Egoitz y el bulling: una historia de resiliencia

indartzen (8)

Egoitz respondió a nuestra llamada y aceptó ser entrevistado para darnos a conocer su historia de resiliencia. Un verdadero suspiro de esperanza para todas las personas han soportado o soportan todo el dolor que genera el acoso escolar o bulling. Es una historia real, contada con absoluta sinceridad y en primera persona. Merece la pena.  

Todos los nombres son ficticios.

Tendría yo entre 15 o 16 años. Me recuerdo como un chico bastante normal, que apenas destacaba por nada entre sus compañeros de clase. Algo tímido, intentaba compensar esta timidez haciendo el payaso. Y no me iban mal las cosas porque la gente se reía conmigo y, en general, era bastante apreciado por todo el mundo. Me atrevería a decir que, con mis más y con mis menos, me sentía a gusto en el colegio.

Creo recordar que yo era parte de la manada de los chicos “guays” del colegio, o lo que es lo mismo, de los más populares. Ahora recuerdo con vergüenza haber sido parte de la mayoría silenciosa que tolera e incluso promueve los actos de bulling o acoso escolar. En general, no era, para nada, uno de esos chicos brabucones que siempre están metidos en este tipo de líos, pero sí recuerdo, por ejemplo, haber humillado a un compañero llamándole “maricón”, hasta que perdió los papeles. Y para colmo, reírme también de su desesperación e impotencia, cuando  más frágil e indefenso se sentía. Sobresaliente.

Seguro que ya no os caigo tan bien ¿verdad? Con razón no quiero que aparezca mi nombre en este artículo. Me da mucha vergüenza asumir esta parte de mi historia, y quizás, de mí mismo. Pero no os preocupéis demasiado, porque no me fui de rositas, sino que recibí mi merecido.

Si mi memoria no me falla, todo se desencadenó cuando mi cuadrilla y yo decidimos pasar un fin de semana fuera de casa. He olvidado completamente a dónde íbamos a ir, pero era un plan de estos que fascinan a los adolescentes: monte, playa, botellón y movidas variadas. La cosa es que yo me rajé a última hora, y decidí no ir, inventándome alguna excusa que imagino poco creíble.

Si lo sé voy de corrido. Durante años me había sentido especialmente unido a uno de mis amigos, de quien también respetaré al anonimato y llamaré Unai. Con Unai había compartido muchas experiencias y muy gratificantes, como ir a andar en bicicleta, en piragua,  o sencillamente pasar el tiempo juntos. Unai, al contrario que yo, fue escalando progresivamente en la escala social del grupo, y finalmente llegó a situarse muy cerca de los líderes del mismo. Llegó prácticamente a ser uno de ellos. Aunque él tenía otras prioridades, seguíamos respetándonos y compartiendo espacios sin mayores problemas.

Aún hoy en día guardo un importante rencor hacia Unai por todo lo que me hizo pasar. Si soy sincero conmigo mismo, sigo esperando que algo malo le pase y llegue a sufrir, al menos, como me lo hizo pasar a mí. Y eso que no soy mala persona, que yo sepa.

Unai se enfadó conmigo por haberle dejado tirado, y me retiró la palabra. En un primer momento, no di demasiada importancia a lo ocurrido, porque seguía llevándome bien con otros amigos, y disfrutando bastante de la vida. Pero lo que no sabía yo era que Unai era, en realidad, una persona narcisista y perversa. Y ambas cosas sólo combinan bien en el rabo del diablo.

Poco a poco fui sintiendo que iba cambiando la actitud de mis amigos. Un día uno no se reía de mi chiste, otro día les escuchaba cuchichear a mis espaldas, y otro día “se olvidaban” de contar conmigo para algún plan interesante. Si yo mostraba signos de estar enfadado, todo se interpretaba como que estaba loco o como si perdiese los nervios. Si me sentía especialmente cohibido y vulnerable, hacían mofas de mi debilidad todos juntos, sin que pudiera hacerles frente de ninguna manera.

Quien ha sufrido estas situaciones sabe que lo que más te destruye es la comunicación poco clara y confusa. Por un lado, sigues siendo parte de la cuadrilla, pero por otro lado sientes que tus propios amigos te ningunean, te desprecian, y se están riendo de ti, pero nunca es algo tan claro como para decir “sois unos cabrones” y “basta ya”. Llegas a pensar que eres tú el que está mal o el que está loco, y te sientes incapaz de enfrentar estas dificultades, máxime cuando quienes promueven todo esto tienen muchísimo poder sobre ti, al encontrarte tú realmente solo.

Me viene ahora a la cabeza un recuerdo que, si soy sincero, hace que se me parta el corazón, y que sigue suscitando en mí emociones muy desagradables, como por ejemplo temor, ansiedad e impotencia. Recuerdo una situación que se repetía. Y se repetía todos los días a primera hora de la mañana. Yo me bajaba del autobús, con mis auriculares y mi música, y caminaba con desagrado hacia las escaleras de entrada a mi colegio, donde solían esperar “mis amigos”. Caminaba por un patio de colegio que era grande, pero a mí se me hacía inmenso como una pista de aterrizaje. Observaba al fondo y podía ver cómo todos ellos hacían gestos señalándome, y burlándose de mí. Yo intentaba mantener la poca dignidad que me quedaba, controlando el paso con toda la atención de mi cerebro. Cuando llegaba a las escaleras, tenía la sensación de que todo el mundo hacía como si no pasase nada. Eso sí, nadie me saludaba ni me daba los buenos días. Y así entraba a clase todos los días, junto a toda esta esta gente, pero más solo que el hombre invisible en bolas.

No obstante, hay ocasiones en que las cosas se hacían evidentes. Recuerdo una que aún me resulta especialmente dolorosa. En la cola del comedor existía una jerarquía muy bien marcada. Los populares del grupo se situaban en medio de la fila, porque tanto los primeros, como los últimos del grupo podían verse obligados a comer con gente desconocida. Y cada uno tenía su plaza más o menos asignada. Ni qué decir tiene que mi lugar en la cola había cambiado mucho desde que Unai se enfadara. Pues bien, recuerdo con especial desagrado un momento en que Unai llegó tarde a la cola, y se metió en medio de todo el mundo. Al poco rato, se puso a discutir con otros compañeros por su lugar en la cola. Nosotros, los pringados, sólo observábamos lo que pasaba. Entonces le escuché decir “Ey! que yo no voy a comer con la escoria”, mientras me miraba a los ojos con un desprecio que aún hoy no soy capaz de describir, ni transmitir fielmente. Jamás me he sentido más humillado e impotente en mi vida. El comentario me dejó tan sorprendido y abrumado que no fui capaz de responder absolutamente nada. Y esto fue lo peor de todo: la sensación de absoluta derrota e impotencia.

Pero esto no es un muro para los lamentos, sino una historia de resiliencia. Una parte de nuestra vida que, sin dejar de ser dolorosa, ha sido integrada y superada para que no nos desestabilice como persona, ni haga las veces de fantasma que condiciona desde el inconsciente nuestras decisiones.

¿Cómo superé yo todo esto? Es complicada la respuesta, pero diría que en primer lugar gracias a los frikis del colegio. Gracias a aquellos de los que tanto me había reído. Creo recordar que fue más o menos tras el episodio del comedor, que decidí que prefería estar sólo a estar con esos compañeros. Durante varios fines de semana me quedé en casa solo, e incluso tengo algún recuerdo de estar solo en el patio del colegio ¿os lo podéis imaginar? Era aterrador. No sé si fui yo movido por la necesidad de estar acompañado, o si fueron ellos quienes fueron en mi auxilio, pero la verdad es que me acabé integrado en el grupo de aquellos que no se integran en otros grupos. Incluido aquel chico al que he hecho referencia al principio de mi relato, y al que tanto había humillado. A pesar de todo ello, ellos no manifestaron en ningún momento nada de rencor hacia mí, tratándome como un igual en todos los sentidos. Estoy seguro de que fue en ese contexto cuando sentí por primera vez vergüenza por lo que había hecho. Tengo que señalar, finalmente, que lamento mucho no haber agradecido a su debido tiempo lo que estos chicos hicieron por mí a cambio de nada. Aunque dudo mucho de que sea así, me gustaría de que de algún modo leyesen este texto, se diesen por aludidos, lo recordasen y se pudiesen sentir orgullosos de ello.

En segundo lugar, recuerdo el nombre de algunos profesores. En concreto, me vienen tres a la cabeza, uno de lengua, joven y motivador; otra de ciencias naturales, escueta y predecible; y otro de filosofía, con gran criterio y capacidad de persuasión. Recuerdo con especial cariño una sesión con este último, en la que me abroncó por sacar ¡un notable! Me marcó mucho que me transmitiese que yo valía para esas cosas, y que no me podía conformar con un resultado tan mediocre. Debió hacer magia el tío, porque consiguió que con apenas 16 años intentase leer algunos libros de filosofía. No entendía nada, pero creedme si os digo que recuerdo ponerle, de veras, muchas ganas y empeño.

En tercer lugar, encontrarme, por supuesto, con mis amigos de ahora. Empecé haciendo algunas tonterías con Ekaitz, que se sentaba al lado mío. Recuerdo que una de las cosas que más nos divertía era tergiversar el discurso de nuestro profesor de física, e inventar historias rocambolescas asociadas a lo que él decía. Ahora me viene a la cabeza una en concreto ¿qué pasaría si te lanzasen con un cañón a 2000 metros por segundo, contra un trasatlántico? Resolvíamos estos problemas, con la mayor fidelidad posible, y luego dejábamos que se nos vaya pinza un rato. Recuerdo que un día pensábamos que habíamos llegado a demostrar que Dios no existía gracias a las ecuaciones de la mecánica de Newton. Era divertido y estimulante. Con estas y otras cosas fui tramando amistad con Ekaitz, y de refilón con Julen, que también se sentaba cerca. Aún recuerdo las sensaciones de bienestar las primeras veces que me integré en su grupo, de unos 15 tíos, y sentí que me trataban como un igual, riéndose de mis ocurrencias de la manera más sana. También recuerdo sorprenderme al buscar algún atisbo de bulling en ese grupo, aunque sean cosas pequeñas, y no encontrar nada.

Con esta gente fui, poco a poco, sobreponiéndome al dolor que aún conservaba latente, e ir poniendo nombre a lo que me había ocurrido. Durante años me negué a reconocerme a mí mismo como víctima del Bulling porque, me decía, nadie me había pegado ni hecho cosas “graves”, pero según me iba sintiendo cómodo con mi nuevo rol, fui aceptando que eso era precisamente lo que me había ocurrido. En este sentido, un punto de inflexión fue cuando, estando un poco borracho, hable con varios de mis amigos para agradecerles que me hubiesen “adoptado”. Nadie dio demasiada importancia a mis palabras, pero de alguna manera empecé a tener la certeza de que me estaba reconciliando con mi historia personal.

Aún hoy siento que el dolor de esos días no se ha disipado del todo, que me hubiese gustado poder responder de otra manera; saber defenderme mejor y dejar a cada uno en su sitio. Conservo algunos fantasmas que se activan cuando alguien con poder sobre mí intenta ejercer o ejerce un control perverso, o utiliza maliciosamente el lenguaje para dar a entender una cosa, con palabras que significan lo contrario. A veces me siento amenazado de la manera más ridícula, cuando siento que alguien se ríe de mí, y no estoy seguro de lo que está ocurriendo. Ese soy yo, el de ahora. Pero también soy mucho más sensible respecto a las personas que sufren en su relación con personas perversas y narcisistas. Tengo un radar especial para localizar relaciones tóxicas, y sensibilidad de sobra para ayudar a las personas que las sufren en silencio, o padecen sus consecuencias. Detesto las relaciones de poder, y mi compromiso político prima la igualdad y la paz sobre todas las cosas. He dedicado mi vida a un trabajo que tiene que ver con ello, en el cual me siento muy comprometido y motivado. Y sobre todo, siento un verdadero cariño por todo el que parece más débil, especial o que sufre marginación de cualquier tipo. En definitiva puedo decir que todo ese sufrimiento, años después, ha merecido la pena; que ese sufrimiento ha servido de motivación para conformarme, de alguna manera, como una nueva y mejor persona.


Gorka SaituaAutor: Gorka Saitua. Soy pedagogo y educador familiar. Trabajo desde el año 2002 en el ámbito de protección de menores de Bizkaia. Mi marco de referencia es la teoría sistémica estructural-narrativa, la teoría del apego y la neurobiología interpersonal. Para lo que quieras, ponte en contacto conmigo: educacion.familiar.blog@gmail.com

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