Las partes protectoras reaccionan ante amenazas por parte del entorno, cuando peligra nuestra base segura, cuando se activa nuestro niño interior y hace valer sus necesidades, o cuando aparece otra parte protectora con la que permanecen en conflicto.
En mi interior conviven varias partes protectoras.
Entre ellas, hay dos que tienen una relación muy peculiar: la parte rebelde, y la parte traidora.
Las partes protectoras son sistemas psicológicos internos que operan para defender nuestro núcleo más vulnerable, y que operan con cierta autonomía del resto. Tienen su propia forma de ser y de actuar, su propia historia sentida, y su propia percepción del mundo y de las relaciones con las personas. Se activan predisponiéndonos a un determinado abanico de respuestas —internalizantes y externalizantes— son coherentes entre sí. Son como personajes que se ponen al mando, y que nos dirigen para enfrentar con cierto éxito las dificultades de la vida, pero operan de manera desesperada o impulsiva, sin consultarnos, sin hacer planes y limitando nuestra capacidad para ponernos en el lugar de los demás.
Cada parte protectora tiene sus gatilladores o, lo que es lo mismo, los estímulos —también internos o externos— que las desencadenan. A menudo nos sorprenden, generando una cierta sensación de confusión o de no ser nosotras y nosotros mismos.
Por ejemplo, yo visualizo mi parte rebelde como un manifestante encapuchado que lucha con escasos medios contra la policía o un ejército bien armado; y que, a pesar de las heridas, los porrazos y la tortura, sigue fiel a sus principios y valores.
En cambio, mi parte traidora es diametralmente opuesta. La veo como un niño que se siente culpable, y que se agarra a la falda de una madre que la rechaza, no sólo por lo que ha hecho, sino también porque siente que tiene que purgar un pecado que ha quedado grabado en su alma. Es un niño que suplica afecto y pertenencia, porque necesita un lugar donde descansar y sentirse seguro; y siente un rechazo profundo.
Identificar las partes es un ejercicio interesante. Pero lo mejor viene cuando exploramos —desde la curiosidad y sólo la curiosidad— las relaciones que nosotras y nosotros tenemos con dichas partes, y la que tienen esas partes entre sí.
Yo me llevo relativamente bien con mi parte rebelde. Aunque, a veces, le reprocho que haya comprometido mi lugar seguro, o que me haya metido en problemas que habíamos podido evitar. Pero, en general, me resulta agradable y amigable. Por eso es una parte integrada en mi forma de ser.
Al tener una relación de simpatía conmigo, puedo expresarla u contenerla a través de un diálogo interno, en el que ambos, ella y yo, nos miramos y escuchamos desde el respeto y la calidez.
No me pasa lo mismo con mi parte traidora, que es una parte repudiada, es decir, algo de mí mismo que me resulta desagradable y que no quiero ver.
Mi tendencia es a encapsularla. Apartarla. Ignorarla. Me trae a la mente recuerdos de momentos en los que me he sentido profundamente vulnerable, vulnerado, maltratado, sobrepasado, avergonzado, confuso y en los que no me he podido defender. De alguna manera, tengo la idea de que, si presto atención o doy voz a esa parte vulnerable, puede dominar o controlar todo mi ser. Y siento que eso no me lo puedo permitir.
Pero esa es una percepción mía, nada tiene que ver con la realidad.
Porque, en nuestro mundo interior, que es irracional y paradójico, el control que las partes pueden ejercer sobre nosotros mismos se incrementa según hacemos un ejercicio de fuerza de voluntad; y decrece cuando les prestamos la atención, la escucha y los cuidados que siempre han merecido y que nunca van a dejar de reclamar.
Lo verdaderamente interesante es explorar la relación que ambas partes tienen entre sí. Porque mi parte rebelde mira a mi parte traidora como un enemigo a batir, y mi parte vulnerable mira a mi parte rebelde como un peligro para su lugar seguro o para las relaciones que le permiten sostenerse y sobrevivir.
Ocurre, entonces, algo muy curioso. Que este vínculo ambivalente les hace tener una relación cercana, a la vez que hostil.
Porque cuando se ejerce despóticamente el poder sobre mí o sobre un tercero vulnerable, aparece mi parte rebelde, como un misil, dispuesta a restablecer la justicia y la equidad. Y le importa tres cojones lo que vaya a pasar. Se pone a la vanguardia de la manifestación, con un cóctel molotov y un palo, y recibe con gusto las hostias que quieran venir. Porque al poder, de cerca y de cara, se lo combate mejor.
Pero, cuando toda esa energía se descarga, entra en juego mi parte traidora.
Ella se encarga, entre otras cosas, de reparar el desaguisado. Baja la cabeza, se hace pequeñita, y está dispuesta a comulgar con ruedas de molino con tal de recuperar la relación con las personas que le importan. Lo hace abrumada, llena de vergüenza, culpándose, rebajándose y humillándose cuanto haga falta.
Mi parte rebelde la mira con desprecio, acusándola de ser débil y de no tener la fuerza necesaria para hacer valer sus principios. Y yo —mi yo esencial y mi self— la miro con preocupación porque, con esta actitud vital, siento que me expone al maltrato y el abuso por parte de terceros que puedan venir.
Todo ello retroalimenta su sentimiento de vergüenza y culpa, y la hace, si cabe, mucho más presente.
A menudo, sólo logro romper este ciclo con 3 ayudas: el deporte, la represión y el sueño. El deporte es una forma de calmar las sensaciones internas agotando a ese niño interior herido. La represión —o mejor dicho, disociación—, puede apartar momentáneamente a esa parte protectora de la vista, a costa de un enorme esfuerzo, y de que se repita el mismo problema. Y el sueño puede suponer un alivio inmediato, pero tampoco rompe ese ciclo de violencia hacia uno mismo.
Sin embargo, estoy explorando otras soluciones que me mantienen con la esperanza de obtener buenos resultados. Todo pasa por prestar la atención que merece a esa parte protectora traidora, y por aceptar que reconfortarla no pasa tanto porque las condiciones de contexto sean propicias, como por mejorar las relaciones que tiene esa parte con otras su estructuras de mí mismo.
Porque quizás esa parte rebelde tiene mucho que agradecer a la parte traidora. A fin de cuentas, todo guerrero necesita un descanso en brazos de las personas a quién aprecia y quiere. Y no hay batalla que se sostenga sin víveres, ni una fortaleza segura.
Y quizás yo mismo pueda algún día sentir que, gracias a esa parte traidora, las personas a las que quiero puede contar con la reparación y el cariño que necesita, después de verme “endemoniadito” haciendo el loco.
Quizás, visto así, no sea justo llamarla parte traidora, sino parte leal, agradecida, y sensible hacia las personas que más lo merecen.
Va a ser que es el complemento perfecto. El que necesitaba.
¿Se ve?
¿Por qué os cuento mi vida?
Muchos de los problemas que afectan a las familias tienen que ver con estos ciclos de retroalimentación que se repiten en las personas adultas encargadas de proteger y garantizar los cuidados.
Las partes protectoras no siempre reaccionan amenazas por parte del entorno, sino que se activan también cuando peligra nuestra base segura, cuando se activa nuestro niño interior y hace valer sus necesidades, o cuando aparece otra parte protectora con la que permanecen en conflicto.
Por eso, a menudo, la intervención educativa familiar se realiza a través de un trabajo individualizado, en el que las personas —que están sufriendo y protegiéndose— pueden mirar hacia su propio interior y dedicar el tiempo, la dedicación y el cuidado, a esas partes que protegen pero que no les gustan.
A fin de cuentas, sólo disfrutando del autocuidado podemos dar a nuestros hijos, hijas o a las personas menores de edad a nuestro cargo, y de buen grado, el trato que se merecen y necesitan.
Y tú, ¿conoces tus partes protectoras integradas y repudiadas?
¿Qué partes protectoras activas en tu trabajo? ¿Sientes que tienes control sobre ellas?
¿Qué partes protectoras se activan con las personas a quienes quieres? ¿Cómo repercuten en la relación con ellas y ellos?
¿Cómo se llevan entre ellas?
Y sobre todo, ¿qué mirada les ofreces? ¿Es la que merecen?
Referencias: CYRULNIK. B. (2003). El murmullo de los fantasmas. Barcelona: Gedisa CYRULNIK, B. (2013). Los patitos feos. Barcelona: Debolsillo GONZÁLEZ, A. (2017). No soy yo. Entendiendo el trauma complejo, el apego, y la disociación: una guía para pacientes y profesionales. NARDONE, G. (2009). Psicosoluciones. Barcelona: Herder PAYNE, M. (2002). Terapia narrativa. Barcelona: Paidós SILBERG, J.S. (2019). El niño superviviente: curar el trauma del desarrollo y la disociación. Bilbao: Desclée de Brouwer SCHWARTZ, R.C. (2015). Introducción al modelo de los sistemas de la familia interna. Barcelona: Eleftheria
En este blog «caminamos a hombros de gigantes». La mayor parte de las ideas expuestas se basan en nuestra bibliografía de referencia.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Aportamos una corrección o matiz aportado por Mar Fayos, psicóloga que trabaja en una asociación atendiendo mujeres del Raval en Barcelona, y sus familias, y también en consulta privada, desde el modelo de IFS principalmente y enfoque en trauma en general:
«Qué bueno tu trabajo de consciencia de partes! Desde mi punto de vista, me alegro de que acabes poniendo otro nombre más amable a la parte «traidora», porque todas las partes son bienvenidas! Pero además no la veo como parte protectora sino como exiliada, a la que la rebelde protege, aunque de forma bombera y desde el miedo/rechazo.. Esta es una dinámica frecuente . Por otro lado, lo que llamas Self, que se preocupa… No será otra parte más adulta? Pues el Self mira sin juicios, expectativas… con compasión, aceptación…»
¡Muchas gracias, compañera!
Me gustaMe gusta