[…] Fue escuchar esa vaina y sentí como se despertaba un dragón dentro de mí. Un bicharraco que expulsaba fuego y abrasaba todo mi interior, y que me pedía a gritos soltar una hostia al psiquiatra de marras y gritarle que calladito y con un dedo metido en el culo, estaba mucho mejor. […]
La semana pasada, en el contexto de una formación, una compañera explicó que andaban trabajando con un chaval que tenía un sobrepeso muy significativo, hasta el punto en el que su salud se había empezado a resentir. Contó brevemente que ese chico estaba siendo atendido, también, por un psiquiatra que les había sugerido que, a veces, el sobrepeso está relacionado con haber sufrido abusos sexuales, y que podía tratarse de una estrategia inconsciente que la persona ponía en marcha para protegerse de este tipo de agresiones, al aparecer como “poco apetecible” a los ojos del violador.
Fue escuchar esa vaina y sentí como se despertaba un dragón dentro de mí. Un bicharraco que expulsaba fuego y abrasaba todo mi interior, y que me pedía a gritos soltar una hostia al psiquiatra de marras y gritarle que calladito y con un dedo metido en el culo, estaba mucho mejor.
Vaya intensito que soy 😘
Más allá de lo desproporcionado de mi reacción interna —que lo fue—, toca abrir un gran melón: el de la mierda de hipótesis que habitualmente formulamos las y los profesionales para explicar los síntomas y el sufrimiento que padecen las personas, y el potencial iatrogénico que éstas tienen cuando escapan de nuestra boquita de piñón. Porque imaginad el impacto que puede tener en la vida del chaval y su familia una hipótesis así, esto es lo más grave, sea real o no.
Vaya por delante que no estoy negando que, a veces, las víctimas de abuso sexual se protejan así. Es un intento legítimo de sostener cierto sentido de agencia, y una postura de resistencia, cuando a una o a uno le han probado de todo su protagonismo y dignidad. Pero, que pueda estar relacionada con lo que efectivamente está pasando, repito, que pueda tener algún tipo de relación con lo que pasa, no la convierte automáticamente en una hipótesis de calidad.
No señora.
No señor.
Porque aquí es donde viene lo bueno: ¿qué es una buena hipótesis?
Lo primero, es que una buena hipótesis la deben formular las personas aquejadas de sufrimiento, no el profesional. Hacerlo nosotros, como figuras que esencialmente desconocedoras del fenómeno, ajenas la mismo, implica un riesgo más que evidente de arrebatarles el protagonismo y la dignidad.
Significa eso que no debemos sugerir nada. Claro que no. Pero hay una diferencia clara entre decir lo que te parece, y pensar que sólo vale tu opinión.
Una buena hipótesis no tiene jamás un carácter lineal. Una hipótesis que explique los síntomas y el sufrimiento debe contemplar la circularidad que retroalimenta el problema en el momento presente, atendiendo al modelo de relaciones que ahora mismo se dan. Puede incorporar, claro, eventos, recuerdos o reacciones viscerales asociadas al pasado, pero se explica de manera diacrónica, con lo que aquí y ahora se da.
Cuidado con las hipótesis que sólo atienden al pasado, colegas, porque, si una persona sufre es porque no está recibiendo aquí y ahora la respuesta y el apoyo que pueda necesitar. Y remitirnos al pasado es la mejor forma de evitar nuestra responsabilidad.
Una buena hipótesis es falsable, a saber, puede deshacerse si no no es coherente con la información que proporciona la realidad, o si las acciones orientadas a eliminar el sufrimiento no dan el resultado esperado.
Una buena hipótesis es divergente, no es convergente. Es decir, que no es “la explicación” que facilita la comprensión de un fenómeno complejo, sino una de las posibles explicaciones que facilita que la persona se acerque de manera más comprensible a su sufrimiento y su afectación. Ayuda a formular preguntas, a abrirse, a curiosear, quen vez de a encontrar explicaciones que permitan llegar a un supuesto final.
Una buena hipótesis no trata de responder al por qué de las cosas, sino al para qué. Es decir, no se centra en las posibles razones que explican el fenómeno, sino en las necesidades que cubre la persona obrando así.
Una buena hipótesis implica a la mayor cantidad de personas posibles, entendiendo que en el fenómeno del sufrimiento hay, casi siempre, un montón de personas implicadas, además de la víctima y el supuesto perpetrador. Y cuantas más personas implique, mucho mejor, no sólo porque la responsabilidad se diluye y se coloca en un mejor lugar a la persona que ha tenido que desarrollar el síntoma, sino porque resulta más fácil encontrarse con alguien que esté dispuesto a hacer las cosas de otra manera, provocando el cambio que todos podrían necesitar.
Una buena hipótesis se puede compartir sin demasiada dificultad con las posibles personas implicadas, sin activar en la persona afectada ni en sus allegados emocionales asociadas al colapso, como la culpa o la vergüenza. Es una llamada a hacer algo diferente, en el que quepa la esperanza.
Porque, en muchas ocasiones, es muy violento pedir que sea la persona que ha desarrollado el síntoma la que lidie a solas con él.
Una buena hipótesis no se basa, jamás, en lo que los libros dicen, sino en la observación curiosa de los fenómenos que se están produciendo, y en las excepciones a las que podamos acceder. Las explicaciones académicas son seductoras, lo sé, entre otras cosas, porque nos permiten quedar guay entre colegas, demostrando todo lo que sabemos, pero un mismo síntoma puede responder a diferentes funciones depende de en qué persona pongamos el foco de nuestra atención.
Los libros, la “psicología basada en la evidencia” —hasta el ojete de los que la ensalzan un día sí y otro también—, con suerte, dicen lo que suele pasar y lo que suele funcionar en un determinado porcentaje de la población, un porcentaje muchas veces sesgado por el tipo de personas que se prestan a este tipo de experimentación; pero nunca, repito, nunca, permiten un acercamiento al fenómeno de la mente humana y sus relaciones en toda su complejidad.
Una buena hipótesis hace referencia, de alguna manera, a la relación que la persona afectada por el síntoma mantiene con la figura profesional que le acompaña o asiste, reflexionando sobre los significados que están en el aire, porque nuestros miedos o el propio código no han permitido que se comuniquen de manera eficiente. Recoge a las figuras profesionales como elementos que alivian el sufrimiento o, con su actitud desconsiderada, distante, hostil o de gilipollas perdidos, tienen un impacto en la situación.
Una buena hipótesis legitima las respuestas que han dado, han podido dar o están dando las personas afectadas por la violencia, reconociendo el impacto del maltrato que han sufrido a nivel personal, institucional o estructural. Honra desde la más absoluta honestidad no sólo los esfuerzos que la persona ha hecho —independientemente de que el resultado haya sido el deseado o no—, entendiendo que la estructura relacional en la que una o uno está situado condiciona, y caso determina, el tipo de respuestas que esa persona podría dar.
Una buena hipótesis cuenta, en el fondo, una historia en la que la persona afectada se resiste, lucha y desea un final mejor o, al menos, recuperar la esperanza que otros le han podido arrebatar. Y está atravesada por metáforas que permiten un cambio de mirada hacia la situación.
Una buena hipótesis contempla la experiencia somática, la relación que la persona tiene con ella, los significados que les ha podido dar y los significados posibles que se le han podido escapar.
Una buena hipótesis sugiere una historia alternativa que complementa, pero no compromete ni va en contra de los significados que la persona ha podido dar a los acontecimientos.
No sé si me compras la enciclopedia. Igual no. Pero, si te resuena un poco lo que digo, seguramente me dirás que es prácticamente imposible llegar a hipótesis así, ¿verdad? Normal, todo esto acojona. La perfección es casi inalcanzable. Pero necesitamos un modelo para saber cómo nos estamos situando ante el sufrimiento de las personas a las que acompañamos, entendiendo que las explicaciones que damos a los fenómenos, hagámoslas explícitas o no, tienen un profundo impacto en las relaciones que mantenemos con ella y, a veces, pueden ejercer una violencia desmedida.
Y necesitamos saber lo que es una buena hipótesis para acercarnos lo más posible a ellas y, si te descuidas, aceptar que las explicaciones que hemos dado a los fenómenos son cutres, violentas o responden más a nuestra realidad que a la de las personas a quienes acompañamos.
Porque las hipótesis no son inocentes. Responden a los intereses de los profesionales y al lugar que ocupamos dentro de la escala impuesta de poder. Y, en función del poder que ostentemos, estamos en mejor disposición de descargar violencia sobre las personas que se nos abren en canal, por ejemplo, y como ha sido el caso en el ejemplo, colocándolas como víctimas meramente pasivas de un supuesto —más que supuesto: imaginado— abuso sexual.
Porque, con esa explicación de mierda, ¿qué hostias podemos y vamos a hacer?
Y lo que es más importante… con ese percal a la vista, ¿qué otros elementos relevantes y significativos podría haber más allá?
¿Qué otras explicaciones mejores, o mejor formuladas, son posibles?
Recuerda que cuando aceptamos una hipótesis descartamos de un plumazo el resto. Así que cuidado, cuidadín, con cómo te explicas las cosas, porque las explicaciones que nos damos inciden de manera directa o indirecta en los fenómenos que tratan de explicar, a veces, generando más sufrimiento en los procesos.
—
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
