El miedo extremo desactiva la propiocepción, e impide conectar con la parte emocional. Entonces, sólo cabe sinceridad, cuidados, y algo de calor.
La primera visita en su casa fue una mañana muy fría de noviembre. Era muy temprano, el cielo estaba azul, y puede ser que hubiera helado.
Cuando entré, me invitó a sentarme en el sofá con voz trémula, y la espalda encorvada.
La ventana estaba semiabierta, y entraba un frío que pela. Sin embargo, ella estaba con un pijama muy fino, y en camiseta de tirantes.
Tras unos minutos de conversación a trompicones, le pregunté:
—Oye, ¿a qué temperatura crees que estamos? —dije, convencido de que no superábamos los 10 grados.
—Bah, normal —respondió.
Se empezaban a confirmar mis sospechas. Algunas personas, cuando sienten mucho miedo, se desconectan de las sensaciones del cuerpo —sentido de la propiocepción— como una gacela que, atacada por una leona, entra en estado de shock, bien para poder quedarse quieta y pasar desapercibida, o para no sufrir al ser devorada.
—¿Tienes una mantitas mano? —le pregunté, en voz muy baja.
—Sí —apenas silbó.
—Tráela, por favor.
Se marchó y volvió con una de esas mantas de cuadros verdes y negros, gordita, de lana.
—Siéntate, por favor —le invité—. Me gustaría que, si quieres, te echarás la manta por encima, de manera que te tape muy bien, y que no se te escape nada de calorcito.
Os juro que me miraba como las vacas al tren. Pero lo hizo.
—Estás en tu casa —continué—; es tu territorio, y aquí mandas tú. Si así lo necesitas o, sencillamente, lo prefieres, me marcharé. Tú tienes el control.
Me escuchaba, casi en posición fetal, tapada hasta el cuello con su mantita.
—Esto no es nuevo para mí —seguí—. Muchas de las personas con quiénes trabajo, sienten mucho miedo. Es normal. A fin de cuentas, de mi informe depende, en gran medida, el futuro de toda la familia. Ese miedo sólo me dice que eres consciente de la situación, y eso es un buen punto de partida.
Sentí como se le relajaba un poco el cuello.
—Repito, estás en tu casa. Es un lugar seguro; sólo tú tienes el control —reafirmé—: cuando quieras, me marcho y vuelves a tu vida habitual.
Le di un tiempo para integrar mis palabras.
—Quiero pedirte una cosa —rompí el silencio—. Igual te parece algo un poco loco, pero yo lo creo fundamental. Quiero que respires despacio y profundamente, y hagas como un escáner de tu cuerpo, revisando qué partes están activas o quieren “decir” algo.
Le invité a hacerlo con mi propia respiración. Tras flipar un rato y, creo, sentir que había llegado un tipo muy friki a su casa, se dejó llevar.
—Eres libre para moverte según te pidan esas sensaciones del cuerpo —le propuse—. Si lo hacer muy despacio y de manera consciente, probablemente te alivie un poquito. Ya verás.
Movió los hombros, en una leve rotación. Imagino que liberó algo de tensión del cuello y la espalda.
—Puedes cambiar de postura, si tu cuerpo lo desea.
Parece que sí lo deseó. Porque se recostó y subió los pies al sofá.
—Vamos a quedarnos un rato así, que se está mejor ¿verdad?
Ella asintió.
Pasó un buen rato.
—¿Quieres quitarte la manta ahora? —le interrumpí, sonriendo.
—Calla, calla, ¡qué frío!
Así sí. Se puede empezar a trabajar.
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Me he preguntado muchas veces como integrar todo lo que he aprendido en mi práctica de trabajo social… Gracias, me das muchas pistas de cómo hacerlo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
De nada. Me hace sentir muy orgulloso saber que mi trabajo sirve a los demás. Un saludo!
Me gustaLe gusta a 1 persona