[…] Por eso, nuestra función no puede ser nunca basar nuestra intervención en una narrativa alternativa, por mucho que no mole o nos cuadre bien. Es más bien hacer explícitos los significados de los relatos en juego e invitar a mirarlos con compasión y curiosidad. […]
Detrás de toda categoría (diagnóstica o no) hay, al menos, tres historias que pugnan por seducirnos y llevarse toda nuestra atención: la de la persona afectada por el síntoma, la de la sociedad que la observa, y la de la figura profesional que atiende esa realidad.
Realmente, hay tantas como personas que intervienen en la relación con la persona afectada, pero vamos a centrarnos en esas 3. Ya sabes, a veces, tenemos que simplificar un poco la realidad para poder encuadrar y afrontar lo que toca.
Por ejemplo, Amaia es una chavala de 15 que, objetivamente, se ha enrollado con un montón de chicos.
Para nuestra sociedad, basada en una cultura católica, capitalista, y patriarcal es una chica “ligera de cascos”, lo que conlleva un juicio moral: no deberías ser así. Y si, finalmente decides hacerlo, eres una persona a quien se puede utilizar como un objeto o, lo que es lo mismo, de la que se puede abusar con relativa o absoluta impunidad.
Si metemos esa etiqueta en nuestro “traductor a narrativas” —una herramienta que propongo a los desarrolladores de Google— y damos al enter, podría salir algo así:
LA NARRATIVA SOCIAL
«Amaia era una chica normal [inicio] hasta que decidió ir por el mal camino [problema], dando más valor al placer que a su orgullo personal. Desde entonces, se expone, porque así lo desea, a múltiples riesgos, pero es lo que le va. Así que, si alguien abusa de ella, es cosa suya [atribución de responsabilidad]. Llegados a este punto, tiene dos alternativas [solución mítica]. La primera es seguir por el mismo camino y degradarse hasta carecer por completo de valor; o dar media vuelta y volver por donde ha venido, abrazando de nuevo la castidad y la sumisión a la presión de la moral como salvación [mito de salvación].»
Sin embargo, para ella, las cosas no son así. Por su historia, la cultura en la que se ha criado y sus anhelos personales se ve como una “princesa en busca de su príncipe azul”. Esta categoría también implica un juicio de valor: “no voy a estar bien hasta coincidir y asegurar mi media naranja”. Un juicio de valor que, no hay que decirlo, impulsa compulsivamente a la acción.
Volvemos a esa aplicación que nos hemos inventado, y le pedimos que nos diga qué narrativa hay más allá. Y quizás —sólo quizás, que eso habría que verlo—, nos saldría algo así:
LA NARRATIVA PERSONAL
«No sé qué me pasa. Hay algo dentro de mí que no comprendo que me hace sentir abandonada e incompleta. Fea y avergonzada de lo que soy [un problema sin definir]. Y también hay una voz muy potente que me dice que la solución pasa por conocer a un chico que sea perfecto [mito de salvación] y me quiera para siempre muy bien, tal y como lo anhelo yo. Pero para encontrar a alguien así, tengo que emprender una búsqueda llena de peligros [decisión que preserva el sentido de agencia]: hombres que me traten mal, mujeres que compitan conmigo y enfrentarme a toda la sociedad. Porque un amor tan grande requiere un esfuerzo proporcional [idea irracional]. Pero, cuando finalmente lo consiga, seré para siempre feliz [conclusión].»
De todas formas, que sea ella quien la valide… no vaya a ser que caigamos en la trampa de quedar seducidos por nuestro propio discurso, que nos molamos un montón.
Sea como sea, esta narrativa no está exenta de los componentes sociales y culturales donde se ha podido fraguar, normalmente en forma de juicios de valor implícitos que invitan a la persona a tomar determinadas acciones o esperar determinados resultados a partir de las mismas.
Aunque no hayamos hecho el proceso de traducir categorías a historias—coño, Google, ponte las pilas ya—, las narrativas de fondo se huelen. Están ahí. El problema es que, a veces, nos huelen a pedo fabadero, y otras a pan recién hecho, según los significados que depositemos allí. Por eso, es frecuente que las y los profesionales ataquemos a unas y nos apoyemos en otras, suplantando así el protagonismo a las personas afectadas, generando un mayor sufrimiento o malestar.
Por eso, nuestra función no puede ser nunca basar nuestra intervención en una narrativa alternativa, por mucho que no mole o nos cuadre bien. Es más bien hacer explícitos los significados de los relatos en juego e invitar a mirarlos con compasión y curiosidad.
Sobre todo, amigas y amigos, los que rescatan —como diría F. Javier Aznar Alarcón, director académico del curso que doy en http://www.psimatica.net— la dignidad y el sentido de agencia de las personas (la sensación de ser protagonistas de su propia historia y artífices de un futuro que no está escrito).
LA NARRATIVA PROFESIONAL
Porque, incluso, en nuestra primera narrativa —que a mí me apesta a naftalina, caspa y sudor rancio patriarcal— hay elementos que rescatar. Por ejemplo, que ha sido Amaia quien tomó una decisión. Que, vale, le ha complicado o jodido la vida, pero ha sido ella quien ha tomado las riendas y elegido un camino propio, con independencia del criterio de los demás. Y que en esa decisión se contempla a sí misma por encima de las necesidades o valoraciones de los demás. En esta historia, Amaia es también una especie de heroína que no teme a los riesgos, a pesar de conocerlos. Pero, sobre todo, el final no está escrito, y eso, siempre, amigos, siempre, como en las buenas películas, abre las puertas a un final que no habíamos podido anticipar.
Si lo ves con buenos ojos, es una narrativa que cuadra también con muchos de los significados socioculturales que podemos manejar, pero es mucho más amable para Amaia. Por eso, podría constituir una especie de guía acerca de los contenidos que podemos trabajar con su entorno, familia o red social. Y con ella misma, dado que es posible e incluso probable que los pueda aceptar y, si así es, puede que eso le ayude a restaurar el diálogo que ha quedado en suspenso con un entorno que seguramente luche contra su síntoma, sin entender su valor.
Siempre que, claro, nos los podamos creer.
Que nuestro trabajo nada tiene que ver con impostar.
Pero, quizás, lo más interesante es lo que pasa al aplicar los mismos principios a la segunda narrativa, en la que quizás se haya basado ella para explicar su realidad.
Comienza con una pregunta: ¿qué me pasa? Una pregunta que invita a la curiosidad y que, seguro, abre infinidad de opciones con sus posibles respuestas. Infinidad de opciones que, seguramente, no sean excluyentes entre sí, siendo cada una de ellas el comienzo de un proceso excepcional.
Se habla mucho de las posibilidades del pensamiento circular en intervención sistémica, pero, a veces, olvidamos el valor que tiene el pensamiento arborescente para ir más allá.
Amaia habla de una voz que le habla de una posible solución: conocer al chico ideal. Pero es una voz vaga, indefinida. Es lo que suele pasar con los mensajes internalizados: parecen propios, pero no lo son. Así que procede preguntar, ¿cómo suena?, ¿a quién te recuerda? Porque explicitarlo implica poder modificar la relación con dicha voz.
Quien sabe, quizás Amaia descubra tras esa voz a su madre. Una mujer de otra época que tuvo que “casarse bien” para sobrevivir a la miseria, aceptando un matrimonio de conveniencia en el que nunca fue feliz. Anhelando una vida que nunca pudo hacerse realidad.
O quizás descubra la voz de su padre, un hombre ausente que se refugiaba en la relación con ella al volver a casa para sentir que todavía allí le quedaba algo con valor, pero que, en paralelo y sin darse cuenta, generaba a la niña un montón de expectativas que se frustraban cuando volvía a desaparecer.
O la de los dos, yo qué sé.
Sea como sea, externalizar las voces, poniéndoles nombre, es una forma de rescatar los significados que se han perdido por la dictadura de la narrativa predominante.
Me encanta que, a pesar de todas las dificultades, la narrativa de Amaia es una narrativa de búsqueda. Y yo me atrevería de decir que, quizás, no sea la búsqueda del hombre ideal, sino de un mayor bienestar. Intuyo que, si se lo dijera, se lo podría tomar bien. No le pediría que cese en su búsqueda, pero sí que se abra a otras formas de encontrase mejor, porque, cuanto mejor esté, en mejores condiciones va a estar de relacionarse con el chico con el que desee estar.
Amaia está dispuesta a enfrentar peligros por un beneficio mayor. Eso habla de ella excepcionalmente bien, pero también habla de la importancia de su búsqueda, una búsqueda que no ha concluido y que, por tanto, está abierta a cualquier final.
Además, nuestra protagonista parece llena de esperanza. Una esperanza que la brota de cada uno de los poros de su piel. Y que le hace sentir la vida muy de cerca y de manera muy profunda. Y, a pesar de lo que pueda parecer desde una primera mirada poco afinada, me temo que también pueda disfrutar mucho de esas relaciones sexuales que también pueden verse como pausas en su búsqueda: pausas para contemplar, contemplarse y disfrutar. Eso, también, si no nos da demasiado apuro —a mí un poco sí que me da— también se puede trabajar.
Porque, a pesar de que todo el mundo nos diga que la niña se expone demasiado, también es cierto que en esa búsqueda está en disposición de protegerse rechazando a los pretendientes que no cumplan sus expectativas o no le traten bien. “¡A tomar por culo, no eres lo que busco!” Y eso, sin duda, le hace muchísimo bien. Porque quizás tenga riesgo de caer en relaciones abusivas o de maltrato —coño, ¿quién no?— pero también siente que marcharse cuando las cosas no van bien.
Joder, que eso no lo pierda porelamordedios.
Poneos ahora por un momento en el lugar de Amaia. Releed las narrativas sociales y personales que había al principio y, luego, mirad la que hemos construido sin inventar nada, tan sólo rescatando algunos elementos que tienen que ver con el restablecimiento de su sentido de agencia y dignidad. Y decidme que no hay nada mágico en este proceso. Un proceso que cambia unas dos historias cerradas por una alternativa con un final abierto que está por escribir.
¿Hacia dónde irá?
Yo qué sé. Eso a mí no me compete. Pero casi fijo que a un lugar mejor.
Espero, de corazón, que le vaya bien.
* Este artículo constituye tan sólo un posible ejemplo entre los múltiples que puede haber. En ningún caso debe ser tomado como la única intervención posible ante este tipo de realidad. Las intervenciones deben ser individualizadas y adaptadas tanto a la persona como a su contexto sociocultural.
** Me gustaría haber centrado más mi atención en el análisis con perspectiva de género. Me parece muy importante. Pero no he podido hacerlo debido a las limitaciones del medio, y porque no me siento demasiado competente en esa área. Así que cualquier matiz o aclaración es bienvenida.
Lecturas complementarias:
http://www.buenostratos.com/2020/05/porque-importan-las-historias-por.html
file:///C:/Users/Gorka%20Saitua/Downloads/Articulo-Laecologanarrativadeltraumarelacional%20(1).pdf
Gorka Saitua | educacion-familiar.com
Hola Gracias El enlace no va
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Gracias, luego lo reviso!
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