A veces, es necesario ayudar a las personas que cuidan de las niñas y los niños vulnerados, a sentir los recursos que estos y estas tienen.
—Yo creo, Gorka, que estamos haciendo todo lo posible para que en el futuro sea un hombre de bien —dijo.
—Espera un momento —le corté, de manera un poco brusca.
—¿Qué pasa?
—Me ha tocado lo que has dicho —reconocí—. Pero dame un par de minutos para que me aclare y traduzca lo que he sentido a palabras.
—Vale —aceptó un poco descolocada, la abuela.
—A ver si me sé explicar. No es fácil…
Me quedé un rato buscando las palabras adecuadas, que no terminaban de materializarse en mi mente.
—Mira —empecé—, cuando escucho lo que dices, trato de recibirlo no como el educador que soy, sino como si fuera tu nieto. Y lo último que has dicho me ha revuelto un poquito.
—¿Sí? —creo que empezaba a sentir curiosidad.
—Me refiero a eso de que “quieres que sea un hombre de bien”. Es como si hubieras dicho que TODAVÍA no lo es ¿verdad?
Cuando centramos nuestra atención en lo que queremos que una niña o un niño sea, estamos restando valor a lo que ahora mismo es.
—Sí… es verdad… pero no quería decir eso —se defendió.
—Pero lo has dicho —afirmé—. Y me parece interesante que lo veamos juntos, porque lo que se nos escapa es por algo.
—Vale.
—Permíteme que interprete, a mi manera, lo que está pasando. Tú, ya sabes, me corriges si quieres, que no quiero meter la pata.
—Hecho.
—Creo que, en esa frase, “quiero que sea un hombre de bien”, no está presente tu nieto, sino tu hijo.
Sentí como le impactaban las palabras.
—Pienso que tu hijo te dio tantos disgustos y creó tanta inseguridad en casa, que sientes mucho miedo a que tu nieto repita el mismo patrón.
—Sí…
—Además, algunos de sus comportamientos te recuerdan a lo que su padre hizo, y a lo que provocó en vosotros.
El abuelo escuchaba callado, prestando mucha atención.
—Es lógico que esto pase. A fin de cuentas, vuestra mente es sabia, y se está preparando para no cometer los mismos errores —expliqué—; pero es justo que nos preguntemos si vuestro nieto debe cargar con esa presión.
Ambos se recolocaron en la silla. Buena señal.
—Para mí, la vida es como subir a una montaña —continué—. Hay niños que suben ligeros de equipaje, y otros que cargan con la mochila que les coloca su familia ¿se ve?
—Sí, algunas mochilas pesan mucho —contestó él.
—Eso es. Y otras son muy ligeras, y llevan justo lo necesario para hacer cómodo y gratificante el camino ¿verdad?
—Sí, eso es —respondió ella.
—Mi propuesta es que utilicemos este espacio, ahora mismo, para preparar a vuestro nieto la mochila que queréis que lleve ¿os gusta la idea?
Asintieron sorprendidos.
—Vale, a por ello ¿qué os gustaría que llevara en la mochila durante esa travesía?
Se hizo un silencio.
—Pues no sé —empezó ella, dudando—, un bocadillo, una botella de agua, un saco de dormir…
Se quedó sin palabras.
—Podéis meter lo que queráis —aclaré—; es una mochila mágica, no pesa. Por ejemplo, a mí se me ha ocurrido, pensando en mi hija, que me gustaría que llevara un libro que tenemos en el que aparecen muchos animales. No sé… para que no olvide que es muy buena y que sabe tratar con mucho cuidado y cariño a la naturaleza.
—Se me ocurre una cosa —ayudó él—: una linterna que tiene en su cuarto. Es que le gusta mucho explorar, sobre todo, los huecos oscuros.
Sentí que empezábamos a conectar.
—Una pala pequeña y un pincel —aportó ella.
—¿Y eso? —pregunté, con curiosidad.
—Es que le gusta mucho excavar en busca de tesoros —me explicó—. Ahora, por ejemplo, está cavando en la escuela en busca de fósiles de dinosaurios. Me gustaría que sepa que siempre puede hacerlo.
—¡Una foto de nosotros! —exclamó él.
—¡Qué bueno! —dije yo, un poco emocionado.
—Sí, para que no nos olvide nunca.
—¿Y qué foto os gustaría que llevara? ¿La elegimos?
—Es que tenemos muy pocas fotos todos juntos, la verdad —dijo ella con evidente tristeza—. Y en todas las que salgo, aparezco muy fea.
—Pues vamos a hacernos una sesión con un fotógrafo —dijo él—. Seguro que nos hace alguna que nos guste.
A ella se le iluminó la cara.
Continuamos un rato largo metiendo cosas en esa mochila mágica. A cada cual más bonita. Cuando sentí que decaía un poco la cosa, dije:
—Creo que vamos a dejar esa mochila abierta, ¿no? Para que podáis ir metiendo durante la semana todo lo que queráis.
Me miraban fascinados.
—Antes de irme, dejadme que haga una pequeña reflexión; aunque igual vosotros habéis llegado por vuestra cuenta a las mismas conclusiones.
Escuchaban.
—Todas las cosas que habéis metido en esa mochila, tienen que ver con vuestro nieto. Con sus capacidades, recursos, intereses y necesidades. No con su padre. Esas son las cosas que YA TIENE, que YA ES, y que le van a servir para enfrentar la vida. Es decir, lo que necesita para recorrer SU PROPIO CAMINO.
Miré. Se habían cogido de la mano.
Y tú… ¿qué objetos meterías a tu hijo o hija en esa mochila? ¿Nos compartes alguno?
Autor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com
Yo he trabajado este ejercicio pero con los hijos adolescentes incluso con adultos y es muy impactante….¿de que te han llenado la mochila tus padres o que te han quitado para hacerte el camino más ligero ?….y si conectan es brutal.
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Creo que hay alguna diferencia de matiz, pero es verdad: se trata de una metáfora especialmente potente. Gracias por tu comentario.
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