Recibir consuelo es una experiencia muy importante tanto para los adultos como para los niños y niñas, y es uno de los elementos clave que van a constituir la capacidad que denominamos resiliencia. Si te gustaría disponer de una medicina que ayude a tus hijos e hijas a desarrollarse mejor, y a prevenir el daño emocional, aquí tienes una idea que todo padre y toda madre debería considerar.
Eran sobre las 2 del mediodía cuando recibí una llamada de mi pareja. Nada más descolgar el teléfono me di cuenta de que algo no iba bien.
Ella es una chica risueña, bromista y con mucho sentido del humor. Sin embargo, aquél día su voz sonaba sombría. Se le entrecortaban las palabras, como si estuviese a punto de llorar.
Me dijo que llamaba para avisarme de que cuando volviera a casa la iba a encontrar triste y bastante hundida. Ella sabe que el dolor de las personas a veces me genera un inexplicable sentimiento de rechazo, e imagino que quería ponerme sobre aviso para que al volver del trabajo le tratase de la manera más empática posible. Y es que, claro, en esos momentos malos una pequeña expresión de hastío puede doler como un cuchillo en pleno pecho.
Confieso que llegué a casa con el ánimo algo embotado. Es lo que me ocurre cuando tengo que enfrentarme al malestar de las personas a quienes quiero. Al entrar por la puerta, tal y como esperaba, me la encontré con surcos de lágrimas por las mejillas. Y nos abrazamos.
Le pregunté entonces qué le había ocurrido. Y le invité a pensar sobre el problema para buscar posibles soluciones. Ella me miró con una expresión que denotaba a la vez ternura, irritación y hastío.
─Ayúdame a llorar ─aclaró, mientras se le rompía la voz─.
“Ayúdame a llorar” es un código de pareja. Creo que significa algo así como “déjate de chorradas, imbécil, que lo que necesito es desahogarme y sentirme a tu lado”. Cuando ella dice eso, expresa que lo que realmente necesita para volver a un estado de integración y de calma es sentirse acompañada y validada en su sufrimiento.
Fuimos a la cama. La tapé con la mantita y la abracé, e inmediatamente rompió a llorar. Pasamos así, tumbados y abrazados casi una hora, mientras ella se desahogaba.
Reconozco que se me hizo bastante largo. No me gusta sentir cómo se me rompe entre los brazos una persona a quien quiero. A pesar de todo, aguanté como un jabato, intuyendo que si se desahogaba todo lo que necesitaba se repondría mucho antes y volvería pronto de nuevo a ser la chica alegre e imaginativa que tanto me gusta.
Este ejemplo nos puede ayudar mucho a comprender que nuestros hijos e hijas, también necesitan muchas veces un cerebro que les sirva de andamiaje. Es decir, alguien que les ayude a calmarse cuando no cuentan con recursos suficientes para hacerlo.
¿Cuántas veces minusvaloramos o ninguneamos las experiencias de los niños y niñas porque nos parecen irrelevantes?
¿Cuántas veces respondemos “no pasa nada” para evitar empatizar con su sufrimiento?
Recuerda que acompañar a tu hijo o hija durante los momentos de dolor es también una experiencia clave para el desarrollo de su inteligencia emocional. “Vive y siente ese dolor, desahógate y llora; vete tomando conciencia de lo que te ha pasado; pero recuerda que estoy aquí contigo, y que no estás sólo o sola en esta experiencia”.
Si quieres un hijo o hija más atento, empático y reflexivo, no dudes en hacerlo. No te lo pedirá nunca; jamás te dirá “ayúdame a llorar”, pero no dudes que es una de las cosas que más necesita.
¿Te gustaría profundizar más? Accede al siguiente artículo: Detrás de «Ayúdame a Llorar»
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