La narrativa de la princesa abandonada 

[…] Muchas mujeres viven seducidas por la narrativa de la princesa abandonada. No es casualidad que muchos cuentos infantiles traten sobre eso. Pero, si apuramos un poco la máquina, podemos ver que detrás de esa fantasía subyace la historia de una niña que se esfuerza por hacer presente a un padre ausente. […] 

Creo que a los hombres nos toca revisar la relación que tenemos con nuestras hijas e hijos. Porque, por mucho que nos duela, la nota dominante sigue siendo el ABANDONO.  

Nos cuesta reconocernos como hombres que abandonan, especialmente si estamos más presentes que lo que nuestros propios padres estuvieron en nuestras vidas.  

¿Ausente yo? Ausente mi padre que, con suerte, le veía un ratito antes de dormir, y muchas veces ni eso.  

Pero, amigos, por mucho que nos jorobe, el hecho de estar más presentes no implica necesariamente que nuestra presencia sea suficiente. Sencillamente, las niñas y niños tienen una serie de necesidades que se imponen a nuestros valores, anhelos, esfuerzos e historia.  

Muchas mujeres, por ejemplo, viven seducidas por la narrativa de la PRINCESA ABANDONADA. No es casualidad que muchos cuentos infantiles traten sobre eso. Pero, si apuramos un poco la máquina, podemos ver que detrás de esa fantasía muchas veces subyace la historia de una niña que se esfuerza por HACER PRESENTE a un padre ausente.  

Un padre que igual no estuvo, o que estuvo de manera intermitente, cuando no tenía que currar, se sentía bien o le daba la gana. Porque había una mujer cubriendo las necesidades y, sin saberlo ni quererlo, justificando su conducta, dándole el argumento estrella: “la niña no está sola, está con su madre que la cuida de perlas”.  

Pero la máquina para aclarar una cosa: cuando hablo de este tipo de narrativas protectoras, no estoy diciendo que las personas respondan necesariamente así a una determinada realidad, sino de una respuesta que sencillamente es frecuente y puede servir para acercarnos de manera más empática y comprensiva a su realidad.  

Podemos, ahora, pararnos a pensar qué puede significar para una niña —vamos a pensar en ellas, porque estoy convencido de que hay importantes diferencias de género— que su padre no esté, o que priorice otras cuestiones como el trabajo, el descanso, los amigos, etc., frente a ella. Y parece que la situación transmite un doble mensaje: “no eres suficiente para tenerme a tu lado”.  

Este mensaje, que se transmite más con los hechos que con las palabras, es demoledor para el desarrollo infantil, te pongas como te pongas. Y obliga a las niñas afectadas a lidiar con la idea de que, si mi propio padre prioriza otras cosas, es que no me quiere. Y si no me quiere es porque NO VALGO, lo cual, implica un máximo riesgo en mi vida. Porque si no me gusto, si no puedo tener una buena relación conmigo misma, difícilmente pueda crecer ni aspirar a nada mejor en la vida. No lo merezco.  

No es infrecuente que estas niñas se protejan de estos sentimientos asumiendo una postura de fuerza. Es decir, haciéndose fuertes ante una adversidad que no han buscado ni nada tiene que ver con ellas. Y en este venirse arriba —a la hiperactivación que implica la respuesta de lucha—, pueden transformar ese “nadie me quiere porque no valgo” en un “NADIE ME MERECE”. Un “nadie me merece” que es, en primer lugar, un grito de rabia contra el padre ausente, pero que pronto se va a generalizar a otro tipo de aspiraciones respecto a lo masculino. Porque, ya sabéis, todo enfado contra alguien es, de alguna manera, un enfado contra el mundo.  

Pero, ¿qué es lo que pasa si “nadie me merece”? El riesgo es la soledad más absoluta. Un soledad que amenaza con reconectar a la persona con ese sentimiento de inferioridad y falta de valía, a no ser que aparezca, también en paralelo, cierta esperanza de resolver la situación: motivar la presencia y la permanencia de un PRINCIPE AZUL que resuelva, para siempre, ese sentimiento de ser inferior al resto, con su maravilloso trato, su fuerza, y su grata presencia ante el mundo.  

Buena idea, ¿verdad? 

Si yo me detesto, puedo acoplarme a otra persona genial, como quien se prueba un vestido.  

Sobre el papel, quizás vale. Pero en la realidad se vuelve muy complicado. Porque si el príncipe azul no aparece, se refuerza la propia posición de desprecio hacia el mundo: “me da igual, soy mejor que vosotros, nadie me merece”. Pero, si finalmente aparece alguien con ganas de aspirar al puesto, lo más normal es que, pasado un tiempo prudencial, huya despavorido por las exigencias implícitas a esa relación: “tienes que ser perfecto para estar a mi lado de por vida”. Lo cual, retrotrae a la mujer a la postura del principio: “¿lo ves? Nadie me merece. Ya llegará quien tiene que ocupar ese lugar llenando mi vida”.  

Sin considerar la asimetría de este tipo de relaciones, en las que la mujer depende emocionalmente del hombre para sostener su valía.  

Queda la víctima —efectivamente, podemos hablar de VÍCTIMAS de una violencia de género estructural, aunque no haya insultos ni hostias—, así, atrapada en un círculo vicioso caracterizado por la ansiedad y la angustia. Ansiedad porque, en soledad, la percepción del mundo es la de un lugar mayoritariamente inseguro; y angustia porque caso todas las sensaciones en su cuerpo empujan a la mujer a hacer más y más cosas para resolver este entuerto. Cosas que, seguramente, irán en la línea —como hacemos todas y todos— de persistir en las soluciones intentadas, o lo que es lo mismo, en buscar al hombre de sus sueños.  

No es extraño que, en la adolescencia, emerja una SEXUALIDAD DE RIESGO. A fin de cuentas, es la forma más fácil que una persona tiene de sentir el interés y el deseo de las personas que le interesen sexualmente. Pero se trata de una sexualidad muchas veces liviana, poco profunda, porque se caracteriza por el miedo a la vinculación. Y es que toda vinculación conecta a la víctima con el MIEDO de base AL ABANDONO: “cuanto más me acerque a ti, más miedo tengo de que huyas de mi lado, dejándome desprotegida y con un vacío intolerable”.  

Se confirma así a ese mito tan patriarcal y capitalista de la “MUJER PUTA”, que es deseada por su cuerpo, pero despreciada como persona. Como si tuviera algo que ver una cosa con la otra. Un arquetipo que os podéis imaginar cómo impacta en la víctima de abandono, y en sus anhelos de resolver su malestar encontrando a alguien impoluto.  

No es extraño que aquí se dé el paso a síntomas más graves, con tintes disociativos. No por debilidad, sino porque esa vergüenza y soledad se vuelven insoportables.  

La “mujer puta” pasa a ser entonces “LA LOCA DEL COÑO”, ante la mirada de terceros, negándole cualquier atisbo de dignidad que podría quedarle en la vida.  

Porque la de la princesa abandonada, como otras narrativas ensalzadas en los relatos populares, tiene un reverso tenebroso que le conecta con otras realidades más oscuras. También reales.  

Se cierra entonces el círculo de manera perfecta para todos los hombres. Porque la víctima de violencia patriarcal, es decir, la niña que fue abandonada, es CULPADA y RESPONSABILIZADA por todos —hombres y mujeres— por el daño que ese padre y esa estructura machista le han causado. Y los hombres nos marchamos de rositas, despreciando más si cabe a las víctimas que nosotros mismos hemos causado.   

Olé nuestros huevazos morenos.  

No obstante, incluso llegando a este punto —al que, gracias a Thor, no siempre se llega—, creo que hay cierta ESPERANZA posible. Una esperanza que no siempre pasa en primer grado por una terapia, sino por el FEMINISMO. Por empezar a aceptar que el abandono paterno es una forma de maltrato que, no por estar tan extendida, es justificable de ninguna manera. Por aceptar que ciertos mitos relacionados con las mujeres, como la mujer puta o la loca del coño, no son arquetipos naturales, sino relatos que sostienen la SUMISIÓN de la mitad femenina de la sociedad, EXONERANDO al resto al que le cuelga una polla. Y que son las violencias que las mujeres sufren las que, de alguna manera, les lleva a articular formas de protegerse que tienen un sentido profundo en la biografía personal, y en su lucha como colectivo.  

Y si la terapia llega para que una pueda darse a sí misma lo que merece, sin dependencias de ningún tipo, vale, estupendo, pero, por favor, que sea con una mujer —si coño, nosotros mejor que nos retiremos a un lado— y con PERSPECTIVA DE GÉNERO, y un poco de mala hostia.  

Que no justifique al victimario a pesar del discurso dominante. Un discurso que retrata como héroes a los hombres por el mero hecho de aparecer puntualmente con una sonrisa, como el héroe salvador del cuento; pero que, paralelamente, JUSTIFICA LA VIOLENCIA DEL ABANDONO, negando la necesidad de una presencia estable y cercana masculina.  

Que ponga las cosas en su sitio.  

A veces, es la dignidad lo que sostiene la terapia. Y no al revés, como siempre nos han contado.  

¿Estás conmigo? 


Gorka Saitua | educacion-familiar.com 

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