevan inmovilización por parte de terceros, encierros, o respuestas del propio organismo que les ha trasladado el mensaje de que ellas y ellos no pueden huir, es decir, que no se pueden defender. Historias que afectan a su cuerpo y, de manera prioritaria, al sistema digestivo (estreñimiento, diarrea…) y la micción, como en cualquier manual se puede leer. Y no son pocos, lo que pasa es que sienten muchísima VERGÜENZA y no se dejan ver.
Me pregunto cuántos problemas de conducta específicos de las aulas y cuánta desmotivación del alumnado estará relacionada con el hecho de que directores, orientadores y profesores no aceptan el hecho de que las niñas y los niños, al igual que ellos, necesitan aire para poder funcionar. Y que ese aire, a menudo, sale de la perspectiva de ver, ahí, en la esquina, una puerta en la que ponga “salida”, a la que se puede recurrir.
Entiendo que es complicado. No soy imbécil. Sé que cambiar normas de funcionamiento presentes desde el pleistoceno da cague, porque no sabemos qué puede pasar, y la respuesta natural del organismo ante el miedo, es ponerse en lo peor.
Tampoco digo que tenga que ser mañana, así, de golpe y sin vaselina, porque puede doler.
Pero aceptemos, por lo menos, el hecho de que existe una ADULTEZ FRÁGIL que es la que impera y se refuerza en los contextos educativos y sociales, donde las niñas y los niños son poco más que seres que molestan y a los que hay que someter. Y que esa adultez frágil, se basa en una falta de mirada y de cuidados hacia las niña o el niño que fuimos, a quien seguimos sin mirar por lo que pueda doler.
Revisemos las normas, una a una, para determinar cuáles tienen que ver, efectivamente, con las necesidades de la infancia, o con las nuestras propias como personas que necesitan ejercer CONTROL para sentir que lo estamos haciendo bien.
Porque, ¿dónde aprendimos eso?
Yo qué sé. Pero toca mirar un poco hacia allí. Porque, ¿cómo nos hará sentir?
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.

Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, puedes ponerte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com