La cultura de la intervención: la acción por encima cualquier criterio

[…] Es como si yo fuera a un laboratorio del CSIC, todo chulo, y diera lecciones a la primera mujer con bata blanca sobre cómo clonar células madres de la médula ósea, en un nuevo caldo cultivo. Vamos, que ni pajotera idea, pero con las personas más vulnerables nos atrevemos a hacerlo y, coño, nos aplauden y nos aplaudimos por ello. […]

Acabo pronto, que el en el último post me quedé con las ganas.

Si no lo echo fuera, me salen granos.

Quién más y quien menos se ha creído la milonga de que nuestra finalidad más elevada como profesionales es “provocar cambios”. Cambios en el buen sentido de la palabra, no me entiendas mal, que no somos unos monstruos.

¡Grrr!

¿¡Quién ha sido!?

Así, formulan y formulamos los objetivos en términos conductibles porque, cojones de zarigüeya, aspiramos a cambiar la vida de la peña, y que sean más felices, ¿no? Y si esos cambios, además, se ven y los ve todo el mundo, de p. madre, Carmelita, porque medallita al pecho pecho con el culo prieto.

Bien hecho.

Madre mía, cómo andamos. Qué inseguridad tan profunda, y qué poco conocimiento de la naturaleza humana. Somos un maldito peligro.

Gran parte del rechazo que muchas personas sienten por nosotros se deben a este tipo de creencias irracionales y absurdas. Unas creencias que nos llevan, poco a poco, de la manita, y sin darnos cuenta, a ser más maltratantes que el maldito diablo.

Porque, ¿quién somos nosotros para decir que algo tiene que cambiar?

Si en la mayor parte de los casos no tenemos ni idea de lo que está pasando. Ni en positivo, ni en negativo. Ni la más remota idea, más allá de nuestras elucubraciones fantasiosas sin sentido.

Es como si yo fuera a un laboratorio del CSIC, todo chulo, y diera lecciones a la primera mujer con bata blanca sobre cómo clonar células madres de la médula ósea, en un nuevo caldo cultivo. Vamos, que ni pajotera idea, pero con las personas más vulnerables nos atrevemos a hacerlo y, coño, nos aplauden y nos aplaudimos por ello.

Da igual que en una buena intervención las hipótesis cambien cada día, una cultura organizacional orientada al cambio no va a mirar tanto el sentido que se da a las cosas, como la obligatoriedad de promover una evolución que se pueda contrastar a través de observaciones objetivas.

Hostia, es que es el cambio por encima de cualquier otro criterio.

Porque lo importante es la evolución, no el camino que la misma siga.

¿Es que no se ve? ¿O soy yo el que estoy tonto del orto?

Pues parece que no, que no se ve. No se ve que con ese modelo de funcionamiento conductista, sí, estructuralmente conductista, se nos obliga a asumir una posición de poder frente a las personas a quienes acompañamos, porque, oye, nosotros somos los expertos en su vida, más incluso que las personas que la están viviendo y, por ello, estamos legitimados por nuestros títulos universitarios a hacer lo que sea, con tal de que la vaina se mueva, sin respetar los años y esfuerzos que les ha llevado conseguir ese jodido equilibrio.

Una posición de superioridad que en nada ayuda en los procesos de acompañamiento, porque, ponte tú, herido y debilitado, frente a un león que te dice que quiere lo mejor para ti, y que te dice que confíes, colega, que vayas con él, que va a ser bueno contigo.

Mierda, colegas, que hablen las y los que han trabajado en servicios sociales y luego en la privada. Que canten, que nos hace falta su visión desde fuera.

Porque, amiga o amigo. Yo sé más que tú lo que te conviene. Yo, que a duras penas puedo dedicarte 4 horas de mi esfuerzo a la semana, sé más sobre tu historia, los ajustes a los que has llegado, tus significados conscientes e inconscientes, y la de Dios es Cristo. Y me esforzaré para hacerlo visible, para que otros como yo, podridos en esta cultura decadente, me reconozcan entre los suyos.

No hay más que vernos en las reuniones en que participamos. Muchas veces damos vergüenza ajena con esa seguridad impostada que defiende determinadas posturas como si la realidad pudiera resumirse en un slogan, y no fuera a cambiar nunca.

¡Nunca!

Damos penita y asco. Como una babosa aplastada en el suelo.

¿Creéis que es casualidad que llamemos «intervención» a nuestro trabajo?

Pero esas actitudes ridículas, absurdas e infantiles, tienen un sentido. Tienen un sentido impuesto por el paradigma imperante, que es el de promover a toda costa el cambio. Donde se prioriza lo urgente sobre lo importante, porque “hay que hacer” en beneficio de las personas adultas y de la infancia. Una cultura intervencionista, en la que se da más valor al movimiento que a cualquier otra cosa. En la que a las personas, cuando defienden su postura, sus valores o el ajuste al que con tanto esfuerzo se ha llegado, se las desprestigia, denigra e insulta llamándolas “personas o familias resistentes”, como si fuera lo peor del mundo.

Porque, en este contexto de intervención, lo peor que puede pasar a las figuras profesionales es que las personas se resistan, coooooooño, porque eso les impedirá disfrutar de sus honores, de su culo prieto, y de las medallas.

Claro, claro…

Va a ser lo que yo pensaba.

A veces, amigas y amigos, hacer bien nuestro trabajo es honrar cómo están las cosas.

¿Cómo te llega eso?

Pues tú mismo.


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

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