[…] Por eso, una de las mejores formas de identificar a un salvador de barro es detectar la angustia o, peor aún, la desesperación que generan en las familias. […]
Grabároslo a fuego:
Ninguna niña ni ningún niño tiene un problema por el mero hecho de ser o actuar de manera diferente.
Existe un fenómeno que voy a llamar el salvador o la salvadora de barro. El salvador de barro, es una persona –o, lamentablemente, varias personas que ejercen un maltrato sutil hacia las niñas y los niños neurodivergentes, afectados por el trauma, con síntomas llamativos o, sencillamente, con características diferenciales, y que proporciona una serie de golpes directos e indirectos hacia los afectados y sus familias, hasta dejarlos en el mejor de los casos exhaustos o, si toca suerte suerte, hundidos en la ruina.
El salvador de barro nace de un huevo que se rompe al ver que una niña o un niño se comporta de manera diferente. Puede ser que pase más tiempo aislado, que esté muy pendiente de sus cuidadores, que tenga unas pataletas de la pera, o que se porte mal –si este término se puede utilizar– en clase. Da igual el motivo, porque, en contra de lo que pueda parecer a simple vista, al salvador de barro no le importa demasiado ayudar a esa o a ese pequeño, sino llenar un vacío sin fondo en su pecho.
El salvador de barro suele actuar sin permiso. Sin permiso de las niñas y los niños, y sin permiso de su familia. Por alguna razón que difícilmente será explícita, se siente íntimamente impelido por ese comportamiento llamativo de la niña, el niño o el adolescente, empujando o tirando de él para cambiarlo. Y lo hace con impulsividad y ejerciendo mucha fuerza, como si le fuera la vida en ello.
Esta actitud, como es natural, no suele surtir efecto en las niñas y niños afectados, porque el salvador de barro, sin saberlo, no sólo lucha contra sus necesidades primarias (de paz, de reconocimiento, de seguridad, de autonomía, etc.), sino contra lo más íntimo de estas niñas y niños, es decir, la mirada que pueden poner sobre sí mismos. Y esto es así porque el salvador de barro, cuanto más empeño pone en cambiar a las niñas y los niños, más les comunica que hay algo malo, desagradable o sucio en ellos, generando graves perjuicios tanto en la relación con él, como en la relación que esas niñas y niños tienen con esos aspectos diferenciales que les caracterizan o protegen.
Por ello, y por otras muchas razones, el salvador de barro rara vez consigue su objetivo. Y, si lo logra, será con un coste muy alto. Entonces, se frustra, proyecta su rabia, y busca un chivo expiatorio, que normalmente son las siguientes figuras más débiles en el escalafón de poder: las familias. Porque, para el salvador de barro es inasumible que sea ella o él el culpable de empeorar la situación, por lo que responsabiliza a la familia.
Si la niña es tímida, se rasca demasiado, juega sola, molesta en clase o la abuela fuma en pipa, es porque en su casa no se están haciendo las cosas bien. Pensamiento lineal cutre y caso cerrado. Con el añadido de que, entonces, la relación entre esa niña y el salvador de barro se resiente más si cabe, porque todos los esfuerzos que antes colocaba en ella, ahora, sin previo aviso, han cesado para presionar directa o indirectamente a su familia.
Por eso, una de las mejores formas de identificar a un salvador de barro es detectar la angustia o, peor aún, la desesperación que generan en las familias. Unas familias que, a menudo, son conscientes de que su peque no es cómo los demás, pero tampoco le habían dado demasiada importancia, hasta que estos personajes salieron a escena, proyectando sobre ellos –como si tuvieran una maldita bola de cristal– catástrofes en un futuro distópico, en el que todos mueren devorados por osos por culpa de un niño que se sale de una norma que, a veces, tampoco tiene tanto que ver con la normalidad estadística, sino con las necesidades íntimas de ese adulto.
Como te puedes imaginar, ante ese enemigo implacable común, como es la catástrofe futura que supuestamente amenaza a la familia, se produce una alianza perversa entre el salvador de barro y la familia. Y, entre ambos, presionarán más si cabe a la niña y al niño para que cambie su comportamiento y sea como los demás, o para que, sencillamente, oculte su diferencia.
Esa niña o ese niño, ya bien machacado por lo anterior, recibe, entonces, el golpe de gracia. Porque ya no puede estar tranquilo ni en su maldita casa. Pierde su refugio seguro y su base para la exploración y, en esas condiciones, sólo hay que dejar a la naturaleza actuar para que llegue la desgracia.
«¿Qué te pasa, hijo, por qué no nos hablas?»
«No entiendo por qué ya no nos cuentas nada.»
«Cuanto más intentamos ayudarte, peor te portas.»
«Mira, si va a seguir pasando de mí, yo voy a pasar de ti. Así es la vida.»
Se cumple, entonces, el mejor sueño húmedo del salvador de barro. El que le pone garrote o el que le moja las bragas. Porque la familia empieza a comportarse de la manera disfuncional que su rol necesita, confirmando sus hipótesis de partida: que la niña o el niño está mal porque sus mayores lo hacen fatal, y que él –ser de luz– no tiene la culpa porque, oye, mira qué mierda de familia. Y esa familia, en su desesperación, puede seguir recurriendo al salvador de barro, porque es la única persona que ha estado en su lado en los tiempos difíciles, dándoles las migajas de atención que él mismo les ha arrebatado.
Los servicios sociales, por ejemplo, están llenos de salvadores de barro. Coño, huelen a naftalina que te cagas. Gente que, quizás, cuando eran muy pequeñitos, sólo pudieron obtener cierto reconocimiento y mirada a través de los cuidados que proporcionaban a los demás, madres y padres depresivos, con severos problemas de alcoholismo, o con la misión de cuidar de sus hermanos pequeños, porque no había otra alternativa mejor en la familia. O peña que, de ser tan invisibles hacia los adultos, tuvo que hacer esfuerzos formidables para destacar, hacerse ver, y ser protegidos, renunciando a muchas partes de sí mismo. O yo qué sé, ya sabéis que un síntoma puede atender a múltiples circunstancias.
Sea como sea, los salvadores de barro están por todos lados, porque por todos lados –y especialmente en muestra profesión– hay demasiadas niñas y niños heridos. Y es responsabilidad de las instituciones y las empresas del tercer sector en las que trabajamos, crear las condiciones terapéuticas, de apoyo mutuo y de supervisión, para que no hagan tanto daño. Porque ahora mismo, amigas y amigos, se están llevando vidas por delante, en el mejor de los casos, sin caer en la cuenta de la que están liando.
Ojalá la próxima sea una ley que imponga supervisión y atención terapéutica a todas las profesiones (sanitarias, educativas y sociales) que acompañan el dolor de otras personas.
Qué sí, suena a ciencia ficción. Pero es que, a veces, es mejor dejar las cosas como están, antes que darle las llaves de casa a un salvador de barro.
Te descojona hasta el descansillo.
¿Lo ves?
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Gorka Saitua | educacion-familiar.com
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