Peso: la paradoja del odio como mecanismo de protección

[…] Pero es que no estoy hablando de perdonar ni de reparar la relación. Ni mucho menos en términos morales. Eso lo dejamos para la misa de 11, alabaré, alabaré al señor. De lo que hablo es de que ahí, justo donde menos apetece, hay una oportunidad. Y podemos pillarla o dejarla escapar. Es una oportunidad para exonerar el propio autoestima, liberándole del peso que nunca tuvo que llevar. […]

Si yo ahora te propusiera revisar la historia de las personas que te han hecho daño para encontrar los “buenos motivos” que tuvieron para hacértelo, seguramente me dirías que me vaya a tomar por culo. Y, en parte, tendrías toda la razón. 

El daño recibido no justifica, de ninguna manera, que se cause daño a los demás. 

Debemos respetar, siempre, el deseo de las víctimas de mantener distancia de la peña que les agredió. 

El perdón, en sí mismo, no arregla nada, salvo en códigos morales que no sigo yo. 

Sí a todo. Claro. 

Pero es que NO estoy hablando de perdonar ni de reparar la relación. Ni mucho menos en términos morales. Eso lo dejamos para la misa de 11, alabaré, alabaré al señor. 

Voy a ir al infierno fijo. Por cabrón. 

De lo que hablo es de que ahí, justo donde menos apetece, hay una oportunidad. Y podemos pillarla o dejarla escapar. Es una oportunidad para exonerar el propio autoestima, liberándole del peso que nunca tuvo que llevar. 

No es fácil de explicar, pero lo voy a intentar. 

Muchas de las personas que han sufrido violencia por parte de las personas en quienes confiaban sufren en círculos viciosos muy crueles, en el que el daño que sufrieron por parte de terceros se convierte, hoy, en el daño que ellas mismas se provocan una y otra vez. 

Uno de estos ciclos de retroalientación podría resumirse así, ¿te suena?: 

«Me hizo daño.»

«Me hizo sentir desprotegida/o.»

«Siento vergüenza (no soy suficiente, no soy buena/o, soy mala/o).»

«Me mantengo enojada/o.»

«Me protejo —por ejemplo— con la autosuficiencia, separándome, sintiendo que tengo toda la verdad, negando el trato, rompiendo la relación, etc.» 

«Me niego e empatizar con ella o con él. No se lo merece.»

«No puedo explorar los motivos por los que me hizo daño.»

«Sigo sintiendo que el daño que me causó tiene que ver con lo que yo fui y sigo siendo ahora.»

«Más vergüenza y más machaque al propio autoestima.»

«Ahora soy yo quien reproduce el mismo daño que me causó.»

Y vuelta a empezar en un ciclo infinito que nos mantiene atrapados, y que no parece tener salida ni fin. 

Hay otros muchos, claro está, pero todos son más o menos igual de chungos. 

A fin de cuentas, una de las jodiendas del trauma es que los mecanismos de protección que en situaciones de urgencia sirven para salvar los pedazos de nuestra autoestima, la destruyen a la larga como la gota que horada la piedra, sin que se perciban a simple vista, porque los hemos normalizado. 

Y ese odio que sentimos hacia quienes nos jodieron —de maneras muy crueles— sigue adherido a la sensación de que lo que sufrimos fue, sobre todo, por culpa nuestra, porque no somos suficientemente buenos, listos o porque no nos podemos proteger. 

Pero lo que, a menudo, se nos escapa es que esa respuesta de odio es cosa de otro lugar y otro tiempo, cuando no teníamos otros recursos para enfrentar ese sufrimiento. Por eso todavía se sigue sintiendo así, como una tabla flotando en el agua en la que sólo hay sitio para uno, porque fuera se puede morir por los tiburones o por congelación. 

Jódete, Jack. No hay sitio para ti. 

Y que, en la mayor parte de las ocasiones, el daño que nos hicieron no tenía que ver con nosotros, sino con las respuestas traumáticas con las que esas personas se protegían de acontecimientos del pasado que no pudieron ni pueden gestionar. 

Que sí, que podían haberse metido el dedo en el culo y dejarte en paz. Claro está. Pero es un alivio importante saber que lo que te pasó, por jodido que fuera, no tenía que ver contigo sino con la mierda que ellas o ellos no pudieron procesar. 

Coño, y te mereces librarte de eso. 

Porque lo que pasa con las personas dañadas es que siguen haciéndose daño a sí mismo, repitiéndose que no son suficiente, que deben permanecer alerta, que no se pueden relajar, entre otras cosas, porque son peores o más vulnerables que los demás. 

Y eso, maldita sea, no es verdad. 

Por mucho que tu cuerpo se active o se desactive para protegerte. Eso no te hace mejor o peor que los demás. 

Pero, quizás, para aceptar que te mereces el mismo #buen_trato del que disfrutan los demás, necesites comprender, aceptar y corporalizar que quienes te jodieron lo hicieron por #buenos_motivos desubicados, de otro lugar y de otro tiempo, en los que tú no estabas, por lo que te resulta especialmente complicado siquiera imaginarlos. 

En todas las familias hay historias subyugadas que no se puede narrar. Pero son esos relatos cargados de dolor y vergüenza los que tiene el potencial de interrumpir la cadena de reproducción intergeneracional del trauma, creando una puerta para la exploración a través de la curiosidad. Porque lo bizarro de estas narrativas ocultas es que ocultan también los motivos por los que las nuevas generaciones sufren daños, y el hecho de que su dolor nada tiene que ver con lo que fueron o lo que son. 

Que el odio es cojonudo porque nos llena de energía para seguir adelante, pero si cristaliza en nuestra alma nos acaba recordando lo que sufrimos por no estar a la altura, por pringaos, por confiados, o yo qué sé. 

Pero desprenderse del odio cuesta mucho, sobre todo, cuando fue uno de nuestros recursos clave para sobrevivir. 

Perdona o no. Repara o no. Denuncia, mátalos, entiérralos vivos o cómete sus entrañas invocando a satán. Pero, sea como sea, líbrate de la carga y del dolor que no te toca. Porque ya te jodieron los suyo para que sigas haciendo tuyo ese dolor. 

Es lo menos que podemos hacer por los recién llegados, y para poder descansar.  

Descansar. 

Suena bien, ¿no?


* Importante. Esto no vale para todo el mundo, ni mucho menos. Hay otras alternativas. Nunca debe ser obligatorio. Ni es para el comienzo de los procesos. Se entiende, ¿verdad?


Gorka Saitua | educacion-familiar.com

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s