“Psicopatitas”, una historia de miedo

[…] Y, en el caso de niñas y niños que dejan en suspenso tanto su empatía, como su vinculación con el mundo adulto —si se descartan causas orgánicas de base, como puede ser el daño cerebral adquirido—, suele haber un problema vincular profundo. Es decir, una alteración de las relaciones con las figuras primarias de referencia: una desconfianza radical hacia las personas a quienes deberían aspirar a parecerse. […]

Cómo acojona, ¿eh?

Pequeños (y pequeñas) que se comportan como psicópatas a edades tempranas. Que agreden fríamente a sus compañeras y compañeros, y que no responden a las reprimendas de sus profes, al premio, ni al castigo.

Parece que no se puede hacer nada, ¿verdad?

Ya sabemos que un síntoma puede estar relacionado con multitud de circunstancias. Pero, también es verdad que, en muchas ocasiones, hay modelo de narrativa asociado al mismo.

Y, en el caso de niñas y niños que dejan en suspenso tanto su empatía, como su vinculación con el mundo adulto —si se descartan causas orgánicas de base, como puede ser el daño cerebral adquirido—, suele haber un problema vincular profundo. Es decir, una alteración de las relaciones con las figuras primarias de referencia: una desconfianza radical hacia las personas a quienes deberían aspirar a parecerse.

Lo he visto en multitud de ocasiones. Chavalas y chavales cuyos referentes significativos les fallan profundamente, bien porque no pueden estar con ellos, o porque su estado mental se lo impide (apegos muy desorganizados, procesos depresivos, alcoholismo o amenazas de suicidio…) y que no cuentan con estrategias o recursos para controlar esa situación desesperada.

No les vale tratar de controlar las relaciones, ni victimizarse, ni complacer, ni cuidar a esas figuras adultas, así que lo mandan todo a tomar por culo.

“Si no puedo hacer nada, lo mejor es romper la relación, y coger lo que quiera”. “Si yo malo, voy a serlo hasta las últimas consecuencias”. “Porque, para sobrevivir, sólo me queda ser fuerte e implacable en un mundo amenazante, y sin empatía hacia lo que siento.”

Nos encontramos, entonces, con madres y padres desesperados o, lo que es peor, desesperanzados. Porque sienten que lo han intentado todo, y nada ha funcionado, tanto para que la niña o el niño se porte mejor, como para estar mejor consigo mismos. Y es que, llegados a este punto, ya no valen soluciones rápidas y mágicas. Cuando una niña o un niño pierde la confianza, ésta sólo puede restaurarse sosteniendo el trato que realmente necesita por mucho tiempo.

Para enfocarnos hacia la solución o, como me gusta más decirlo, en el trato que necesitan esas niñas y niños vulnerados, tenemos que conocer toda la historia. Porque hay una parte de la misma que es evidente, y lo impregna todo, y otra que permanece oculta, junto con la reparación que podría iniciar cierta chispa de confianza en el proceso que todos necesitan y desean.

La evidente, es que el niño se porta fatal, lo han intentado todo, y no responde a [casi] nada.

Pero la oculta, la que verdaderamente nos interesa, pasa porque esa niña o ese niño ha luchado con todas sus fuerza por sostener la vinculación con esos padres, hasta romperse, y siente que ha fracasado. Seguramente, intentó pedir y suplicar ayuda, seguramente con lágrimas en los ojos; quizás, luego, tratara de elevar la intensidad de su conducta, tratando de hacerse visible por todos los medios; más tarde, probablemente se apartara a un lugar gris y oscuro, intentando, que le dejaran en paz y no empeorar las cosas; trató de controlar lo que pasaba, se hizo daño, intentó cuidar del dolor de sus mayores, ser como ellos, convertirse en una sombra; con idas y vueltas que desesperan, hasta que finalmente quebró, y se alejó con la promesa de que no volvería, porque estaba más seguro sólo que en relación con personas que lo podían aniquilar física o emocionalmente.

Dejando atrás su historia y su identidad, como un trapo roto y sucio.

La putada es que, de seguir así, no podrán contar con ningún referente al que aspirar, es decir, nadie a quien querer parecerse. Y eso es garantía de exclusión social (delincuencia, toxicomanías, enfermedad mental, una vida sin hogar…), aunque ahora parezca que van sobrados, hinchando pecho, y comiéndose el mundo a bocados.

Bocados que les alejan más de la confianza en sus mayores. Porque los adultos, al verlos pegando, riéndose con malicia del daño que causan, y evitando cualquier tipo de reparación y arrepentimiento —el arrepentimiento implica un deseo de restaurar la relación con el adulto testigo de las propias acciones—, sienten que sólo pueden corresponderles con contención y castigos, medidas que, en todo caso, sólo refuerzan su autoimagen como chicas y chicos malos y, lo que es peor, su desconfianza en un mundo adulto, que, a sus ojos, no puede ser suficientemente empático y comprensivo.

Vale, que no siempre es así. Pero me cuadra con muchos de los casos con los que he trabajado.

Y aquí es donde quiero lanzar un mensaje de esperanza. Porque, a pesar de lo que parece, sí que se puede, hostias en vinagre, sólo hace falta profesionales y una comunidad que lo vea.

Pero, coño, vamos todos a una.

Por ellos y por todas las personas a las que pueden dañar.

Merece la pena intentarlo.


Lecturas recomendadas:

BARUDY, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato familiar. Barcelona: Paidós Ibérica

BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa

PITILLAS, C. (2021). El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma. Bilbao: Descelee de Brouwer

RYGAARD, N. P. (2009). El niño abandonado. Barcelona: Gedisa

SILBERG, J.S. (2019). El niño superviviente: curar el trauma del desarrollo y la disociación. Bilbao: Desclée de Brouwer


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

2 comentarios en ““Psicopatitas”, una historia de miedo

  1. sofimait

    Muchas gracias por este texto. Me llega al fondo, porque ahora mismo tengo un peque de 5 años en mi clase que encaja en lo que explicas. Pero no consigo aclarar los motivos, ni las experiencias que haya podido tener. Los padres son muy herméticos, buena familia, nivel medio-alto…, y no explican nada más, sólo que observan también ese comportamiento en casa, o peor. No sé cómo ayudarles si no se dejan, lo único que puedo hacer es establecer un vínculo seguro para el niño, y acompañar. Qué me sugieres en casos así? Porque estoy segura de que algo ha vivido el niño para tener esas conductas. Tampoco quiero que los padres piensen que desconfío de ellos, sólo quiero ayudar. He vivido más experiencias con niños así, pero en todas ellas se veían las experiencias vividas pasadas o actuales, y en este caso es todo aparentemente «normal». De nuevo, muchas gracias por este texto, y por todos los que escribes. Me ayudan muchísimo, a nivel personal y profesional. Soy profesora de infantil, y no es por nada, pero cada vez me gusta menos este sistema educativo. Suerte que me queda poco para la jubilación. Odio el conductismo, y la manera en que la MAYORÍA de profesores, es triste decirlo, tratan con sus alumnos y con los padres. Hay un sentimiento de superioridad respecto a las familias….es frustrante. Por eso cuando leo tus textos, y los comentarios de gente que piensa como yo, siento que no estoy sola en esta forma de entender la educación, la vida en general…., basada en el respeto y la humildad, lo que tú transmites siempre.

    Muchas gracias,

    Loli Arias

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  2. Pingback: “Psicopatitas”, una historia de miedo — educación familiar – Gerardo Luna

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